martes, 22 de diciembre de 2015

DIEZ SECRETOS EN NAVIDAD...







Cuarta Confesión


EL FUEGO DE GISELA…




Pasaban las horas y los amigos se sentían, cada vez más entusiastas por cómo iban dándose las cosas, en su reunión navideña.

Raúl, por haber sido el último en confesar movió la caja y sacó el nombre del próximo que nos relataría su confesión más oscura que tuviese y que quisiera sacarla, de una vez por todas de su mente. Gisela fue la siguiente pero tuvieron que agarrarla rápido porque ya había saltado para salir corriendo de la casa. Luis le dijo – Amiga, ya hemos pasado tres y nos confesamos y déjame decirte que me siento desahogado luego de hacerlo. A ti te pasará lo mismo, recuerda que estás entre amigos- Así fue que lograron colocarla en el lugar de la X, mientras mantenía una aptitud de cierre total. Los brazos cruzados, las piernas juntas y rectas. Sus ojos los tenía apretados y su rostro inclinado hacia el suelo.

Gisela era una chica delgaducha y poco agraciada. Ya llegaba a los veinticinco y no se le conocía relación romántica alguna y tampoco amistades cercanas.

A ella la podías encontrar entre los libros y con una mesa repleta de documentos sobre la historia de países donde existieron Faraones y Pirámides. Todos la llamaban “Ratón de Biblioteca”. Era difícil que fuera a reuniones con sus amigos, esta noche había sido una exención muy grande porque fueron casi todos a su casa y la sacaron arrastras y esto no lo digo literalmente. Las mujeres le escogieron la ropa y casi se la ponen a la fuerza. Los muchachos esperaban en el carro, con el motor encendido para salir, tan deprisa, que ni el sonido de la puerta de la casa, al cerrarla, le produjeran ganas de regresarse. A regaña dientes se metió en el carro, con una expresión de susto.

Gisela tenía su autoestima bastante baja. A través de su vida, las cosas no fueron muy agradables.

Tenía ojos pequeños y oscuros. Su nariz era grande, del tipo aguileña. Sus cejas se encontraban en el entrecejo, cual enramada en un árbol. Sus padres no ayudaron mucho a mejorar su aspecto interior porque siempre le resaltaban su falta de gracia y su delgadez. Como su amiga, puedo decir que lo que más prevalecía en su rostro eran sus labios. Pareciera que la Madre Naturaleza se hubiese dedicado, muy especialmente a esculpirle unos labios carnosos y suaves, que hacían de su sonrisa la luz que iluminaba toda su cara. Posiblemente era eso lo que hacía a Gisela interesante, según había oído entre los chicos.

Su delgadez no era por que estuviera haciendo alguna dieta, sino que desde pequeña así fue. Más, como dije anteriormente, esa inigualable Naturaleza había puesto a ese cuerpo consumido, un par de senos redonditos, que cualquier médico cirujano jamás podría esculpir. Tenía un vientre plano pero con una caída, algo pronunciada que obligaba a notarla. Su derriere estaba proporcionado, con respecto a su delgadez y aún más. Total que la chica, a pesar de su aspecto desaliñado, si la analizabas bien llegabas a la conclusión que sólo había que fortalecerle su auto estima, lo demás tenía solución.

Todos estaban conscientes de que sería difícil para ella contar alguna cosa por eso esperaban tranquilamente. Raúl se levantó y le dio un trago de ron, mientras le dijo – Hasta el fondo amiga- Gisela levantó sus ojos y con lágrimas, que salía de ellos, le agradeció el gesto y se tomó el licor de un solo golpe, sintiendo cómo se escurría quemándole la garganta. Sacudió la cabeza y al darle el vaso a Raúl comenzó su relato…

- Cuando tenía quince años, mis padres decidieron recluirme en un Instituto para señoritas porque pensaban que sería la mejor forma de que pudiera hacer amigas y abrirme más a la vida. Ellos viajaban  siempre por asuntos de trabajo o de placer. Muchas veces llegué a pensar que había sido el resultado de un momento de descuido por no usar un protector o que no se acordaron de la pastilla. Siempre me sentí como el “Patito feo” Los chistes en la familia, siempre iban dirigidos a mi aspecto delgado y mi pronunciada nariz. Eso hacía que me fueran refugiando, cada vez más, en mis estudios y en mí.

