En estos días, en que se
aproximaban las fiestas decembrinas, algunos de los vecinos del lugar,
acostumbraban a salir de viaje para pasarlo donde los padres u otro familiar.
Existían los que huían como si alguien o algo los persiguiera. Lo único que
querían era no estar en su casa para esas fechas.
Estábamos reunidos, un grupo de
amigos, en una noche de frío tomándonos un roncito alrededor de una fogata que
logramos encender en la parte trasera de la casa de Milagros. Queríamos recibir
la Pascua de una forma distinta a las de siempre. Es por eso que la primera
condición fue que asistiéramos lo más informal posible. Raúl, como siempre fue
el más fresco de todos, se presentó con ropa de dormir, pantuflas y gorro para
el frío. Así era él, siempre daba la nota diferente para hacernos reír.
La reunión comenzó a las 8 de la
noche. En casa de Milagros sus padres se habían ido a celebrar las fiestas en
un lugar nocturno, al estilo de los cincuenta. Teníamos la casa para
nosotros solos. Estaríamos tranquilos como siempre, claro, eso si la mezcla de
las bebidas no era alterada por Diego que se la daba de químico y en muchas
reuniones terminábamos en el baño volteando el estómago.
Ya iban a dar las once y media,
cuando luego de cenar un rico plato navideño,
nos sentamos a ver el danzar de las llamas que salían de la hoguera mientras que
alguien se turnaba avivándola para así no perder el calorcito que de ella
emanaba.
En nuestras reuniones de Pascua, los que participaban, tenían que hacer confesiones, de cualquier
índole, sobre todo de cosas que nadie supiera. Siempre he pensado que un
traguito y un buen calor, le suelta la lengua a cualquiera.
Éramos diez amigos en ese
momento. Para evitar la pregunta ¿Quién comienza a relatar su confesión? decidimos, como los niños, colocar nuestros nombres dentro de una lata de
galleta, de esas viejas que tiene tu mamá con hilos o con postales de algún
familiar lejano, que alguna vez le mando.
Colocados los nombres en la lata
la agitaron, de modo que los papelitos se revolvieran dentro de ella y una mano
“pura”, cosa que estaba muy lejos que existiese entre ese grupo, sacaría la
primera víctima. Le tocó a la amiga Soledad. La chica se puso colorada y muy
nerviosa. Todos conocíamos lo relacionado con la vida de nuestra compañera, no
suponíamos que tuviese algo que no hubiese dicho.
Al que le tocaba hablar, tenía
que colocarse al frente de todos y confesar su secreto de la forma más creíblemente
posible. Se podían hacer gestos cual obra de teatro para darle más jocosidad al
momento.
Soledad era una chica muy
modosita, de esas que andan silenciosas y con cara de quién no rompe un plato.
Se levantó y se colocó en el sitio que había sido marcado con un X. Todos la aupábamos a que se relajara y que
recordara que estaba con sus mejores amigos, que lo que ella dijese allí, jamás
saldría de esa rueda de confesión. Todos gritaban, tomaban y reían al mismo
tiempo.
Soledad se acomodó el vestido, en
un afán de encontrar valor para lo que confesaría y con la cabeza baja y los
ojos entre cerrados, comenzó de esta manera…
- Hace algunos años, cuando tenía
diecisiete, mis padres nos llevaron, a mi hermanito y a mí a un paseo
vacacional, había pasado de grado y quisieron regalarnos unos días en un lugar
hermoso lejos de casa, así yo olvidaría el estrés de los estudios y me
dedicaría a lo que más me gusta, tomar fotos a mis anchas.
El lugar donde llegamos tenía un
estilo campestre, muy cómodo y espacioso. Por fortuna cada quién podía escoger su habitación. Atrás de la casa pasaba un río caudaloso, su
cantar nos llegaba cual arrullo tranquilizador. Se percibía la carrera
incesante que hacía y el choque de las piedras en su recorrido por el cauce. Estaba
bordeado de inmensos árboles frutales, que le daban una tonalidad algo oscura
al lugar pero era muy fresca. La luz del sol podía deslizarse por entre las ramas
de uno que otro árbol. El trinar de los pájaros, que hacían vida en ese lugar,
era fuerte y melodioso. Sabía que no necesitaría música para entretenerme ya
que también estaría buscando cómo capturarlos con mi cámara.
Mi hermano estaba feliz porque
encontró una casa hecha en la copa de uno de los árboles y tenía escalera para
llegar a ella. Serán las mejores vacaciones que tendré, dije para mí. Él estaría
ocupado en lo suyo y me dejaría tranquila.
El primer día la pasamos
arreglando las cosas que habíamos llevado y limpiamos el lugar. Mi padre fue al
pueblo más cercano por provisiones por el tiempo que estaríamos allí.
