domingo, 8 de octubre de 2017

SEXO EN EL TREN




Era un hombre común. Pasaba por entre la multitud, sin despertar sentimiento alguno. Todos los días iba de su casa al trabajo y viceversa. No había algo que lo incitara a sonreír. Su vida se había convertido en una sarta de sueños truncados, la monotonía era su horizonte.

Pablo se había casado con Matilde hacía veinte años. De esa unión nacieron tres amores. Eran los ojos de Pablo pero se convirtieron en la vida de Matilde. Todo en su casa cambió. La atención fue trasladada, única y exclusivamente para los hijos. En esas noches de insomnio Pablo se volteaba y comenzaba a acariciar a su mujer sabiendo que estaba listo para hacerla sentir el calor de un hombre pero ella le apartaba la mano y se volteaba haciéndose la dormida. Pablo, muchas veces se vio en la necesidad de recurrir a esa técnica tan vieja para desahogar las ganas que tenía por sentirla y dejar así todo su manantial dentro de sus entrañas. Sólo que esa noche no sería.

A la mañana siguiente Matilde no comentaba nada y se adentraba a los quehaceres de su casa y sus hijos. Así fueron pasando los años y Pablo había ideado una forma de auto satisfacerse. Jamás dejó de intentarlo con Matilde pero aparecieron otros motivos del por qué “No”. Una noche eran los trillados dolores de cabeza, otros la menstruación, el niño requiere mi presencia y pare de contar. Se había convertido en una misión imposible. Él estaba muy enamorado de su mujer y por eso, también la justificaba.

Así fue pasando el tiempo y ya Pablo y Matilde no se encontraban, como mujer y hombre para hacer el amor. Ambos fueron envejeciendo, él con sus anhelos represados y ella con la decisión de ser ama de casa y más nada.

Para el mundo eran el matrimonio perfecto. Jamás se les oyó discutir, se les veía siempre en familia y se suponía que eso era lo que importaba para la sociedad. Pablo jamás había traicionado a Matilde. Como dije el “Matrimonio perfecto” Solo que la procesión iba por dentro y sin saberlo se encontraba a punto de explotar.

Cierta tarde, que Pablo salía del trabajo, el jefe le pidió que se quedara una hora más para que terminara un análisis de venta que tenían que exponer al día siguiente en la reunión de socios. Para Pablo era algo de rutina, no había por qué correr para ir a la casa, total no encontraría nada distinto a lo de todos los días.

Ya rondaba por los sesenta años y a pesar de su edad, la vida había sido benévola con él. Se mantenía en muy buenas condiciones. Le gustaba correr de vez en cuando para desestresarse e iba todos los sábados al parque y se quedaba tres horas. Sobre el asfalto dejaba la impotencia de no poder tener una vida sexual como todo el mundo lo hacía.

Ese día salió del trabajo a las nueve de la noche. Fue a la estación del tren encontrándola bastante despejada. No era común que él estuviera a esa hora en el tren. En el andén habían pocas personas esperando. Se había llevado algo de trabajo que debía terminar para el día siguiente. Se dijo, lo leo en el tren mientras viajo y al llegar a casa le hago las correcciones que necesitare.

En la distancia se oyó el pito del tren, que anunciaba su llegada. Al detenerse abrió sus puertas y su interior estaba sólo. Los otros pasajeros se embarcaron en distintos lugares del tren por lo que a él le tocó uno vacío. Mejor, se dijo, así no me interrumpen y trabajo un poco.

