viernes, 11 de diciembre de 2015

DIEZ SECRETOS EN NAVIDAD...






Primera Confesión

CUANDO LAS PAREDES NO SOLO HABLAN...



En estos días, en que se aproximaban las fiestas decembrinas, algunos de los vecinos del lugar, acostumbraban a salir de viaje para pasarlo donde los padres u otro familiar. Existían los que huían como si alguien o algo los persiguiera. Lo único que querían era no estar en su casa para esas fechas.

Estábamos reunidos, un grupo de amigos, en una noche de frío tomándonos un roncito alrededor de una fogata que logramos encender en la parte trasera de la casa de Milagros. Queríamos recibir la Pascua de una forma distinta a las de siempre. Es por eso que la primera condición fue que asistiéramos lo más informal posible. Raúl, como siempre fue el más fresco de todos, se presentó con ropa de dormir, pantuflas y gorro para el frío. Así era él, siempre daba la nota diferente para hacernos reír.

La reunión comenzó a las 8 de la noche. En casa de Milagros sus padres se habían ido a celebrar las fiestas en un lugar nocturno, al estilo de los cincuenta. Teníamos la casa para nosotros solos. Estaríamos tranquilos como siempre, claro, eso si la mezcla de las bebidas no era alterada por Diego que se la daba de químico y en muchas reuniones terminábamos en el baño volteando el estómago.

Ya iban a dar las once y media, cuando luego de cenar un rico  plato navideño, nos sentamos a ver el danzar de las llamas que salían de la hoguera mientras que alguien se turnaba avivándola para así no perder el calorcito que de ella emanaba.

En nuestras reuniones de Pascua, los que participaban, tenían que hacer confesiones, de cualquier índole, sobre todo de cosas que nadie supiera. Siempre he pensado que un traguito y un buen calor, le suelta la lengua a cualquiera.

Éramos diez amigos en ese momento. Para evitar la pregunta ¿Quién comienza a relatar su confesión? decidimos, como los niños, colocar nuestros nombres dentro de una lata de galleta, de esas viejas que tiene tu mamá con hilos o con postales de algún familiar lejano, que alguna vez le mando.

Colocados los nombres en la lata la agitaron, de modo que los papelitos se revolvieran dentro de ella y una mano “pura”, cosa que estaba muy lejos que existiese entre ese grupo, sacaría la primera víctima. Le tocó a la amiga Soledad. La chica se puso colorada y muy nerviosa. Todos conocíamos lo relacionado con la vida de nuestra compañera, no suponíamos que tuviese algo que no hubiese dicho.

Al que le tocaba hablar, tenía que colocarse al frente de todos y confesar su secreto de la forma más creíblemente posible. Se podían hacer gestos cual obra de teatro para darle más jocosidad al momento.

Soledad era una chica muy modosita, de esas que andan silenciosas y con cara de quién no rompe un plato. Se levantó y se colocó en el sitio que había sido marcado con un  X. Todos la aupábamos a que se relajara y que recordara que estaba con sus mejores amigos, que lo que ella dijese allí, jamás saldría de esa rueda de confesión. Todos gritaban, tomaban y reían al mismo tiempo.

Soledad se acomodó el vestido, en un afán de encontrar valor para lo que confesaría y con la cabeza baja y los ojos entre cerrados, comenzó de esta manera…

- Hace algunos años, cuando tenía diecisiete, mis padres nos llevaron, a mi hermanito y a mí a un paseo vacacional, había pasado de grado y quisieron regalarnos unos días en un lugar hermoso lejos de casa, así yo olvidaría el estrés de los estudios y me dedicaría a lo que más me gusta, tomar fotos a mis anchas.

El lugar donde llegamos tenía un estilo campestre, muy cómodo y espacioso. Por fortuna cada quién podía escoger su habitación. Atrás de la casa pasaba un río caudaloso, su cantar nos llegaba cual arrullo tranquilizador. Se percibía la carrera incesante que hacía y el choque de las piedras en su recorrido por el cauce. Estaba bordeado de inmensos árboles frutales, que le daban una tonalidad algo oscura al lugar pero era muy fresca. La luz del sol podía deslizarse por entre las ramas de uno que otro árbol. El trinar de los pájaros, que hacían vida en ese lugar, era fuerte y melodioso. Sabía que no necesitaría música para entretenerme ya que también estaría buscando cómo capturarlos con mi cámara.

Mi hermano estaba feliz porque encontró una casa hecha en la copa de uno de los árboles y tenía escalera para llegar a ella. Serán las mejores vacaciones que tendré, dije para mí. Él estaría ocupado en lo suyo y me dejaría tranquila.

El primer día la pasamos arreglando las cosas que habíamos llevado y limpiamos el lugar. Mi padre fue al pueblo más cercano por provisiones por el tiempo que estaríamos allí.  

