Salta a mi mente esa pregunta ¿Por qué hay que olvidar? Ese
errante caballero, que logró entrar a tus costas, bien resguardadas, que valga
la acotación, trayendo un cargamento de emociones y esperanzas y que no había sido
invitado, mucho menos seducido, pero llegó. También debes decir que te hizo
sentir como nadie lo había hecho.
Cómo hacer para olvidar esa seducción literaria, unida a una
melodía de ensueños, que llegaba, antes que el gallo cantara, a tus oídos, aún
dormidos y que con una sola nota de su melodía hacía que vibraran mandando a tu
cerebro estímulos agradables para que éste a su vez lanzara una respuesta de
emoción por todo tu cuerpo. Despertándote con una sonrisa de complicidad divina.
¿Por qué olvidarlo? Si en el breve espacio de ese encuentro
penetrante resultó ser cual daga, punzante y ardiente, que se atrevió a tocar fibras nunca
rosadas por persona alguna y él con un solo movimiento de palabras logró que tu
humanidad se erizara en un segundo.
Es difícil no recordar, ese despertar atropellado de tu sensualidad
erótica. La vida cobró un sentido y tus amaneceres llegaban con un abrazo
etéreo. Pareciera venir de tierras muy lejanas, en el lomo de un poderoso
halcón, cuyas alas enormes rosaban tus mejillas como si fuera un beso
acaramelado. Penetrando nubes de algodón y deslizándose por un tobogán de arco
iris para así llegar repleto de luces y estrellas. Viajaba atiborrado de
sensaciones punzantes, que te hacían recordar esa hermosa condición de Hembra.
De ese juego emergió la mujer erótica que eres. La que no
necesitaba estar a su lado para imaginar fantasías exquisitas, donde los
personajes hacían lo que les era vedado por tantas cosas, entre ellas la breve
distancia en que se encontraban.
Después de tanto tiempo, regresan a ti todas esas locuras que envolvió
tu pluma haciendo que trazaras escenas deliciosas y fuertes, tanto que a tus
lectores los pusiste a gemir de gusto, por lo que eres tan culpable como él de
ese derroche de pasión alborotado que subió hasta el mayor clímax que jamás
habías vivido.
Llegó en barco de vela, de tierras muy recónditas y como un
conquistador, colocó su bandera, la que, en silencio hondeaba gracias a la
suave brisa de los recuerdos. Oh! Recuerdos, cómo sacarlos, luego de ser parte
de tu índole.
Traía tesoros inimaginables pero sólo una cajita envuelta en tela
de tul rosa, se había quedado refundida bajo las joyas, el oro y un incienso,
que penetró por todos tus poros, envolviéndote la mente para que no pensaras y
te dejaras llevar por lo llamativo pero menos valioso. Esa cajita fue la que,
estoy segura, te llegó muy adentro. Es por eso que la guardas en un lugar muy
especial y muy de vez en cuando la abres para recordar cómo lo percibías, palmo
a palmo con tu mente.
Esos besos sumergidos en pasión y esa sed de hombre, calmaron tus
ansias de una caricia, de un abrazo. También permitió aprovecharte de tantas
sensaciones allí guardadas para trasmitirle a tu pluma todas las ganas de
obsequiarle a tu amado el regalo de un buen encuentro sexual.
Entonces ¿Cómo puedes olvidarlo? Si se quedó asido a tu alma.
Difícil alejarse de los sentimientos esculpidos con esa sinceridad que da el
encuentro de dos almas parecidas y que queda en cada rincón de tu substancia
como mujer amante.
Sin importar el transitar del tiempo y aun cuando exhales hacia
otra forma de vida, siempre estará en tu mente efímera, tu amor callado y
excitante. Vivo y seductor. Alegre y comprensivo. Esos son los amores
eternos, como los de don Quijote y su Dulcinea. Mientras él conquistaba molinos
de viento, en su mente, siempre estaba ella, la mujer que se inventó para tener
una razón de vida y así seguir apostándole al amor y a seguir cuerdo en su
locura.
Jamás olvidaré…
Carmen Pacheco
Lasculpasylamuertedelamorii@hotmail.com
@Erotismo10
17 de julio de 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario