domingo, 31 de julio de 2016

CUANDO EL CLOSET GRITA…



Ramiro era un joven bien agraciado. Desde pequeño siempre llamó la atención, por sus hermosos bucles dorados en su pequeña cabecita. El sol hacía que parecieran rayos de luz que guindaban e iluminaban el rostro del niño. Todos lo agasajaban y abrazaban.

Su padre se había alejado de la casa, cuando tenía ocho años. Dicen que era muy mujeriego y siempre tenía un amante en cada esquina. Llegó a tener una a dos casas de donde vivía con su familia. Una noche, la madre de Ramiro, se dio cuenta que ya no podía seguir mintiéndose y estaba segura que él jamás cambiaría, así que le preparó sus cosas y colocándolas en una maleta, se las dio y le abrió la puerta. Todo fue en silencio, nadie gritó y mucho menos suplicó. Sólo se oyó, cuando la puerta se cerró por el estruendoso ruido que hizo.

De esa forma el niño creció entre su madre, tías, hermanas y abuela. Todas querían lo mejor para él. Lo ayudaron a estudiar y logró graduarse con honores.

Nunca llevó una novia para que la conocieran. Siempre estaba rodeado de amigos y amigas pero sólo eso eran “amigos” De vez en cuando la familia se preguntaba la razón de que el muchacho no hubiese traído alguna chica. Era tan bueno en sus estudios y lo veían siempre rodeado de gente, que no le dieron la mayor importancia “En algún momento aparecerá la indicada” – Se decían-

Ramiro por su parte había pasado sus años de estudios tratando de hacerles creer que todo estaba bien. Nunca se quejó y mucho menos comentó lo que le había pasado, cuando estaba en los primeros años de su secundaria. Decidió dejarlo en el pasado y jamás hablar al respecto.

Pasó con muy buenas notas a la Universidad. Era una nueva vida para él. Alejado de su familia, creyó que podría vivir más tranquilo, ser él. Jamás pensó que la vida le tendría una sorpresa jamás esperada.

Los estudiantes se arremolinaban en un corredor del plantel frente a una cartelera, donde estaban los horarios de todos los años y los nombres de cada Profesor que impartirían las materias del año en curso. Cuando pudo llegar frente a dicha cartelera, sus ojos se abrieron al ver el nombre de quién le daría Matemática. Empezó a sudar frío y su cuerpo tembló tan fuerte que, sin darse cuenta cayó al suelo inconsciente.

Con un dolor muy fuerte de cabeza y llevándose las manos a ella fue abriendo los ojos muy despacio.
- Al fin despierta señor Ramiro- fue lo que oyó del otro lado de la habitación. Era el médico de la Universidad, que acercándose le preguntó cómo se sentía. Ramiro, aún sin saber por qué estaba allí, lo único que atinó a preguntarle fue - ¿Qué hago aquí Doctor?-

- Parece que tuviste un shock emocional porque te desmayaste y al caer, te golpeaste la cabeza muy fuerte, por eso el dolor. ¿Te había pasado eso, en otro momento? –Preguntó-

Ramiro se levanta, aún mareado y le contesta que no, jamás se había desmayado.

 - Entonces debiste recibir una fuerte impresión –acotó el Médico- ¿Qué viste en esa cartelera que te puso tan mal?

En ese momento recordó y entendió su desmayo. No tengo la menor idea Doctor –contestó. ¿Puedo retirarme?

- Me gustaría hacerte alguna placa porque el golpe que recibiste fue muy fuerte en la cabeza y así descartaríamos cualquier cosa que tengas o te haya ocasionado la caída. Por lo pronto tómate estas pastillas para el dolor- Las agarró y sin darle mayores explicaciones se despidió, dándole las gracias y salió rápido del consultorio.

En ese momento los pasillos de la Universidad estaban solos, ya todos estaban en clase. Se acercó, nuevamente, a la cartelera para confirmar lo que había visto y sí, allí estaba “Profesor de Matemáticas: Ildemaro González” Se agarró a la pared para no volver a caer y respirando, lo más profundo que pudo, dio media vuelta y se fue rápido hacia su habitación.

