Era una tarde soleada. Habían
pronosticado vientos con cielos nublados. El sol no hizo caso de las predicciones
y de igual manera mantenía el ambiente cálido e iluminado.
Caminaba por el boulevard
de San Mariño, cuando vi a una mujer que se tongoneaba al son de su propio
ritmo. Su falda, suave cual ala de mariposa se pegaba a sus cadera dejando ver
unas redondeadas nalgas, que al meneo fuerte de su vaivén, hacían
una danza cual tambores en plena jungla, ¡tras, tras, tras, tras! Era una
delicia la vista que se me ofrecía en ese momento pero tenía que cruzar hacia otra esquina para dirigirme al lugar de encuentro con unos amigos. De repente, un fuerte ventarrón azotó los pliegues de su falda y ésta comenzó a ondear locamente,
cual bandera al viento. Llevabas unas cajas en tus manos y no supiste qué hacer
en el momento. La escena se había convertido en una experiencia mágica y
sexual. Pude ver tus delicadas bragas que hacían juego con tu blusa. Eran de un
encaje negro, muy fino, que enmarcaban exquisitamente la redondez de tu joya.
Seguías indecisa, si
soltar las cajas o agarrarte la falda. Dabas vueltas en el sitio y de esa forma
reparé en tus piernas torneadas y de delicada piel, que se me antojaron como
las de una amazona, fuertes y delineadas. Estaba seguro que aguantarían una
embestida de este brioso corcel.
Al fin decidiste soltar
las cajas y con el rostro cual grana por la pena de saberte observada agarraste
la inquieta pieza y pusiste tus manos alrededor de tus piernas. En ese momento
te amé.
Pensé –Qué lástima, me
hubiese gustado seguir viéndote pelear contra el viento- cuando de repente una
bocanada de aire caliente pasó atropelladamente al raz del piso dejándose colar por entre tus piernas e inmediatamente,
con la cara descompuesta de delirio, diste paso a la sensación que éste aire te
dejaba. Fue como si una boca hubiese subido a tus cordilleras e hiciera que
todo tu ser se espigara de placer. Ya tus manos tocaban esos senos exquisitos
cual palomas que desean volar, y sin recordar dónde estabas, te deleitaste con
la suave y cálida sensación que te otorgó ese fogonazo de brisa. Yo, había
quedado perplejo con la escena que tenía frente a mí. No daba crédito de lo que era partícipe en ese momento. Mis ganas de hombre se
elevaron cual gallo en pleno amanecer. Quería abrazarte y besar esos labios
carnosos, que estaban en medio de la calle obsequiándose al primero que los
atrapara. ¡Mujer que ganas tenía de hacerte mía! Pero todo pasó tan rápido como
empezó. Agarraste tus cajas y seguiste caminando como si no hubiese pasado
nada. Mientras yo, tras de ti, me moría de deseos por tenerte. Jamás supiste de mi angustia, de mi pena. Sólo si llegases a leer estas letras, te identificarías con ellas.
Corrí a mi casa y sin
saludar entre al baño, con tu imagen en mi mente. Di rienda suelta a mis deseos
y por un momento te tuve de pie a cabeza. Tu falda la hice mía. De de tus senos
brotaron lirios y claveles. Mayor fue mi
sentir, cuando caí preso de mis fantasías y deseos, los cuales me llevaron a probar esa miel dorada que corría por entre tus piernas. Fue una delicia
lo que viví, hasta que comprendí que tú no sabrás lo que hicieron tu falda y
el viento con estas ganas de hacerte mía.
Carmen
Pacheco
@Erotismo10
23
de octubre de 2017
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