El tren salió de la estación entre chirridos de metales y bamboleo del vagón donde viajaba. Sacó sus lentes y se dispuso a leer el documento que llevaba. La distancia entre su trabajo y su casa eran de unas dos horas, así que tendría tiempo hasta de echar una pestañada. Inmerso en los papeles no observó que una joven, de unos veinticinco años, se había colado al lugar donde él estaba. La oye carraspear y al bajar el documento se encontró con una joven hermosa, blanca cual la nieve, el cabello alborotado del color de un atardecer. Sus ojos oscuros, como los de esas niñas traviesas, estaban sobre él, mientras jugaba con un mechó de su pelo, cosa que lo puso nervioso y sin saber hacia dónde mirar. Decidió regresar a lo que estaba haciendo. De repente sintió que unas manos le acariciaban la pierna y soltando las hojas vio que la joven estaba de rodillas entre ellas. Qué haces, le pregunta, tratando de alejarse de esas manos. Ella sólo movía sus manos entre sus muslos acariciándolo con vehemencia llegando hasta su ingle. Pablo no atinaba a gritar o a decir algo más alto que un “No” No lo hagas, No, No sigas pero ella sin dejar de verlo a los ojos le agarró el cinturón y lo fue soltando poco a poco. Pablo sentía que lo cubría una fuerza eléctrica y que su voz salía más queda cada vez pero siempre le repetía “No, No lo hagas” “Detente por favor” su voz no era escuchada ya era como el silbido de un asmático, apenas audible lo que salía de su boca. La chica ya le bajaba el cierre. No había nadie en ese vagón, a parte de ellos. Nadie vio lo que pasaba. El movimiento del tren aunaba más la sensación de placer que iba creciendo en Pablo. Sus ojos no daban crédito a lo que le estaba pasando y aún a lo que estaba sintiendo. Siempre había pensado, dado que Matilde no quería hacer el amor con él, en lo que llevaban de matrimonio, imaginó que estaba muerto de sensaciones y en ese momento su cuerpo era un manojo de ellas, indicándole que estaba más vivo que nunca.

Sus manos eran delgadas, con dedos largos y calientes. Con toda la destreza del que ha realizado ese movimiento, le sacó el pene y se lo llevó a la boca. Una boca carnosa y rosada, que junto a una lengua conocedora de lo que debía hacer, lo excitaba cada vez más. Quería gritar pero no podía, las sensaciones subían y bajaban en su cuerpo. A cada succión era una delicia indescriptible, a cada mordisco la locura total. Pablo se retorcía en el asiento agarrándose de los posa manos, cada vez que esa boca subía y bajaba por su miembro, dejando resbalar su saliva hasta su ropa. Así estuvieron unos minutos y como mujer entendida de lo que hacía, se subió a las caderas de Pablo y penetrándose ella misma lo cabalgó como una amazona enloquecida. Él al fin se entregó a los hechos y la tomó por sus ancas obligándola a sentirlo más y más profundo. Ya era ese hombre que una vez había sido y respondió como sólo él sabía hacerlo. Fueron minutos de delirio y deseo. Sus manos eran dirigidas hacia unos senos  hermosos, grandes y firmes, con unos pezones oscuros que apuntaban a matar, mientras ella gemía de placer. Ya la locura no se podía frenar, la hizo suya varias veces antes de llegar a su destino.

No hubo despedidas ni palabras entre ellos al bajarse del tren, cada uno tomó su camino como si nunca hubiese pasado nada pero para Pablo habían sido las horas más exquisitas que jamás había sentido. El Pablo que regresaba a su casa era otro hombre. Cuando llegó y saludó a Matilde, ésta notó algo extraño. Se le quedó viendo sin atinar a saber qué tenía de distinto, se volteó y se dijo, son cosas mías, que va a tener ese viejo, sino más edad y resabios.

Pablo esa noche no comió, se metió en el baño y permaneció allí oliendo su ropa que aún tenía el aroma íntimo de esa muchacha. El sólo olor le hacía recordar lo vivido y su sangre corria más rápido, dándole ganas de estar, nuevamente, dentro de esa hermosa mujer. Se bañó y acostó si decir palabras a su esposa. Esa noche soñó con ese vagón  del tren y que muchas manos lo acariciaban haciendo que se excitara como un niño dejando  así, la huella de su pecado sobre las sábanas.

Ya la vida de Pablo no era la misma. Entendió que a pesar de tener sus años podía hacer feliz a una mujer. Volvió a intentarlo con Matilde y cambió la rutina de buscarla pero fue inútil, ya Matilde, aquella mujer del cual se enamoró había muerto, en su lugar reinaba una mujer seca y amargada. A la semana siguiente empezó a salir tarde del trabajo, con la única esperanza de encontrarse, nuevamente, con aquella linda mujer. Pero fue inútil jamás la volvió a ver. Se convirtió en un fantasma que deambulaba por las noches entre los vagones del tren, con la única esperanza de encontrar a la mujer de los dedos calientes.




Carmen Pacheco
@Erotismo10
8 de octubre del 2017







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