Sentía como si le hubiesen dado un golpe en la boca del estómago. No podía respirar. Sentía una opresión fuerte en el pecho. Quería gritar y gritar pero no era lo que debía hacer. Nadie debía de enterarse de lo que había pasado, hace tantos años atrás.

Acostado, le viene a la mente lo ocurrido cuando cursaba su primer año de secundaria. Con qué ilusión había empezado su bachillerato. Uniforme nuevo, libros bien forrados y unas inmensas ganas de pasar todas sus materias para así adelantarse a todos y salir más pronto hacia lo que era su ilusión, la Ingeniería.

Todos sus profesores se presentaron e indicaron lo que ellos esperaban de sus alumnos. Lo que podían y no podían hacer. Unos eran más estrictos que otros pero a Ramiro eso no le importaba, él daría el ciento por ciento en todas sus clases y le haría caso a todo lo que sus maestros dijeran.

Empezó su año escolar y fue haciéndose notar en todas las materias. Siempre era el que sacaba las mejores notas y su comportamiento era del alumno más tranquilo y educado del curso. Su profesor de Matemática, se asombraba al ver la forma de cómo aprendía tan rápido y la lógica que le aplicaba a los problemas matemáticos.

Un día le dijo que lo haría su asistente en clases, dado que sabía más que los otros estudiantes, él podría ayudarlo a poner al tanto a sus compañeros, en la materia pero que eso quedaba entre ellos para que los otros alumnos no se resintieran con él y lo trataran mal. No le importaba lo que dijeran sus compañeros era feliz al ver que lo tomaban en cuenta con semejante responsabilidad, por lo que aceptó no decirle a nadie sobre su ascenso.

Cierto día, cuando ya se retiraba hacia su casa, su profesor de Matemática, le pidió que se quedara un momento porque necesitaba explicarle algo para que se lo hiciera llegar a la clase. Cuando todos se habían ido, el profesor lo hizo entrar a su oficina. Le indicó que se sentara y que agarrara un caramelo de los que estaban sobre su escritorio. Ramiro tomó uno y quitándole el papel se llevó a la boca el caramelo. Era dulce, aunque tenía un sabor algo extraño pero pensó que sería uno de esos dulces caros, que él no había comido.

Sus recuerdos se atropellan y viene a su mente el rostro agitado de su profesor y de sus manos inmovilizándolo. No tenía fuerzas, no sabía cómo escapar del ataque brutal, del que era objeto. Tampoco entendía, cómo llegó a esa situación, no recordaba nada. Su rostro se llenó de lágrimas era imposible escapar de ese monstruo. Por lo que tuvo que quedarse tranquilo para no sentir más dolor. Cuando se sintió libre corrió hacia un rincón de la habitación y mientras buscaba sus pantalones, el malo le prohibía comentar lo que allí había pasado, bajo amenaza de sacarlo de la escuela, le hizo jurar que jamás se lo diría a nadie, total, le dijo es tu palabra contra la de un eminente Profesor. Ramiro no daba crédito a lo que oía, era muy joven pero entendía que había sido abusado por el hombre a quién más admiraba. Además de las advertencias hechas, jamás pudo decirle a nadie que se había equivocado colocando toda su admiración en un hombre malo, en un monstruo.

De allí en adelante se volvió taciturno, callado. Se encerró en sí mismo y no volvió a confiar en nadie.

Pensé, que después de tantos años, había superado ese episodio en mi vida, se dijo acostado en la cama de la Universidad. Con los ojos rojos e hinchados entendió que se había equivocado. Ese fantasma lo llevaba consigo, aunque jamás pronunciara su nombre y ahora hacía su aparición, de nuevo, en ella. No sabía cómo podría lidiar con algo que lo marcó tan poderosamente en su adolescencia. Aún ese niño estaba asustado. Lo que sí estaba claro era que tenía que volver a la Universidad.