Al tercer día de mis vacaciones,
una noche me fui a dormir temprano porque había recorriendo el lugar sacando
fotos a cuanto bicho se moviera hasta el atardecer. Ya en la habitación, me di
un buen baño y me puse mi pijama.
Todos estábamos esperando el
secreto más grande y oscuro que Soledad tenía pero por el camino que iba,
pareciera que nos relataría “Soledad en su soledad” Ya íbamos a decirle que se
apresurara en lo que queríamos oír, cuando vimos cómo se transformó ante
nuestros ojos. Pasó de ser la niña sumisa a una mujer de mundo. Su rostro se
tornó pícaro, mientras se soltaba el cabello dejándolo al aire como quién
recuerda algo agradable y prosiguió su relato.
- Me puse a ver las fotos que
había hecho ese día y poco a poco me fue venciendo el sueño. Coloqué la cámara
en su estuche y poniendo la cabeza sobre la almohada caí en un sopor profundo, que quedé
entre dormida y despierta.
Desde que llegamos a esa casa, no
había observado el papel que cubría todas las paredes de la alcoba. En ella
aparecían figuras hermosas, tanto de hombres como de mujeres. Se veían retozando
en riachuelos y entre bosques.
Del lado de la habitación salió
una luz que fue haciéndose más y más grande pero yo estaba medio dormida y no
tenía fuerzas para levantarme y averiguar de dónde salía. Cerré los ojos y en
ese momento sentí que algo me tocaba los pies. Quise sacudirlos pero no podía
zafarme de esa sensación. Ahí mismo sentí que algo acariciaba mis piernas.
Quería gritar, llamar a mi madre pero no salía un solo sonido de mi garganta.
La sensación subía y subía, mi piel estaba erizada y sentía frío. La cobija
voló de mi cama de un solo jalón y fue cuando empecé a sentir que algo
acariciaba mi cara y los cabellos.
Todos estábamos con los ojos bien
abiertos oyendo semejante historia.
- Pude sentir cómo mi pijama se
salía de mi cuerpo dejándome desnuda y temblando de miedo. Unas manos,
no se decirles si eran de hombre o de mujer pero eran de algún humano,
acariciaban mis senos, a tal punto que lograron excitarlos tanto, que dolía por la dureza que alcanzaron.
Mientras tanto las otras manos se
habían posesionado de mi vientre y lo acariciaban suavemente, de tal forma que
ya no puse más resistencia y decidí disfrutar lo que me estaba pasando, no podía pelear con aquello era más fuerte que yo.
Entre abriendo los ojos pude ver
luces que iban y venían, cual cocuyos en mi habitación. Era tan agradable lo
que me estremecía que los volví a cerrar para deleitarme con ese placer indescriptible,
que jamás hubiese pensado existiera. Solo me entregué a los espasmos explosivos
que se ocasionaban dentro de mí uno tras otro en ese momento.
Llegó un instante en que sentí
que eran muchas manos las que tocaban mi cuerpo y un estado de excitación total
me hacía retorcer entre las sábanas.
De repente, algo, que no sé cómo describirlo, sino como una
lanza ardiente que atravesó mi intimidad haciéndome llorar y gemir de placer hizo que mi cuerpo
se estremeciera por un largo tiempo, las gotas de sudor habían empapado la cama.
Al rato, las luces habían
desaparecido y al abrir los ojos, me encontré desnuda y un hilo de sangre que
simulaba un pequeño mapa sobre la sábana, el cual decía que ya mi virginidad
había sido robada por algo esa noche.
No supe cómo explicárselo a mis
padres. Pensé que jamás me creerían y dirían que solo había sido un sueño, por
lo que opté por no relatarles el episodio de esa noche.
Luego de ese evento, los días que
faltaban para permanecer en esa casa, estuvieron llenas de sexo y placer. Todas
las noches me despedía de mis padres para correr al encuentro de eso que me
hacía sentir viva.
El silencio fue rotundo entre sus
amigos, cuando de repente rompieron en aplausos y felicitaciones por tan
maravilloso relato. Que imaginación más buena, le dijeron. Deberías escribir un
libro, estamos seguros que te lo publican inmediatamente y le dieron el primer lugar, no por el secreto, sino por el mejor cuento fantasioso que hubiesen oído.
Soledad reía y elevando su vaso
para brindar recordaba, que dentro de dos días volvería a visitar aquella casa que había comprado, donde todas sus noches estaban llenas de caricias y sensualidad. Cada vez era distinto, excitante y atrevido. Jamás se preguntó, qué pasaba en esa casa. Ese fue su
secreto más íntimo en toda su vida.
Así termina la primera confesión, no te pierdas las siguientes nueve. Todas tienen una pizca de tí.
Así termina la primera confesión, no te pierdas las siguientes nueve. Todas tienen una pizca de tí.
Carmen
Pacheco
lasculpasylamuertedelamorii@hotmail.com
@Erotismo10
11 de diciembre de 2015
@Erotismo10
11 de diciembre de 2015
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