El cielo dejaba escurrir su
manto de estrellas por toda la playa. Era un día muy especial, que solo ocurría
cada cierto tiempo. Mercedes jamás supuso que sería testigo de un acontecimiento
de la naturaleza y mucho menos de la forma en que lo disfrutaría.
Estaba vestida con un short negro y una hermosa blusa de seda, de tonalidad ocre. A cada envión de
aire, la tela rosaba su piel blanca como la luna, con tanta delicadeza, que excitaba
todo su cuerpo, hasta el punto de sentir gozo cada vez que esto ocurría.
Días atrás, su amiga Maritza le había presentado a un muchacho llamado Julián. Era alto y con una cabellera
larga hasta los hombros, que daba la impresión que eran cuerdas de oro que guindaban de su cabeza. Ojos
negros y ensoñadores. Sus labios amplios y seductores no dejaban que Mercedes
le pusiera atención a lo que él le contaba.
Mercedes andaba en los
veinticinco años y sentía que el tiempo se le iba de las manos. No había tenido
novio, en el amplio sentido de la palabra, además era muy joven, según su madre.
Una que otra conquista había tenido pero muy insípidas. Siempre les conseguía
algún defecto y al final terminaba con la relación en un abrir y cerrar de
boca. Su madre la llamaba la “Perfecta” y eso la hacía enojar.
No es que buscara la
perfección hecha hombre pero por lo menos que se acercaran un poquito a su concepto
de hombre enamorado y amante.
Esa noche había decidido
disfrutar de la reunión y se instaló, con sus amigos a un lado del jardín para
conversar y contarse los pormenores de la semana. Entre ellos estaba Francisco,
al que siempre le había gustado Mercedes. Ella lo sabía pero lo prefería como
amigo y no como novio. Ya le conocía su forma de ser y en verdad, no le atraía
en lo más mínimo la forma yoista que acostumbraba tener con las conquistas que
le conocía. Como amigo era un encanto fiel y leal a la amistad. Sin embargo,
siempre dejaba escabullir una que otra frase romántica, cuando estaba junto a
ella.
La noche llegaba a sus profundidades,
cuando entró Julián al lugar. Los ojos de Mercedes se abrieron desmesuradamente
y no fue capaz de disimular lo que sintió en ese momento pero fue tan rápido
que ninguno de sus amigos se dio cuenta. Solo Él sintió el peso de su mirada al
entrar.
-¿Y por qué tan temprano te
vas, si apenas comienza la noche?- oyó que le decían a sus espaldas. Al darse
vuelta, él estaba tan cerca, que sus alientos se intercambiaron en el suspiro
que dieron al verse uno al otro. Fue un momento mágico, pareció que el mundo se
había detenido y que los únicos que respiraban en ese lugar eran ellos dos.
Mercedes reaccionó colocando
sus manos en el pecho de Julián para alejarse un poco de ese calor que le
trasmitía su mirada. No pudo dejar de palpar la dureza de su pecho y lo que esto
la hizo sentir, de inmediato comenzó a temblar. Sus rodillas se le doblaban y
agarrándose de una silla logró sentarse.
Era extraño pero nadie se
percató de esa reacción y los demás continuaron la conversación. Julián si lo
hizo y no le quitaba la mirada de encima a Mercedes. En un momento en que la charla
de los muchachos se hizo mutis, él se sentó al lado de Mercedes y la invitó a
caminar por la orilla de la playa para conversar -En verdad quiero conocerte-
le dijo Julián. Ella también quería conocerlo más. Quitándose los
zapatos emprendieron el camino hacia donde las olas van depositando sus
anhelos y posiblemente una que otra esperanza de vida que termina entre las
arenas blancas del lugar.
La conversación era muy
amena. Reían de todo. Comprendieron que tenían muchas cosas en común. Se habían
alejado del grupo y la noche los envolvió. Solo las estrellas observaban y brincaban
de alegría al ver que alguien compartía con ellas esa noche maravillosa.
Era imposible dejar pasar la
oportunidad de tocarse y sin pensarlo, un beso apasionado y sediento de
lujuria, se resbaló hacia sus labios y cayendo a la arena se iban despojando de
sus ropas. Ya estaban envueltos en las espumas del mar dejando salir sus ganas
de amarse y éstas se desbordaban cual torrente de agua retenida en una represa.
Al rato de estar amándose,
se dieron cuenta que sus cuerpos brillaban bajo la luz de la luna. Les pareció
extraño verse resplandecer pero a la vez
pensaron que era una señal de que eran bendecidos por la naturaleza en ese
momento de entrega por lo que siguieron amándose con más tranquilidad, en lo
que quedó de la noche.
Es por eso que todos los
años, en ese mismo mes vienen a la playa amarse a esa hora en que los seres
mitológicos del mar se hacen presentes para participar de una entrega sublime
de amor.
Carmen
Pacheco
lasculpasylamuertedelamorii@hotmail.com
lasculpasylamuertedelamorii@hotmail.com
@Erotismo10
7
de octubre de 2015
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