No tendría clases de Matemáticas, hasta la otra semana. Era algo de tiempo para saber qué haría cuando lo tuviera frente  a él.

Cuando terminaba sus clases, corría hacia su habitación. Los momentos en que tenía que ir a la Biblioteca era un suplicio, se imaginaba que en cualquier momento entraría y se sentaría junto a él.

Los amigos de su infancia, que también lograron ser admitidos en esa Universidad, lo invitaban a fiestas y reuniones pero él siempre les daba una excusa para no ir.

Siempre le molestó no poder tener una novia, como sus amigos. Los veía tan felices compartiendo con ellas, que sentía envidia de no ser igual a ellos. Una de las pocas reuniones que asistía era al teatro o cuando se reunían a un conservatorio de algún libro en especial. Cierto día, que le tocaba leer un capítulo del libro de la semana, entró al recinto un integrante nuevo. No entendió por qué se había puesto nervioso al verlo. Volvió sus ojos a las letras y empezó a leer.

¡Lo que faltaba!, se dijo Ramiro, creo que me llama la atención Fredy. Si yo he estado esperando una mujer para ser feliz, ahora lo veo a él y ¡Experimento cosas que con ninguna chica he sentido! Eso hizo que se alejara un tanto del grupo y volvió a encerrarse en sus pensamientos y miedos.

Llegó el momento de enfrentar a la bestia. Ese día le tocaba Matemáticas, se colocaría en la parte de atrás para que ni lo notara pero cuando entró, todos los asientos traseros estaban llenos. Nadie quería estar en primera fila en Matemáticas. Sus piernas casi se doblan al entender que tendría que estar frente al hombre que le hizo tanto daño. Lo único bueno fue que a su lado se sentó Fredy, se saludaron y lejos de tranquilizarlo, se puso más nervioso.

Buenos días señores –dijo el Profesor- Todos contestaron con un “Buenos días Profeso”. Es bueno ver que hay bastante asistencia a mi clase espero que sigan así en la mitad del año –dijo- Yo no acostumbro a trabajar con libros, así que o están atentos a lo que digo y toman notas o pierden un día de clase, que es lo mismo, un día de sus vidas –acotó.

Hasta el momento ese hombre no se ha dado cuenta de mi existencia, - se dijo Ramiro-. Cuando de repente dice: Señor Ramiro, díganos qué ha entendido hasta el momento. Al sacar sus ojos de la libreta que leía, vio, cómo con una mirada burlona y una sonrisa sarcástica, lo anima a responder. No se esperaba semejante situación. Quería pasar desapercibido y ahora lo pone a que responda ante todo el alumnado.

¿Qué pasa Señor Ramiro, le comieron la lengua los ratones o no estaba poniendo atención a la clase? Era mucho para él, definitivamente. Se levantó y tomando sus libros se dirigió a la puerta de salida.
¡Este es uno de los que creo no llegarán a la mitad del año! –dijo mientras lo veía salir-

¿Qué podría hacer para que ese hombre no le dañara su vida? Estaba tentado a desaparecer de la Universidad para jamás volver a verlo. Por su mente pasaron miles de posibilidades pero todas eran descabelladas. Cuando por fin se dio cuenta, que llevaba años huyendo y estaba cansado de darle más protagonismo del que debiera a una situación que había pasado años atrás, que trastocó su tranquilidad, su vida completamente era cierto pero estaba en el límite donde, muchas veces no hay regreso.

También estaba lo que había despertado Fredy en él. No era posible que le gustaran los hombres. Él se sentía muy macho, nunca, a pesar de haber sido criado entre mujeres, había inclinado su afecto por una persona de su mismo género. Pero este chico lo tenía intranquilo. Siempre aparecía en su mente. Mientras que estudiaba, su rostro se dibujaba entre las letras. Si oía música, todo lo relacionaba con él. Estaba a punto de volverse loco y se preguntaba “¿No era suficiente con lo del profesor para que también, ahora resultara que era Gay?”

Han pasado algunos días, luego de su encuentro con su pesadilla y había reflexionado mucho al respecto.

