Ella estaba
en la cocina preparando la cena de ese día. Había quedado sopa de dos almuerzos
atrás y calentaba en el horno unos
panes, le gustaba comerlos calientes y tostados. Entretenida como estaba, no
había oído el timbre del teléfono, que sonaba incesantemente.
Tomándolo dice:
- ¿Aló?
-¿Me abres?
Tenía tiempo
que no oía esa voz
- ¿Qué
quieres que abra, tu mente o tu corazón?
- No, la
puerta del pasillo.
Se quedó paralizada, sin entender de qué le hablaba. Había pasado mucho tiempo, desde que él estuvo en su casa.
Se quedó paralizada, sin entender de qué le hablaba. Había pasado mucho tiempo, desde que él estuvo en su casa.
Llevaba una
blusa fresca con dibujos apenas perceptibles y unos pantaloncitos cortos, que hacían relucir sus piernas color café. Los pies descalzos,
frescos y pegados a la tierra. Así sentía que podía controlar las cosas por las
que había pasado y no permitir que la volvieran agarrar desprevenida, que ilusa…
El sólo
imaginarlo cerca de ella, la puso a temblar. En un segundo pasó por su
mente el tiempo lejos de él y por qué estuvieron tan distanciados. No sabía si
salir corriendo o mandarlo a paseo.
Sonó el
timbre de la casa y la regresó al momento de tener que escoger, si salir o no.
Ya caminaba
hacia la puerta, cuando se dio cuenta que sus piernas temblaban, al punto de
tener que agarrarse de las paredes para no caer.
Abrió y allí estaba él. Alto, con su sonrisa encantadora y esos ojos inquietos como los de un niño, cuando lo llevan a una juguetería.
Al acercarse
a la reja para abrirle, se quedó parada frente a él por un instante y sus ojos
volvieron a retraerse, como cuando se encontraban y permanecían por
largo rato, uno ensimismado con el otro. Parecía que no hubiese pasado mucho
tiempo. Era la misma mirada tierna y profunda que los había hecho sentir que
estaban compenetrados en aquellos días de encuentros furtivos.
Bajando la
vista por un momento introdujo la llave al cilindro, le abrió la puerta y
quedaron parados allí, uno frente al otro por unos minutos más. Ninguno decía nada.
Sólo se miraban sin pestañear.
El empujó la
reja con mucha suavidad, mientras ella retrocedía para darle paso. Recuperándose
volvió a cerrar la puerta y pasó delante de él sin querer acercársele mucho. Toda
ella era un manojo de nervios. Él se dio cuenta porque también estaba nervioso
y no atinaba a pronunciar palabra alguna.
Fernando pudo
percibir ese aroma tan peculiar que tenía el hogar de Morena. Era como si
transitara por entre las paredes un sabor dulce entre miel y bambú. Todo volvía a su mente. Regresaron esos
recuerdos de amor incondicional, tan llenos de verdad y romanticismo.
Ella lo seguía
con la mirada y era entre creer y no creer, podría ser un espejismo de mi
mente, pensaba. Se habían dicho tantas cosas, prometido otras que a pesar de
jamás haber dejado de amarlo, le parecía un sueño el que él estuviera, así,
frente a ella, al alcance de un beso.
La vida, en
su antojo de darle un vuelco a la existencia de las personas había causado la
impresión de un efecto mariposa. Se sintieron como aquel día, en que bailaron
esa canción que tanto le gustaba a Morena. Se abrazaron, sin decir ni una
palabra, solo fue el palpitar de dos corazones que morían por volver a
sentirse, así, tan cerca. Fueron uno en esa danza, respirando el aire del otro
y poco a poco sus manos comenzaron a reconocerse, al mismo tiempo que sus bocas
buscaron ese elixir mágico, que jamás hallaron en otras. Sus salivas
llegaron a calmar esa sed de intimidad y entre beso y beso se miraban buscando
nuevamente ese aliento que los envolvió tiempo atrás y por el que tanto suspiraron
mientras estuvieron lejos.
Daba la impresión de haberse visto sólo hacía unos días. Su amor brotó de una forma tan natural, que
revivieron con más ardor, esos momentos de entrega.
La despertó una luz que se escurría por entre las cortinas iluminando la
habitación y pensó, otro sueño más, hasta cuándo seguiré añorando a este hombre
y al voltearse se dio cuenta que todo había sido real y que él seguía allí completamente relajado, en la
quietud del que se siente feliz. Lentamente se fue enrollando por su cuerpo buscando el calor que la enloqueció esa noche de amor. Y fue así que dos almas, que se habían
reconocido y alejado por circunstancias comprensibles volvían a unirse para seguir otro trayecto
más de vida. ¿Hasta cuándo? No importaba, el sentir sus pies fríos entre sus
sábanas era suficiente para seguir descubriendo ese ser que por alguna razón
llegó a su vida.
Carmen
Pacheco
@Erotismo10
5
de mayo de 2017
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