viernes, 9 de octubre de 2015

CAUTIVADORA COMO UNA NOCHE DE LUNA...




El tránsito era insoportable. Aunado al calor que hacía en esos días, la camioneta en la que transitaba hacia el trabajo parecía la quinta paila del infierno. No conforme con esto, el Chofer seguía subiendo personas al vehículo y parecían amalgamarse como si fuéramos una sola carne.

-Señora tenga cuidado con su bolso- decía por allá adelante un joven -que casi me saca un ojo. -Epa! No me hale el cabello- gritaba una mujer, mientras se recogía la larga melena. Yo había quedado entre un señor y un muchachito, con el maletín debajo del brazo y haciendo malabares para que no se me soltara porque si caía al piso, el pobre niño sufriría las consecuencias.

La camioneta se detuvo en una de esas paradas donde casi todo el mundo se baja pero también parece que todo el mundo se sube. Moviéndome hacia atrás para darle espacio a los que subían, se puso delante de mí una mujer alta y con un cuerpazo que no atiné a moverme y no me daba cuenta que una señora me estaba empujando para que le diera paso.

En una de esas subieron dos personas más y ahora sí estábamos estampados unos a los otros cual estampilla pero esta vez yo no puse repara alguno. Esa hermosa mujer, que se había subido estaba tan pegada a mí, que podía oler su cuerpo. Supe inmediatamente que estaba recién bañada. El aroma que emanaba de su cuello era de jabón y eso me embriagó toda la mente y empecé a decirle al compañero –Tranquilo amigo, que este no es el momento de aparecer, tranquilo…

La camioneta arrancó y en cada hueco que caía, nuestros cuerpos se rosaban fuertemente y aunque no quisiera, el amigo comenzó a sentir. Nadie se daba cuenta de lo que me pasaba pero la chica sí. Volteó la cara hacia mí y viéndome de arriba abajo, medio me sonrió y no dijo nada quedándose en el mismo sitio.

Volvió a detenerse el vehículo y bajaron y subieron pero nosotros permanecimos en el mismo lugar, cada vez más apretados. Era como si la estuviera abrazando junto a todo los pasajeros. Sin saberlo nos obligaban a permanecer en el mismo sitio. 

Era una morena de piel suave y reluciente. Cómo no describir sus hermosas nalgas, si durante la travesía las sentí palmo a palmo. Ni se imaginan lo que tuve que hacer para no acariciarlas con mis manos. Tenía una cinturita que invitaba al amor, como dice la canción. Su espalda era fuerte y un tanto ancha. Su cabellera la tenía al estilo afro y le quedaba cual modelo de pasarela.

Ya se acercaba mi parada pero yo no quería bajarme, ni loco que estuviera. Así que dejé que pasara mi oportunidad de llegar, algún día temprano, al trabajo. Se bajaron varias personas pero no las suficientes para que nos separáramos. Cual no fue mi sorpresa, cuando la mujer se volteó y quedó frente a mí. Estuve con la boca abierta por unos segundos y ella con un dedo acarició mi labio y me la cerró.

Tenía un rostro de ensueño. Puedo decir que lo que más, bueno…. no lo que más. En fin tenía unos ojos grandes y negros como la noche. De largas pestañas y nariz refinada. Su boca carnosa y grande. Sus ojos parecían despedir destellos mágicos. La línea de su rostro era la copia de algún retrato de Miguel Ángel, seguro que tenía descendientes europeos por su porte. En ese momento no controlé a nada, ni a nadie. Su cara quedó tan cerca, que solo tenía que bajar un poco para atraparle esos labios que parecían decir algo pero que yo no atinaba a oír. Me pegué más a ella y sin importarme el mundo la besé buscando la vida en ese beso. Ella pasó sus brazos por mi cuello y se entregó a sentir nuestros cuerpos en ese vaivén de la camioneta.

Ya habíamos recorrido bastante trecho y en una de esas que levanté la vista no encontré nada conocido. Ella seguía pegada a mí, aunque la camioneta se había vaciado en su totalidad. No quería pensar, solo quería sentir a esa mulata que con sus voluminosos senos atrapaban parte de mi pecho.

La camioneta llegó a su terminal y tuvimos que bajarnos. Fue cuando le pregunté al chofer si había un hotel cercano que no fuera de mala muerte y me indicó uno, que aunque modesto era decente. Sin mediar palabras, la mulata se sujetó a mi mano y se dejó llevar.

Lo que hicimos en ese hotel, jamás lo he podido repetir con ninguna mujer. Ella fue un delirio, una locura, una fiebre, que solamente da una vez en la vida y yo la viví con el ser más exquisito que tuve por unas breves horas…

-El que pregunte qué fue del maletín, hasta la fecha nunca supe dónde lo deje-




Carmen Pacheco
lasculpasylamuertedelamorii@hotmail.com
@Erotismo10
9 de octubre de 2015


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