Me internaron en un colegio de mucho caché, donde solo ingresaban las niñas de bien o las que tenían la posibilidad económica de asistir. Esas a las que nadie podía manejar por cualquier causa. Porque eran agresivas, pensaban diferente, las que estorbaban en el círculo social de sus padres. Allí llegaban como desechos de esa sociedad de barbees.

El lugar era bastante grande y el edificio abarcaba cuatro pisos repletos de habitaciones, donde vivían dos por cada una. Era un sorteo el que te tocara para compartir tu sitio. A mí me tocó compartir con una chica de nombre Samara que venía del Brasil. Ambas éramos un tanto calladas y solo nos comunicábamos, según lo que necesitáramos por lo demás no sabía qué hacía ella en el día.

A los dos meses de estar en el Instituto, mis padres, creo recordar que me visitaron dos veces y se podría decir “como visita de médico” rápidos y concisos.

El tiempo transcurría entre mis clases y mi silencio. Cierta mañana mi compañera no amaneció en el dormitorio. No era que me importara mucho pero me pareció extraño porque, en el tiempo que llevábamos allí, nunca habíamos dejado de dormir en el cuarto, sin importar a qué hora llegáramos. Me dirigí al Director y le hice ese comentario. Me dijo que me tranquilizara, que seguro estaba por llegar. –“Esas niñas, como Samara, tienen un comportamiento algo extraño”-

Esas palabras me parecieron insólitas, sobre todo viniendo del Director del lugar. Salí de su oficina y me fui a mis clases.
Como les dije, en el día no nos veíamos mi compañera y yo por lo que opté a ver si cuando llegara a la habitación, ya ella estaba allí. Pero no, Samara no apareció esa noche.

Ya no tenía a quién preguntarle y empecé a investigar por mi cuenta. Fue la primera vez que trataba con otros estudiantes. Sentí que era una obligación, de mi parte el buscarla, ya que parecía que a nadie le importaba que una chica estaba desaparecida. Los maestros no daban parte de la ausencia de ella en sus clases. Resultaba extraño definitivamente.

En eso hizo un alto y como otros pidió otro trago doble. Se lo tomó igual que el primero, de un solo jalón y prosiguió su relato…

-Cuando ya iban dos días sin saber de Samara busqué en sus cosas esperando conseguir algún nombre o teléfono al que pudiera llamar para notificar su desaparición. No tenía agenda telefónica y en sus cuadernos no había indicios de que tuviese a alguien que le importara. Me retraté tanto con ella, en ese momento. Que las ganas de encontrarla se volvieron mi razón de vida.

Ya no asistía a las clases normalmente. Empecé a estudiar el comportamiento de los compañeros y maestros. Pasaron tres días y pude notar un movimiento extraño, luego que terminaban las clases y los alumnos se retiraban a sus habitaciones. El tren de maestros junto con el Director, siempre se reunían en una casa que estaba algo alejado del lugar de estudios. Esa noche me vestí de negro y por mi aspecto delgado estaba segura que pasaría desapercibida en la oscuridad de la noche. Me escabullí por el garaje de la casa y con mucho cuidado fui acercándome al lugar de donde provenían las voces del grupo de maestros. Era una habitación, en la parte de atrás, donde estaban reunidos. El Director era el que los mandaba a callar para empezar lo que habían ido hacer.

