Tercera Confesión.
RAÚL EL EXCÉNTRICO...
Con el pasar de las horas, la llama de la fogata se apagaba, por lo que dos de los chicos se ofrecieron
para buscar más leña por los alrededores de la casa de Milagros, con la
condición de que nadie hablara de sus confesiones, mientras ellos buscaban.
El resto aprovechó para pertrecharse
de golosinas y cosas para comer. Sacaron la otra botella de ron porque en las
dos últimas confesiones, se habían tomado dos botellas. Conociéndose, cómo eran
en cosas de juergas, cada uno se presentó con dos botellas, de distintas
marcas, al final, nadie le interesó ese detalle. Lo único que querían era tomar
y festejar la llegada de la Navidad.
Una de las mujeres corrió al baño,
mientras que otras se ocuparon en hacer unas papas fritas con salsa de tomate,
que a todos les encantaba comer mientras tomaban. Cuchicheando entre ellas, se
reían de lo interesante que estaba resultando la reunión. Gisela le decía a
Soledad – Amiga pero que bien guardado te habías tenido esa excitante
experiencia. Todo este tiempo pensando que tu vida era rutinaria y de repente
sabemos de semejante experiencia. Si hubiese sabido que las reuniones eran tan informativa, sincerándonos con los amigos, desde hace rato hubiese contado….
No se los voy a decir y se sonrió con un algo de maldad. Tendrán que esperar mi
turno. Las otras se miraron y dijeron – ¿Gisela diciendo algo de ella? será trascendental porque tú eres muy cerrada, en cuanto a tus cosas personales. Y
salieron riendo hacia el sitio donde estaban reunidos.
Ya los muchachos habían
encontrado material para que la hoguera siguiera encendida. Colocaron la botella
y la comida sobre una mesa improvisada, con candelabros de muchas velas, que le
daba al ambiente un no sé qué de confidencialidad. Seguidamente empezaron a
mover la lata. Luis, por haber sido el último en relatar su confesión fue el
que sacó el nombre y le tocó en suerte a Raúl. Todos gritaron el nombre de Raúl
incesantemente, -Raúl, Raúl, Raúl.
Alzó los brazos a manera de que
ya sabía que le tocaba y se levantó con un vaso lleno de ron. Apresurando el trago
se dispuso a contar su historia.
Daba risa verlo allí parado en
pijama, siempre era el que nos hacía reír constantemente pero su rostro se
transformó de la risa a lo dramático, cuando empezó a narrar.
- Yo vivía en uno de los
suburbios más pobres de la ciudad. Éramos cinco hermanos y tenía el tercer
lugar entre ellos. Muchas veces tuvimos que salir, desde muy jóvenes a las
calles para buscar comida. Los pequeños se quedaban con nuestra madre. Mi padre
no fue un buen ejemplo para nosotros pero eso no viene al caso, en este
momento. Posiblemente sea parte de lo que ahora soy, hoy ustedes podrán
entender, del porqué de mi forma de ser.
Todas las tardes, mamá nos
arrimaba a un rinconcito del cuarto para aprender las letras, ya que no
podíamos ir a la escuela. Salíamos a caminar por entre los carros para pedir
algo qué llevar a la casa. Eran más las veces que llegábamos sin nada que lo
que lográbamos encontrar.
Había ocasiones, en qué y no me
enorgullezco de eso, nos escabullíamos por los mercados e íbamos agarrando algo
aquí y allá. Ese día comíamos a cuerpo de Rey pero eso no era siempre.
Rondaba los dieciocho años por lo
que ya estaba grande y no era fácil conseguir que te regalaran comida y mucho
menos ropa.
Ese día, en que no había
conseguido algo para llevar a la casa, me apoyé a una pared, sin ganas de regresar,
no quería que me vieran con las manos vacías. En eso un hombre se me acercó y
me preguntó sobre una dirección. Levanté la vista para ver quién era, no me
sentía con ganas de hablar con la gente.
