jueves, 17 de diciembre de 2015

DIEZ SECRETOS EN NAVIDAD…








Tercera Confesión.

RAÚL EL EXCÉNTRICO...


Con el pasar de las horas, la llama de la fogata se apagaba, por lo que dos de los chicos se ofrecieron para buscar más leña por los alrededores de la casa de Milagros, con la condición de que nadie hablara de sus confesiones, mientras ellos buscaban.

El resto aprovechó para pertrecharse de golosinas y cosas para comer. Sacaron la otra botella de ron porque en las dos últimas confesiones, se habían tomado dos botellas. Conociéndose, cómo eran en cosas de juergas, cada uno se presentó con dos botellas, de distintas marcas, al final, nadie le interesó ese detalle. Lo único que querían era tomar y festejar la llegada de la Navidad.

Una de las mujeres corrió al baño, mientras que otras se ocuparon en hacer unas papas fritas con salsa de tomate, que a todos les encantaba comer mientras tomaban. Cuchicheando entre ellas, se reían de lo interesante que estaba resultando la reunión. Gisela le decía a Soledad – Amiga pero que bien guardado te habías tenido esa excitante experiencia. Todo este tiempo pensando que tu vida era rutinaria y de repente sabemos de semejante experiencia. Si hubiese sabido que las reuniones eran tan informativa, sincerándonos con los amigos, desde hace rato hubiese contado…. No se los voy a decir y se sonrió con un algo de maldad. Tendrán que esperar mi turno. Las otras se miraron y dijeron – ¿Gisela diciendo algo de ella? será trascendental porque tú eres muy cerrada, en cuanto a tus cosas personales. Y salieron riendo hacia el sitio donde estaban reunidos.

Ya los muchachos habían encontrado material para que la hoguera siguiera encendida. Colocaron la botella y la comida sobre una mesa improvisada, con candelabros de muchas velas, que le daba al ambiente un no sé qué de confidencialidad. Seguidamente empezaron a mover la lata. Luis, por haber sido el último en relatar su confesión fue el que sacó el nombre y le tocó en suerte a Raúl. Todos gritaron el nombre de Raúl incesantemente, -Raúl, Raúl, Raúl.

Alzó los brazos a manera de que ya sabía que le tocaba y se levantó con un vaso lleno de ron. Apresurando el trago se dispuso a contar su historia.

Daba risa verlo allí parado en pijama, siempre era el que nos hacía reír constantemente pero su rostro se transformó de la risa a lo dramático, cuando empezó a narrar.

- Yo vivía en uno de los suburbios más pobres de la ciudad. Éramos cinco hermanos y tenía el tercer lugar entre ellos. Muchas veces tuvimos que salir, desde muy jóvenes a las calles para buscar comida. Los pequeños se quedaban con nuestra madre. Mi padre no fue un buen ejemplo para nosotros pero eso no viene al caso, en este momento. Posiblemente sea parte de lo que ahora soy, hoy ustedes podrán entender, del porqué de mi forma de ser.

Todas las tardes, mamá nos arrimaba a un rinconcito del cuarto para aprender las letras, ya que no podíamos ir a la escuela. Salíamos a caminar por entre los carros para pedir algo qué llevar a la casa. Eran más las veces que llegábamos sin nada que lo que lográbamos encontrar.

Había ocasiones, en qué y no me enorgullezco de eso, nos escabullíamos por los mercados e íbamos agarrando algo aquí y allá. Ese día comíamos a cuerpo de Rey pero eso no era siempre.

Rondaba los dieciocho años por lo que ya estaba grande y no era fácil conseguir que te regalaran comida y mucho menos ropa.

Ese día, en que no había conseguido algo para llevar a la casa, me apoyé a una pared, sin ganas de regresar, no quería que me vieran con las manos vacías. En eso un hombre se me acercó y me preguntó sobre una dirección. Levanté la vista para ver quién era, no me sentía con ganas de hablar con la gente.

