viernes, 5 de mayo de 2017

Y OCURRIÓ...







Ella estaba en la cocina preparando la cena de ese día. Había quedado sopa de dos almuerzos atrás  y calentaba en el horno unos panes, le gustaba comerlos calientes y tostados. Entretenida como estaba, no había oído el timbre del teléfono, que sonaba incesantemente.

Tomándolo dice:
- ¿Aló?
-¿Me abres?
Tenía tiempo que no oía esa voz
- ¿Qué quieres que abra, tu mente o tu corazón?
- No, la puerta del pasillo.
Se quedó paralizada, sin entender de qué le hablaba. Había pasado mucho tiempo, desde que él estuvo en su casa.

Llevaba una blusa fresca con dibujos apenas perceptibles y unos pantaloncitos cortos, que hacían relucir sus piernas color café. Los pies descalzos, frescos y pegados a la tierra. Así sentía que podía controlar las cosas por las que había pasado y no permitir que la volvieran agarrar desprevenida, que ilusa…  

El sólo imaginarlo cerca de ella, la puso a temblar. En un segundo pasó por su mente el tiempo lejos de él y por qué estuvieron tan distanciados. No sabía si salir corriendo o mandarlo a paseo.

Sonó el timbre de la casa y la regresó al momento de tener que escoger, si salir o no.

Ya caminaba hacia la puerta, cuando se dio cuenta que sus piernas temblaban, al punto de tener que agarrarse de las paredes para no caer.

Abrió y allí estaba él. Alto, con su sonrisa encantadora y esos ojos inquietos como los de un niño, cuando lo llevan a una juguetería.

Al acercarse a la reja para abrirle, se quedó parada frente a él por un instante y sus ojos volvieron a retraerse, como cuando se encontraban y permanecían por largo rato, uno ensimismado con el otro. Parecía que no hubiese pasado mucho tiempo. Era la misma mirada tierna y profunda que los había hecho sentir que estaban compenetrados en aquellos días de encuentros furtivos.

Bajando la vista por un momento introdujo la llave al cilindro, le abrió la puerta y quedaron parados allí, uno frente al otro por unos minutos más. Ninguno decía nada. Sólo se miraban sin pestañear.

El empujó la reja con mucha suavidad, mientras ella retrocedía para darle paso. Recuperándose volvió a cerrar la puerta y pasó delante de él sin querer acercársele mucho. Toda ella era un manojo de nervios. Él se dio cuenta porque también estaba nervioso y no atinaba a pronunciar palabra alguna.

Fernando pudo percibir ese aroma tan peculiar que tenía el hogar de Morena. Era como si transitara por entre las paredes un sabor dulce entre miel y bambú. Todo volvía a su mente. Regresaron esos recuerdos de amor incondicional, tan llenos de verdad y romanticismo.

Ella lo seguía con la mirada y era entre creer y no creer, podría ser un espejismo de mi mente, pensaba. Se habían dicho tantas cosas, prometido otras que a pesar de jamás haber dejado de amarlo, le parecía un sueño el que él estuviera, así, frente a ella, al alcance de un beso.

La vida, en su antojo de darle un vuelco a la existencia de las personas había causado la impresión de un efecto mariposa. Se sintieron como aquel día, en que bailaron esa canción que tanto le gustaba a Morena. Se abrazaron, sin decir ni una palabra, solo fue el palpitar de dos corazones que morían por volver a sentirse, así, tan cerca. Fueron uno en esa danza, respirando el aire del otro y poco a poco sus manos comenzaron a reconocerse, al mismo tiempo que sus bocas buscaron ese elixir mágico, que jamás hallaron en otras. Sus salivas llegaron a calmar esa sed de intimidad y entre beso y beso se miraban buscando nuevamente ese aliento que los envolvió tiempo atrás y por el que tanto suspiraron mientras estuvieron lejos.

Daba la impresión de haberse visto sólo hacía unos días. Su amor brotó  de una forma tan natural, que revivieron con más ardor, esos momentos de entrega. 

La despertó una luz que se escurría por entre las cortinas iluminando la habitación y pensó, otro sueño más, hasta cuándo seguiré añorando a este hombre y al voltearse se dio cuenta que todo había sido real y que él seguía allí completamente relajado, en la quietud del que se siente feliz. Lentamente se fue enrollando por su cuerpo buscando el calor que la enloqueció esa noche de amor. Y fue así que dos almas, que se habían reconocido y alejado por circunstancias comprensibles volvían a unirse para seguir otro trayecto más de vida. ¿Hasta cuándo? No importaba, el sentir sus pies fríos entre sus sábanas era suficiente para seguir descubriendo ese ser que por alguna razón llegó a su vida.



Carmen Pacheco
@Erotismo10
5 de mayo de 2017


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