El tipo estaba muy bien vestido,
se había bajado de un carro último modelo y olía a perfume caro. Tratando de no
verle mucho la cara le expliqué por dónde debía ir para llegar a la dirección
que buscaba. Él me dio las gracias y unos billetes. Seguí con la cabeza baja
viendo cómo sus zapatos, relucientes, se alejaban del lugar.
Como loco salí corriendo y compré
comida. Mamá preguntaba de dónde había sacado tanto dinero y le comenté lo que
había pasado. Cuidado muchacho, me decía, tú no sabes las intenciones de ese
hombre. Yo no entendí por qué mi madre me decía eso, si lo que importaba era,
que había logrado llevar comida para la familia.
Ese día todos mis hermanitos
pudieron acostarse con sus barrigas llenas y muy satisfechas, al igual que mi
madre y yo.
Pasaron los días y yo no
encontraba trabajo, era muy joven para unos y nada diestros para otros, así que
seguí en las calles tratando de conseguir para comer. Recuerdo ese día como si
fuera hoy. Al pasar por un Restaurant de lujo pude ver, sentado junto a otras
personas aquel hombre que me había dado el dinero, no había ninguna duda era
él. Me atreví y entré. Entenderán que las personas que estaban allí me
vieron con desprecio pero a mí eso no me importaba, yo quería hablar con ese
señor.
Al llegar a su mesa, él levantó
la cara y escudriñándome muy detenidamente dijo. Ah! Eres tú, el que me dio la
dirección aquel día e inmediatamente, se levantó y me saludó con un fuerte
apretón de mano diciendo, Yo soy Crisanto. Todos en la mesa quedaron perplejos al ver el clase de
comportamiento que tenía él para con uno de nuestra nivel.
Se excusó un momento y me llevó a
un lado del Restaurant para conversar y preguntarme qué me había movido a
entrar y buscarlo. Sin mayor tapujo, le lancé una petición. ¡Quiero ser como
usted! El hombre se sonrió y dándome una palmada en la espalda, sacó de su saco
una tarjeta y unos billetes. Te espero mañana a las ocho en punto en esa
dirección – dijo seriamente.
Que les puedo decir, para mí fue
maravilloso, que un hombre tan importante como él, me hubiese atendido y dado
una tarjeta quería decir que ya mi vida empezaba a dar un vuelco impresionante
hacia algo mejor.
-Pidió otro trago y continúo su
relato. Claro que asistí a la cita. No fui con mis mejores galas porque para
ese entonces, lo que llevaba encima eran las galas de todos los días.
Llegué a su Empresa y pregunté
por él, inmediatamente me llevaron a su oficina. Al entrar estaba dándole
órdenes a una secretaria y a otro señor, voltio a verme y me indicó que me
sentara. Yo estaba deslumbrado por tanto lujo, ni en mis mejores sueños, había
logrado imaginar que existiera un sitio como ese.
Luego de una media hora de
espera, Crisanto apareció remangándose los puños de la camisa y pidiendo excusa
por haber sido tan descortés, al dejarme esperando.
Empezó hacerme preguntas de toda
índole y yo le contesté con la misma franqueza conque me las hacía. Me dijo – ¿Raúl
quieres aprender el negocio de la moda? Necesito tener en la Empresa una
persona de mi entera confianza. La paga no será problema, sólo tienes que
acatar mis órdenes y necesidades.
¿Qué hubiesen dicho ustedes?
Bueno, eso mismo le dije yo y empecé a trabajar al otro día. Por supuesto que
primero pasamos por tiendas de ropa y zapato para caballero, era evidente que necesitaba
estar a la altura de todos los que allí laboraban. Me adelantó el sueldo y esa
noche le llegué a mi vieja con tremendo mercado. Se alegró muchísimo, por
supuesto, sin embargo no dejó de repetir las mismas palabras que me había dicho
cuándo lo conocí “Tú no sabes las intenciones de ese hombre”. Ya basta vieja –le
dije- hoy que nos entra un poco de suerte me vas a dañar la noche y salí al
patio para analizar lo que me estaba pasando pero no vi nada malo en ello.