El tipo estaba muy bien vestido, se había bajado de un carro último modelo y olía a perfume caro. Tratando de no verle mucho la cara le expliqué por dónde debía ir para llegar a la dirección que buscaba. Él me dio las gracias y unos billetes. Seguí con la cabeza baja viendo cómo sus zapatos, relucientes, se alejaban del lugar.

Como loco salí corriendo y compré comida. Mamá preguntaba de dónde había sacado tanto dinero y le comenté lo que había pasado. Cuidado muchacho, me decía, tú no sabes las intenciones de ese hombre. Yo no entendí por qué mi madre me decía eso, si lo que importaba era, que había logrado llevar comida para la familia.

Ese día todos mis hermanitos pudieron acostarse con sus barrigas llenas y muy satisfechas, al igual que mi madre y yo.

Pasaron los días y yo no encontraba trabajo, era muy joven para unos y nada diestros para otros, así que seguí en las calles tratando de conseguir para comer. Recuerdo ese día como si fuera hoy. Al pasar por un Restaurant de lujo pude ver, sentado junto a otras personas aquel hombre que me había dado el dinero, no había ninguna duda era él. Me atreví y entré. Entenderán que las personas que estaban allí me vieron con desprecio pero a mí eso no me importaba, yo quería hablar con ese señor.

Al llegar a su mesa, él levantó la cara y escudriñándome muy detenidamente dijo. Ah! Eres tú, el que me dio la dirección aquel día e inmediatamente, se levantó y me saludó con un fuerte apretón de mano diciendo, Yo soy Crisanto. Todos en la mesa quedaron perplejos al ver el clase de comportamiento que tenía él para con uno de nuestra nivel.

Se excusó un momento y me llevó a un lado del Restaurant para conversar y preguntarme qué me había movido a entrar y buscarlo. Sin mayor tapujo, le lancé una petición. ¡Quiero ser como usted! El hombre se sonrió y dándome una palmada en la espalda, sacó de su saco una tarjeta y unos billetes. Te espero mañana a las ocho en punto en esa dirección – dijo seriamente.

Que les puedo decir, para mí fue maravilloso, que un hombre tan importante como él, me hubiese atendido y dado una tarjeta quería decir que ya mi vida empezaba a dar un vuelco impresionante hacia algo mejor.

-Pidió otro trago y continúo su relato. Claro que asistí a la cita. No fui con mis mejores galas porque para ese entonces, lo que llevaba encima eran las galas de todos los días.

Llegué a su Empresa y pregunté por él, inmediatamente me llevaron a su oficina. Al entrar estaba dándole órdenes a una secretaria y a otro señor, voltio a verme y me indicó que me sentara. Yo estaba deslumbrado por tanto lujo, ni en mis mejores sueños, había logrado imaginar que existiera un sitio como ese.

Luego de una media hora de espera, Crisanto apareció remangándose los puños de la camisa y pidiendo excusa por haber sido tan descortés, al dejarme esperando.

Empezó hacerme preguntas de toda índole y yo le contesté con la misma franqueza conque me las hacía. Me dijo – ¿Raúl quieres aprender el negocio de la moda? Necesito tener en la Empresa una persona de mi entera confianza. La paga no será problema, sólo tienes que acatar mis órdenes y necesidades.

¿Qué hubiesen dicho ustedes? Bueno, eso mismo le dije yo y empecé a trabajar al otro día. Por supuesto que primero pasamos por tiendas de ropa y zapato para caballero, era evidente que necesitaba estar a la altura de todos los que allí laboraban. Me adelantó el sueldo y esa noche le llegué a mi vieja con tremendo mercado. Se alegró muchísimo, por supuesto, sin embargo no dejó de repetir las mismas palabras que me había dicho cuándo lo conocí “Tú no sabes las intenciones de ese hombre”. Ya basta vieja –le dije- hoy que nos entra un poco de suerte me vas a dañar la noche y salí al patio para analizar lo que me estaba pasando pero no vi nada malo en ello.