Se me secó la garganta, cuando lo oigo decir –“Esta chica ha resultado un problema para todos. Aunque no tiene padres o parientes que la extrañen, está su compañera de cuarto, que ha estado haciendo preguntas por ella, en diferentes oportunidades. Eso no se había visto antes. Recordando que esos muchachas que dejan aquí es porque no los quieren en sus casas y poco les importa la suerte que pasen pero hoy tenemos un problema, esa chica Gisela puede alborotar el avispero y dañar nuestro momento de satisfacción, así que hay que hacer algo y de manera inmediata”- Las piernas no me obedecían y seguía plantada en ese lugar oyendo las vociferantes palabras de los allí presentes. Daban la impresión de ser un grupo de animales enajenados y sedientos. Yo no atinaba a entender qué tenía que ver Samara y yo en esa reunión. Me fui retirando poco a poco para regresar a mi habitación pero percibí un quejido y me fui acercando agachadita hacia la ventana y pude ver a Samara amarrada de pie y manos a una viga que estaba en el centro de la habitación. En ese momento entraron todos los allí presentes y le cedieron la oportunidad al profesor de matemática para satisfacerse, como él quisiera con ésa.  
La bata que cubría el cuerpo de Samara la arrancó de un tirón y empezó a saborear el sudor que emanaba de ella. Era como alimentarse del miedo de un ser humano. Mientras más sudaba, más goce conseguía e inmediatamente comenzaba a darse placer para luego poseerla. El grupo que observaba, se excitaban al observar la escena.

Hubo un momento en que nuestros ojos se encontraron. Ambas llorábamos por lo que estaba pasando pero el miedo me paralizaba. Cuando ya iban por el tercero de ellos,  muy dentro de mí salió un grito, que tuve que acallar para que no supieran de mi existencia.

Entre sollozos y temblores, Gisela siguió contando. Hasta el perro de la vecina, que había estado ladrando con desesperación se había callado  y solo se oía su llanto y su voz se quebraba al hablar…

Milagros se acerca a Gisela y le dice –Amiga si no puedes continuar tu confesión, nosotros lo entendemos y terminamos con este jueguito que se está tornando tétrico, en verdad… -Gisela le contestó Seguiré contándoles para ver si los fantasmas que habitan en mi mente logro exorcizarlos-

Estaban tan ocupados en su horroroso rito, que no se dieron cuenta que había entrado a la casa y me fui derecho a la cocina. Agarré dos cuchillos. No me pregunten cómo lo hice pero entré al lugar como una loca gritando y lanzando cuchillazos a diestra y siniestra. Los primeros en caer fueron el Director y dos de los maestros. Los otros asustados se echaron hacia atrás. Logré desatar a Samara y salimos de la habitación, no sin cerrarla por fuera para que no pudieran perseguirnos. Busqué fósforo y le prendí candela a toda la casa.

Corrimos tan rápido como pudimos y llegando al edificio donde estaba la habitación, volvimos la vista y vimos cómo las llamas en su danza macabra gozaban mientras envolvía a esos seres retorcidos, que no solamente habían dañado a mi compañera. Supimos luego que llevaban años desapareciendo chicas, a las que nadie buscaba.

Temblando nos metimos al cuarto y acurrucadas en una esquina nos abrazamos llorando como lo hace un animal herido.

Al otro día nos enteramos que habían encontrado, a la mayoría de nuestros maestros incinerados en una casa que estaba provista de materiales para la tortura y el masoquismo. Por ese acto fue que empezaron hacer averiguaciones y lograron conseguir, en una hectárea, al lado del Instituto, fosas comunes de cuerpos decapitados y descuartizados de mujeres.

Mis padres jamás volvieron a saber de mí porque al otro día Samara y yo nos fuimos del lugar buscando hacer una nueva vida.
Hoy seguimos juntas. Buscamos ayuda profesional y nos enrumbamos hacia proyectos que nos hemos trazado. No hemos hablado con nadie de nosotras por evitar que nos encuentren pero esta Navidad siento que será distinta y podremos hacer la vida más normal, como todos los demás.

Al terminar su confesión, se secó sus lágrimas y les dio las gracias a todos por permitirle desahogar esa basura que la tenía, aún, atrapada. Los amigos gritaron ¡Bien por Gisela! Te felicitamos por haber tenido la valentía de ayudar a tu amiga. Y chocando los vasos brindaron por esa tremenda confesión…

Esta es la cuarta confesión. No esperábamos que nuestra Gisela hubiese tenido que pasar por tremenda experiencia. Hoy la sentimos más cerca al grupo.

Nos faltan seis confesiones Navideñas, sígueme y así podrás disfrutar de los secretos de esos diez amigos. No te lo pierdas…




Carmen Pacheco
lasculpasylamuertedelamorii@hotmail.com
@Erotismo10
22 de diciembre de 2015




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