Estoy de
acuerdo, en que todos en este planeta andan buscando la persona perfecta o
ideal para compartir sus vidas. Nadie puede decir que ese tipo de expectativas les
resbala por el perfil de la indiferencia. Esas personas son, en mi opinión,
completamente hipócritas y disculpen mi forma de etiquetarlos pero todos en
esta vida necesitan amar y que los amen. Creo que estamos de acuerdo en eso.
A quién no
le gusta estar con esa persona que lee tus pensamientos y si no ha hecho el
curso de telepatía por lo menos está tan atento a nosotros, que se antepone a
nuestros deseos. Son extraterrestres, que fueron dejados en la tierra para ver
quién era el feliz terrícola que lo encontraba. Sí amigas y amigos, ellos están
entre nosotros. Se mueven en nuestro mundo y muchas veces los hemos tenido ante
nuestros ojos y no les hemos puesto atención.
Son un tipo
de personas que deambulan por el mundo tratando de magnificar su estadía en
este planeta. Estoy segura que llegaron para realizar una misión y se me antoja
que es una Misión de Amor. Hasta me atrevo a imaginar que ni ellos están al
tanto de que no son de estas estrellas. Muchas veces se encuentran en
situaciones, donde les extraña por sobre manera, la forma de actuar de muchas
personas y sienten que no encajan en algunos círculos pero, sin saberlo,
continúan en su caminar, con una meta en la mente.
Este tipo de
personas se pueden unir con cualquier otro representante de la tierra pero esto
no quiere decir que son felices. Recuerden que su misión es la de amar y brindar
amor, de seguir un camino, el cual ellos piensan es el indicado para su
elevación. Muchos no los comprenden y a veces hacen burla de su forma de ver la
vida. Sólo aquel que llegue a conocerlos, en su ser más íntimo sabrá de lo
hermosos que son en sus sentimientos.
Sucedió que
una de estas personas llegó al pueblo donde vivía Marisol. Mujer joven y con
una belleza inimaginable. Era la codicia de todos los que allí vivían. Las mujeres
la envidiaban y celaban y para los hombres era un sueño, el ideal de mujer que
todos querían tener en sus camas. Hasta el Padre de la parroquia volteaba para
verla, cuando pasaba cerca de la Iglesia.
Marisol no
había tenido novio alguno y eso que ya tenía diez y ocho años. Su madre la
había educado en la honestidad y la pureza por lo que jamás estaría con un hombre,
a menos que fuera la noche de su boda y escogido por su padre.
Todas las
tardes Marisol bajaba al río para bañarse, siempre era acompañada por su madre
o algún familiar. El padre de Marisol era la persona más importante del lugar,
podríamos decir casi el dueño de todo lo que estaba a veinte mil kilómetros a
la redonda por lo que su palabra era ley. Todo aquel que se
atreviera a meterse con Marisol, lo refundiría en la cárcel y sin saber cuándo
saldría. Está de más decir, que nunca estaba sola en el río, sólo esa tarde no la
acompañaron. Había la preparación del santo del lugar y para el poblado, dicha
fiesta era esperada todo el año. Esa tarde, cuando llegó al lugar donde se
bañaría, caminaba por entre los árboles
un hombre que no era de allí. Recorría el sendero buscando agua para llenar su
cantimplora y así seguir camino hasta el caserío más cercano. El pueblo estaba
pasando por un verano ardiente, sólo el río menguaba el calor de los lugareños
pero ese día y a esa hora, sólo se encontraba Marisol dispuesta a darse su baño
de rutina.
El hombre se
percató de su presencia y cautelosamente detuvo su andar.
Agudizó la vista para saber quién estaba por el camino. Cual no es su sorpresa,
al ver a una mujer despojándose de sus ropas y dejando al descubierto el cuerpo
más hermoso que jamás había contemplado por todo su andar en esta vida. Sin hacer
ruido se quedó observando cómo se bajaba la falda y la dejaba tirada en una piedra. Este hecho hizo que notara la escasa ropa interior que llevaba. Sus piernas morenas y bien
torneadas le dieron la impresión de ser alguien que laboraba en el campo. En un
instante quedó prendado. La blusa también salió volando hacia una rama y sus pechos
quedaron al descubierto. Éstos parecían seres que emergían de un sueño de
duendes y hadas. Fuertes, altivos, espigados y ciertamente apetitosos. Razones por las que merecían ser
disfrutados en ese momento, pensó el que la acechaba.