Pasaron los primeros meses y éstos fueron de adiestramiento, tanto en lo que respecta al trabajo, a mejorar mi apariencia y la forma de comportarme ante la gente. Ya parecía un Pavo Real, con relojes finos y zapatos de marca. De mi cuerpo ya nos salían esos olores que indicaban pobreza, al contrario, usaba las fragancias más exquisitas del mercado. A todo eso me habían llevado las ansias de tener algo mejor y de ser alguien respetable.

Una noche en que salía de una reunión con mi jefe, el grupo de la oficina organizó un tipo de celebración por haber llegado a las metas impuestas, en un Restaurant de lujo. Ese día había quedado con una novia que tenía, en vernos en un lugar. Tuve que llamarla para cancelar la cita, le comenté el por qué y quedamos en vernos al día siguiente.

Desde que trabajaba en ese lugar, nunca había asistido a una de esas reuniones, que muy de vez en cuando ofrecían.

La fiesta no sería en el área del Restaurant, había una especie de salón que tenía el sitio adecuado, según dijeron algunos, donde lo menos que se hacía era comer.

La decoración era para distintos gustos,  en cuanto a sexo se refería. Todo era con clase. Las mujeres que allí estaban eran las más hermosas que hubiese visto. Eran mujeres y hombres jóvenes, que por pagarse sus estudios, dedicaban algunas horas en ganarse unas monedas, de una manera fácil, según pensaban algunos.

En una de las habitaciones se encontraba un grupo de la oficina y me invitaron para que viera lo que iba a pasar. Soy un hombre y no podía decirles que no porque se me tildaría de Gay, aclaro que no tengo problema con los que han decidido tener una proyección sexual distinta a la mía, los respeto pero yo no soy… así, bajó el vaso y pidió que se lo llenaran.

Al entrar a la habitación, me dijeron que hoy iniciarían a una virgen y que era un privilegio para mí, estar en ese momento, porque me haría apreciar mucho más a la mujer. A todo esto mi jefe no estaba por esos lados y yo miraba de un lado al otro para identificar a la virgen. Suponía que todo era con la aceptación de todos los que estaban allí, quiero decir, que todo era una especie de rito normal entre ellos. Esperen un momento que este trago que me dieron se me quedó varado en la garganta ¡Carajo! –dijo con un carraspeo fuerte y siguió hablando. 

Sin aviso alguno me sujetaron tres hombres, mientras que dos de las mujeres que estaban allí, me quitaban el pantalón y los calzoncillos. Yo trataba de zafarme pero no podía. Le daba cabezazos a los que lograba alcanzar pero era inútil. De repente apareció mi jefe y fue cuando entendí que la Virgen era yo.

De allí en adelante mi vida cambió completamente, mi excentricidad es la máscara que tengo para el mundo. Es mi forma de tratar de anular lo ocurrido. Es la razón del porqué nunca más pude verle los ojos a mi madre.

Hoy soy un hombre exitoso y con dinero. Tengo lo que siempre anhelé, materialmente hablando  pero ya no soy dueño de mi esencia, como hombre. Esa noche, no solamente perdí mi virginidad, también perdí mis sueños. La chica a la que amaba la perdí, tampoco pude enfrentarla.

¡Hoy ante ustedes me declaro Gay! y soy feliz diciéndoselo a mis amigos. Entendí que debo ser sincero conmigo principalmente y sacarle a la vida el mejor tajo de felicidad que pueda sin importar en qué bando estoy, sino lo bueno que dentro de mí existe.

Todos quedaron en silencio por un segundo. Viéndose a los ojos, se levantaron y abrazaron a Raúl quedando, luego de esa confesión, más unidos a él.

Con esta confesión del amigo Raúl, solo nos faltan siete y pintan excitantes. No te las pierdas…



Carmen Pacheco
lasculpasylamuertedelamorii@hotmail.com
@Erotismo10
17 de diciembre de 2015









No hay comentarios:

Publicar un comentario