Cuarta
Confesión
EL
FUEGO DE GISELA…
Pasaban las horas y los amigos se
sentían, cada vez más entusiastas por cómo iban dándose las cosas, en su
reunión navideña.
Raúl, por haber sido el último en
confesar movió la caja y sacó el nombre del próximo que nos relataría su confesión
más oscura que tuviese y que quisiera sacarla, de una vez por todas de su mente.
Gisela fue la siguiente pero tuvieron que agarrarla rápido porque ya había
saltado para salir corriendo de la casa. Luis le dijo – Amiga, ya hemos pasado
tres y nos confesamos y déjame decirte que me siento desahogado luego de
hacerlo. A ti te pasará lo mismo, recuerda que estás entre amigos- Así fue que
lograron colocarla en el lugar de la X, mientras mantenía una aptitud de cierre
total. Los brazos cruzados, las piernas juntas y rectas. Sus ojos los tenía
apretados y su rostro inclinado hacia el suelo.
Gisela era una chica delgaducha y
poco agraciada. Ya llegaba a los veinticinco y no se le conocía relación
romántica alguna y tampoco amistades cercanas.
A ella la podías encontrar entre
los libros y con una mesa repleta de documentos sobre la historia de países
donde existieron Faraones y Pirámides. Todos la llamaban “Ratón de Biblioteca”.
Era difícil que fuera a reuniones con sus amigos, esta noche había sido una
exención muy grande porque fueron casi todos a su casa y la sacaron arrastras y
esto no lo digo literalmente. Las mujeres le escogieron la ropa y casi se la
ponen a la fuerza. Los muchachos esperaban en el carro, con el motor encendido
para salir, tan deprisa, que ni el sonido de la puerta de la casa, al cerrarla,
le produjeran ganas de regresarse. A regaña dientes se metió en el carro, con
una expresión de susto.
Gisela tenía su autoestima
bastante baja. A través de su vida, las cosas no fueron muy agradables.
Tenía ojos pequeños y oscuros. Su
nariz era grande, del tipo aguileña. Sus cejas se encontraban en el entrecejo,
cual enramada en un árbol. Sus padres no ayudaron mucho a mejorar su aspecto
interior porque siempre le resaltaban su falta de gracia y su delgadez. Como su
amiga, puedo decir que lo que más prevalecía en su rostro eran sus labios.
Pareciera que la Madre Naturaleza se hubiese dedicado, muy especialmente a
esculpirle unos labios carnosos y suaves, que hacían de su sonrisa la luz que
iluminaba toda su cara. Posiblemente era eso lo que hacía a Gisela interesante,
según había oído entre los chicos.
Su delgadez no era por que
estuviera haciendo alguna dieta, sino que desde pequeña así fue. Más, como dije
anteriormente, esa inigualable Naturaleza había puesto a ese cuerpo consumido,
un par de senos redonditos, que cualquier médico cirujano jamás podría
esculpir. Tenía un vientre plano pero con una caída, algo pronunciada que
obligaba a notarla. Su derriere estaba proporcionado, con respecto a su
delgadez y aún más. Total que la chica, a pesar de su aspecto desaliñado, si la
analizabas bien llegabas a la conclusión que sólo había que fortalecerle su
auto estima, lo demás tenía solución.
Todos estaban conscientes de que
sería difícil para ella contar alguna cosa por eso esperaban tranquilamente.
Raúl se levantó y le dio un trago de ron, mientras le dijo – Hasta el fondo
amiga- Gisela levantó sus ojos y con lágrimas, que salía de ellos, le agradeció
el gesto y se tomó el licor de un solo golpe, sintiendo cómo se escurría
quemándole la garganta. Sacudió la cabeza y al darle el vaso a Raúl comenzó su
relato…
- Cuando tenía quince años, mis
padres decidieron recluirme en un Instituto para señoritas porque pensaban que
sería la mejor forma de que pudiera hacer amigas y abrirme más a la vida. Ellos
viajaban siempre por asuntos de trabajo
o de placer. Muchas veces llegué a pensar que había sido el resultado de un
momento de descuido por no usar un protector o que no se acordaron de la
pastilla. Siempre me sentí como el “Patito feo” Los chistes en la familia,
siempre iban dirigidos a mi aspecto delgado y mi pronunciada nariz. Eso hacía
que me fueran refugiando, cada vez más, en mis estudios y en mí.