Pasaron los primeros meses y éstos fueron de adiestramiento, tanto en lo que respecta al trabajo, a mejorar mi
apariencia y la forma de comportarme ante la gente. Ya parecía un Pavo Real,
con relojes finos y zapatos de marca. De mi cuerpo ya nos salían esos olores
que indicaban pobreza, al contrario, usaba las fragancias más exquisitas del
mercado. A todo eso me habían llevado las ansias de tener algo mejor y de ser
alguien respetable.
Una noche en que salía de una
reunión con mi jefe, el grupo de la oficina organizó un tipo de celebración por
haber llegado a las metas impuestas, en un Restaurant de lujo. Ese día había
quedado con una novia que tenía, en vernos en un lugar. Tuve que llamarla para
cancelar la cita, le comenté el por qué y quedamos en vernos al día siguiente.
Desde que trabajaba en ese lugar,
nunca había asistido a una de esas reuniones, que muy de vez en cuando ofrecían.
La fiesta no sería en el área del
Restaurant, había una especie de salón que tenía el sitio adecuado, según
dijeron algunos, donde lo menos que se hacía era comer.
La decoración era para distintos
gustos, en cuanto a sexo se refería. Todo
era con clase. Las mujeres que allí estaban eran las más hermosas que hubiese
visto. Eran mujeres y hombres jóvenes, que por pagarse sus estudios, dedicaban
algunas horas en ganarse unas monedas, de una manera fácil, según pensaban
algunos.
En una de las habitaciones se encontraba un grupo de la oficina y me invitaron para que
viera lo que iba a pasar. Soy un hombre y no podía decirles que no porque se me
tildaría de Gay, aclaro que no tengo problema con los que han decidido tener
una proyección sexual distinta a la mía, los respeto pero yo no soy… así, bajó
el vaso y pidió que se lo llenaran.
Al entrar a la habitación, me
dijeron que hoy iniciarían a una virgen y que era un privilegio para mí, estar
en ese momento, porque me haría apreciar mucho más a la mujer. A todo esto mi
jefe no estaba por esos lados y yo miraba de un lado al otro para identificar a
la virgen. Suponía que todo era con la aceptación de todos los que estaban
allí, quiero decir, que todo era una especie de rito normal entre ellos. Esperen
un momento que este trago que me dieron se me quedó varado en la garganta ¡Carajo! –dijo con un carraspeo fuerte y siguió hablando.
Sin aviso alguno me sujetaron
tres hombres, mientras que dos de las mujeres que estaban allí, me quitaban el
pantalón y los calzoncillos. Yo trataba de zafarme pero no podía. Le daba cabezazos
a los que lograba alcanzar pero era inútil. De repente apareció mi jefe y fue
cuando entendí que la Virgen era yo.
De allí en adelante mi vida
cambió completamente, mi excentricidad es la máscara que tengo para el mundo. Es
mi forma de tratar de anular lo ocurrido. Es la razón del porqué nunca más pude
verle los ojos a mi madre.
Hoy soy un hombre exitoso y con
dinero. Tengo lo que siempre anhelé, materialmente hablando pero ya no soy dueño de mi
esencia, como hombre. Esa noche, no solamente perdí mi virginidad, también
perdí mis sueños. La chica a la que amaba la perdí, tampoco pude enfrentarla.
¡Hoy ante ustedes me declaro Gay! y soy feliz diciéndoselo a mis amigos. Entendí que debo ser sincero conmigo principalmente y sacarle a la vida el mejor tajo de felicidad que pueda sin importar en qué bando estoy, sino lo bueno que dentro de mí existe.
Todos quedaron en silencio por un segundo. Viéndose a los ojos, se levantaron y abrazaron a Raúl quedando,
luego de esa confesión, más unidos a él.
Con esta confesión del amigo
Raúl, solo nos faltan siete y pintan excitantes. No te las pierdas…
Carmen
Pacheco
lasculpasylamuertedelamorii@hotmail.com
@Erotismo10
17
de diciembre de 2015
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