Al tercer día de mis vacaciones, una noche me fui a dormir temprano porque había recorriendo el lugar sacando fotos a cuanto bicho se moviera hasta el atardecer. Ya en la habitación, me di un buen baño y me puse mi pijama.

Todos estábamos esperando el secreto más grande y oscuro que Soledad tenía pero por el camino que iba, pareciera que nos relataría “Soledad en su soledad” Ya íbamos a decirle que se apresurara en lo que queríamos oír, cuando vimos cómo se transformó ante nuestros ojos. Pasó de ser la niña sumisa a una mujer de mundo. Su rostro se tornó pícaro, mientras se soltaba el cabello dejándolo al aire como quién recuerda algo agradable y prosiguió su relato.

- Me puse a ver las fotos que había hecho ese día y poco a poco me fue venciendo el sueño. Coloqué la cámara en su estuche y poniendo la cabeza sobre la almohada caí en un sopor profundo, que quedé entre dormida y despierta.

Desde que llegamos a esa casa, no había observado el papel que cubría todas las paredes de la alcoba. En ella aparecían figuras hermosas, tanto de hombres como de mujeres. Se veían retozando en riachuelos y entre bosques.

Del lado de la habitación salió una luz que fue haciéndose más y más grande pero yo estaba medio dormida y no tenía fuerzas para levantarme y averiguar de dónde salía. Cerré los ojos y en ese momento sentí que algo me tocaba los pies. Quise sacudirlos pero no podía zafarme de esa sensación. Ahí mismo sentí que algo acariciaba mis piernas. Quería gritar, llamar a mi madre pero no salía un solo sonido de mi garganta. La sensación subía y subía, mi piel estaba erizada y sentía frío. La cobija voló de mi cama de un solo jalón y fue cuando empecé a sentir que algo acariciaba mi cara y los cabellos.

Todos estábamos con los ojos bien abiertos oyendo semejante historia.

- Pude sentir cómo mi pijama se salía de mi cuerpo dejándome desnuda y temblando de miedo. Unas manos, no se decirles si eran de hombre o de mujer pero eran de algún humano, acariciaban mis senos, a tal punto que lograron excitarlos tanto, que dolía por la dureza que alcanzaron.

Mientras tanto las otras manos se habían posesionado de mi vientre y lo acariciaban suavemente, de tal forma que ya no puse más resistencia y decidí disfrutar lo que me estaba pasando, no podía pelear con aquello era más fuerte que yo.

Entre abriendo los ojos pude ver luces que iban y venían, cual cocuyos en mi habitación. Era tan agradable lo que me estremecía que los volví a cerrar para deleitarme con ese placer indescriptible, que jamás hubiese pensado existiera. Solo me entregué a los espasmos explosivos que se ocasionaban dentro de mí uno tras otro en ese momento.

Llegó un instante en que sentí que eran muchas manos las que tocaban mi cuerpo y un estado de excitación total me hacía retorcer entre las sábanas.

De repente, algo, que no sé cómo describirlo, sino como una lanza ardiente que atravesó  mi intimidad haciéndome llorar y gemir de placer hizo que mi cuerpo se estremeciera por un largo tiempo, las gotas de sudor habían empapado la cama.

Al rato, las luces habían desaparecido y al abrir los ojos, me encontré desnuda y un hilo de sangre que simulaba un pequeño mapa sobre la sábana, el cual decía que ya mi virginidad había sido robada por algo esa noche.

No supe cómo explicárselo a mis padres. Pensé que jamás me creerían y dirían que solo había sido un sueño, por lo que opté por no relatarles el episodio de esa noche.

Luego de ese evento, los días que faltaban para permanecer en esa casa, estuvieron llenas de sexo y placer. Todas las noches me despedía de mis padres para correr al encuentro de eso que me hacía sentir viva.

El silencio fue rotundo entre sus amigos, cuando de repente rompieron en aplausos y felicitaciones por tan maravilloso relato. Que imaginación más buena, le dijeron. Deberías escribir un libro, estamos seguros que te lo publican inmediatamente y le dieron el primer lugar, no por el secreto, sino por el mejor cuento fantasioso que hubiesen oído.

Soledad reía y elevando su vaso para brindar recordaba, que dentro de dos días volvería a visitar aquella casa que había comprado, donde todas sus noches estaban llenas de caricias y sensualidad. Cada vez era distinto, excitante y atrevido. Jamás se preguntó, qué pasaba en esa casa. Ese fue su secreto más íntimo en toda su vida.

Así termina la primera confesión, no te pierdas las siguientes nueve. Todas tienen una pizca de tí. 




Carmen Pacheco
lasculpasylamuertedelamorii@hotmail.com
@Erotismo10
11 de diciembre de 2015

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