Me internaron en un colegio de
mucho caché, donde solo ingresaban las niñas de bien o las que tenían la
posibilidad económica de asistir. Esas a las que nadie podía manejar por
cualquier causa. Porque eran agresivas, pensaban diferente, las que estorbaban en
el círculo social de sus padres. Allí llegaban como desechos de esa sociedad de
barbees.
El lugar era bastante grande y el
edificio abarcaba cuatro pisos repletos de habitaciones, donde vivían dos por
cada una. Era un sorteo el que te tocara para compartir tu sitio. A mí me tocó
compartir con una chica de nombre Samara que venía del Brasil. Ambas éramos un
tanto calladas y solo nos comunicábamos, según lo que necesitáramos por lo
demás no sabía qué hacía ella en el día.
A los dos meses de estar en el
Instituto, mis padres, creo recordar que me visitaron dos veces y se podría
decir “como visita de médico” rápidos y concisos.
El tiempo transcurría entre mis
clases y mi silencio. Cierta mañana mi compañera no amaneció en el dormitorio. No
era que me importara mucho pero me pareció extraño porque, en el tiempo que
llevábamos allí, nunca habíamos dejado de dormir en el cuarto, sin importar a
qué hora llegáramos. Me dirigí al Director y le hice ese comentario. Me dijo
que me tranquilizara, que seguro estaba por llegar. –“Esas niñas, como Samara,
tienen un comportamiento algo extraño”-
Esas palabras me parecieron insólitas,
sobre todo viniendo del Director del lugar. Salí de su oficina y me fui a mis
clases.
Como les dije, en el día no nos
veíamos mi compañera y yo por lo que opté a ver si cuando llegara a la
habitación, ya ella estaba allí. Pero no, Samara no apareció esa noche.
Ya no tenía a quién preguntarle y
empecé a investigar por mi cuenta. Fue la primera vez que trataba con otros
estudiantes. Sentí que era una obligación, de mi parte el buscarla, ya que
parecía que a nadie le importaba que una chica estaba desaparecida. Los maestros
no daban parte de la ausencia de ella en sus clases. Resultaba extraño
definitivamente.
En eso hizo un alto y como otros
pidió otro trago doble. Se lo tomó igual que el primero, de un solo jalón y
prosiguió su relato…
-Cuando ya iban dos días sin
saber de Samara busqué en sus cosas esperando conseguir algún nombre o teléfono
al que pudiera llamar para notificar su desaparición. No tenía agenda
telefónica y en sus cuadernos no había indicios de que tuviese a alguien que le
importara. Me retraté tanto con ella, en ese momento. Que las ganas de
encontrarla se volvieron mi razón de vida.
Ya no asistía a las clases normalmente.
Empecé a estudiar el comportamiento de los compañeros y maestros. Pasaron tres
días y pude notar un movimiento extraño, luego que terminaban las clases y los
alumnos se retiraban a sus habitaciones. El tren de maestros junto con el
Director, siempre se reunían en una casa que estaba algo alejado del lugar de
estudios. Esa noche me vestí de negro y por mi aspecto delgado estaba segura
que pasaría desapercibida en la oscuridad de la noche. Me escabullí por el
garaje de la casa y con mucho cuidado fui acercándome al lugar de donde
provenían las voces del grupo de maestros. Era una habitación, en la parte de
atrás, donde estaban reunidos. El Director era el que los mandaba a callar para
empezar lo que habían ido hacer.
Se me secó la garganta, cuando lo
oigo decir –“Esta chica ha resultado un problema para todos. Aunque no tiene
padres o parientes que la extrañen, está su compañera de cuarto, que ha estado
haciendo preguntas por ella, en diferentes oportunidades. Eso no se había visto
antes. Recordando que esos muchachas que dejan aquí es porque no los quieren en
sus casas y poco les importa la suerte que pasen pero hoy tenemos un problema,
esa chica Gisela puede alborotar el avispero y dañar nuestro momento de satisfacción,
así que hay que hacer algo y de manera inmediata”- Las piernas no me obedecían
y seguía plantada en ese lugar oyendo las vociferantes palabras de los allí
presentes. Daban la impresión de ser un grupo de animales enajenados y
sedientos. Yo no atinaba a entender qué tenía que ver Samara y yo en esa
reunión. Me fui retirando poco a poco para regresar a mi habitación pero
percibí un quejido y me fui acercando agachadita hacia la ventana y pude ver a
Samara amarrada de pie y manos a una viga que estaba en el centro de la
habitación. En ese momento entraron todos los allí presentes y le cedieron la
oportunidad al profesor de matemática para satisfacerse, como él quisiera con
ésa.