Ese fin de semana viajó para ver a su madre. Estando con ella, la sentó frente a él y le dijo que le contaría algo que jamás le ha dicho a nadie pero que había llegado el momento de hacerlo porque estaba por malograr, lo que le restaba de vida, ese secreto que guardaba.

La madre con una cara de asombro total, oía cada palabra que su hijo le relataba. Saltó del asombro a las lágrimas y de allí a la furia. – ¿Cómo es posible que no me hayas dicho lo ocurrido, yo habría salido en tu defensa y seguro le quitaba la cabeza sobre los hombros al desgraciado ese? – lloraban juntos y sus lágrimas llegaron a unirse en un pequeño pozo que se hizo, luego de un buen rato de desahogo. Ramiro sintió como si hubiese podido exorcizar ese maléfico día de su vida. Ya no cargaba con ese secreto sólo. Aparecieron fuerzas, donde, desde hace tiempo no estaban. Se las habían roto aquella mañana.

Al otro día, en un exquisito desayuno familiar, Ramiro le comentó a su madre que era Gay. Le explicó que lo supo porque, al fin se había dado cuenta que no le gustaban las chicas, sino como amigas y que en donde estudiaba había conocido a un muchacho que, desde el mismo momento que lo vio se enamoró de él. ¿Qué si él me corresponde? – Le dijo a su madre- No sé pero ese será una buena razón para ir a enfrentarme con quien quiso dañar mi vida. Lo que si estoy seguro, madre es que ya no tengo miedo y sé qué es lo que quiero. Fue buscando refugio y consiguió la fuerza para seguir adelante. Su familia lo quería por lo que era y no por lo que no era.

Ese día fue la primera vez que su madre lo veía tan alegre y decidido. Había pasado por la vida como una sombra y ahora, sabiendo que no está solo y que no fue responsable de aquel acto horroroso. Verlo retomar las riendas de su porvenir, con eso tenía  bastante. Su decisión de cómo vivirá es suya. Nadie debe tener el control de la felicidad de las personas. Cada quién es dueño de sus acciones y consecuencias y eso se respeta. Así se lo hizo saber a su hijo.

Esa mañana regresó a la Universidad y fue en busca de su amigo Fredy. Lo encontró en la Biblioteca, junto a sus otros amigos. No sabía qué le diría pero estaba seguro de lo que sentía. Lo menos que podía esperar era un puñetazo en la cara y perder la oportunidad de amar. Cuando lo encontró, sin mediar palabras le dio un gran beso. De esos besos que han sido escondidos, secuestrados, añorados por tantos años. En él le iba la vida y fue eso lo que le transmitió a Fredy. Hubo un momento de silencia y al separarse su mayor alegría fue, cuando su amigo lo abrazó dándole un tierno beso de bienvenida. Ambos quedaron sorprendidos de sus reacciones y se dieron cuenta, habían abierto el closet de par en par.

Los amigos que estaban alrededor de ellos, también quedaron sorprendidos pero aplaudieron la valentía de decirle al mundo ¡Este soy yo! Luego fueron a un café del centro y allí festejaron ese amor que nacía entre ellos dos.

Ya en la intimidad, Ramiro le cuenta lo que le había pasado en su niñez a Fredy y cómo le cambió la vida. Ambos decidieron enfrentar al Profesor, al monstruo de su adolescencia y buscar por todos los medios, que pagara por semejante atrocidad, ya que era seguro que muchos otros niños pasaron por lo mismo que él y podría estar pasando en ese momento. Personas como esas puede que bajen su perfil pero volverán a las andadas y muchos jóvenes seguirán en peligro.

Su vida cambió y hoy, aunque Fredy no sea el amor definitivo, siguen juntos luchando por un mundo de igualdad, en todos los sentidos.

¡Es necesario saber qué es lo que nos hace felices e ir en pos de eso!


Carmen Pacheco
lasculpasylamuertedelamorii@hotmail.com
@Erotismo10
31 de julio de 2016







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