Él no daba crédito a tanta belleza en un solo ser. Sin pensarlo se fue deslizando, cual serpiente al asedio y logró llegar por detrás
de ella, sin que ésta se percatara. Al tomarla por la cintura hizo que sintiera
las inmensas ganas que tenía de poseerla. Marisol, virgen aún, sintió cómo una braza ardiente se movía entre
sus piernas. En ese momento, el caminante había decidido dejar a un lado sus
pensamientos de celibato y olvidándose del tiempo que llevaba sin tener sexo,
se fundió a ese cuerpo, con tanto furor que olvidó, por un momento, el por qué
iba hacia el otro caserío.
Cómo podía
dejar pasar esta oportunidad. Marisol representaba a esa mujer que tanto había
esperado y pasando sus manos por delante de ella, aprisionó sus exuberantes
pechos, con el miedo de que salieran volando cual palomas asustadas. En el
lugar sólo se podía escuchar el cantar del río y la fuerte respiración de los
que ya acostados en el suelo se buscaban para saciar el tiempo que había vivido,
cada uno, sin el contacto de otra piel.
A lo lejos
se oían voces de personas que buscaban a Marisol, ya había pasado el tiempo
suficiente para que ella regresara al pueblo. A pesar de su excitación la
penetraba con delicadeza y sus besos eran como un colibrí que revoloteaba
dentro de la boca de Marisol. Estaban prendados, no querían separarse. Se movían
al compás de sus corazones y el mundo había pasado a un nivel de menos
importancia. Sus ojos no perdieron cada sacudida del otro. Se reconocían
espiritualmente, definitivamente eran almas parecidas.
Ya están más
cerca las voces y entre besos lujuriosos y manos inquietas que apretujaban con ganas de seguir sintiéndose. Empezaron a despedirse sin una palabra. Fueron sus ojos quienes se dijeron adiós,
sabiendo que ese sería la única oportunidad de estar juntos. Marisol jamás supo
que había estado con un ser de otra galaxia pero fue el único que supo cómo
entrar a sus aposentos más recónditos y desde allí siempre lo espero en
silencio.
A los meses
del episodio libidinoso, Marisol comenzó a sentirse mal. Ya no comía, las
mañanas fueron un desastre entre náuseas y mareos. Su padre no entendía qué le
pasaba. Era la persona mejor vigilada en su alimentación. Siempre pensó que
podría casarla con uno de los hijos del caserío más próximo. Eran gente
acaudalada y su niña debía, según él, estar entre gente de bien. La abuela de
la chica comenzó a entender las razones del malestar de Marisol. Un día la cazó
vomitando y le dijo:
–Mi niña tú
has estado con algún hombre del pueblo-
Marisol apenada
asintió pero aclaró que no había sido con alguien del pueblo. La abuela dio un
paso hacia atrás y poniéndose la mano en la boca salió corriendo para hablar
con su hijo. Es en ese momento que Marisol entiende que ese caminante
desconocido había dejado dentro de ella mariposas de colores.
Al tiempo
nació una niña morena con ojos de cielo. Ella sería la continuación de los
hombres de otra galaxia y de esa forma comenzarían a modificarse las forma de
sentir del humano. Entenderían que sólo el amor puede hacerlos felices.
Me preguntas
si lo que acabo de relatarte fue cierto. Yo diría que cada vez que alguien te
acaricia como lo haría el ocaso cuando roza tu piel dejando un calor muy
intenso en tu alma. Cuando alguien te besa como no queriendo salirse de esa
comunión que brinda el intercambio de suspiros y de bellas sensaciones. Cuando te
compenetras con ese ser que para ti es único en el mundo. Te puedo contestar
que sí, lo que te relaté forma parte del verdadero amor y si no has sentido
todo eso es porque no ha llegado a ti la persona que te hará soñar, aun
sabiendo que no es para siempre, que durará un suspiro pero que permanecerá en ti hasta los confines
del mundo.
Carmen
Pacheco
@Erotismo10
22
de junio de 2017