La bata que cubría el cuerpo de
Samara la arrancó de un tirón y empezó a saborear el sudor que emanaba de ella.
Era como alimentarse del miedo de un ser humano. Mientras más sudaba, más goce
conseguía e inmediatamente comenzaba a darse placer para luego poseerla. El grupo
que observaba, se excitaban al observar la escena.
Hubo un momento en que nuestros
ojos se encontraron. Ambas llorábamos por lo que estaba pasando pero el miedo
me paralizaba. Cuando ya iban por el tercero de ellos, muy dentro de mí salió un grito, que tuve que
acallar para que no supieran de mi existencia.
Entre sollozos y temblores,
Gisela siguió contando. Hasta el perro de la vecina, que había estado ladrando
con desesperación se había callado y
solo se oía su llanto y su voz se quebraba al hablar…
Milagros se acerca a Gisela y le
dice –Amiga si no puedes continuar tu confesión, nosotros lo entendemos y
terminamos con este jueguito que se está tornando tétrico, en verdad… -Gisela le
contestó Seguiré contándoles para ver si los fantasmas que habitan en mi mente
logro exorcizarlos-
Estaban tan ocupados en su
horroroso rito, que no se dieron cuenta que había entrado a la casa y me fui
derecho a la cocina. Agarré dos cuchillos. No me pregunten cómo lo hice pero
entré al lugar como una loca gritando y lanzando cuchillazos a diestra y
siniestra. Los primeros en caer fueron el Director y dos de los maestros. Los otros
asustados se echaron hacia atrás. Logré desatar a Samara y salimos de la
habitación, no sin cerrarla por fuera para que no pudieran perseguirnos. Busqué
fósforo y le prendí candela a toda la casa.
Corrimos tan rápido como pudimos
y llegando al edificio donde estaba la habitación, volvimos la vista y vimos
cómo las llamas en su danza macabra gozaban mientras envolvía a esos seres retorcidos,
que no solamente habían dañado a mi compañera. Supimos luego que llevaban años
desapareciendo chicas, a las que nadie buscaba.
Temblando nos metimos al cuarto y
acurrucadas en una esquina nos abrazamos llorando como lo hace un animal
herido.
Al otro día nos enteramos que
habían encontrado, a la mayoría de nuestros maestros incinerados en una casa
que estaba provista de materiales para la tortura y el masoquismo. Por ese acto
fue que empezaron hacer averiguaciones y lograron conseguir, en una hectárea,
al lado del Instituto, fosas comunes de cuerpos decapitados y descuartizados de
mujeres.
Mis padres jamás volvieron a
saber de mí porque al otro día Samara y yo nos fuimos del lugar buscando hacer
una nueva vida.
Hoy seguimos juntas. Buscamos ayuda
profesional y nos enrumbamos hacia proyectos que nos hemos trazado. No hemos hablado
con nadie de nosotras por evitar que nos encuentren pero esta Navidad siento
que será distinta y podremos hacer la vida más normal, como todos los demás.
Al terminar su confesión, se secó
sus lágrimas y les dio las gracias a todos por permitirle desahogar esa basura
que la tenía, aún, atrapada. Los amigos gritaron ¡Bien por Gisela! Te
felicitamos por haber tenido la valentía de ayudar a tu amiga. Y chocando los
vasos brindaron por esa tremenda confesión…
Esta es la cuarta confesión. No
esperábamos que nuestra Gisela hubiese tenido que pasar por tremenda
experiencia. Hoy la sentimos más cerca al grupo.
Nos faltan seis confesiones
Navideñas, sígueme y así podrás disfrutar de los secretos de esos diez amigos.
No te lo pierdas…
Carmen
Pacheco
lasculpasylamuertedelamorii@hotmail.com
@Erotismo10
22
de diciembre de 2015
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