El viento golpeaba incesantemente la
ventana, a tal punto que amenazaba con partirla en mil pedazos. Por entre
las rendijas se colaba la brisa y ese sonido infernal, que lo ensordecía todo.
Daba la impresión que miles de almas competían tras ella para entrar a la
habitación.
Era inevitable sentir miedo, la luz se
había ido, luego que explotara el transformador. Su cuerpo temblaba balo las
sábanas. A pesar del clima frío del momento, todo él sudaba copiosamente. En
eso sonaron las campanadas del reloj de la estancia, anunciando las tres de la
madrugada. Señal suficiente para entender que toda la casa había caído en
un embrujo. Sólo esperaba que saliera del closet un cuerpo nauseabundo clamando
por él y pidiendo que lo acompañara.
No tardó en hacerse realidad lo que
había pensado. La puerta se abrió y lentamente salían del closet unas pisadas
que llegaban hasta él haciendo chirridos en el piso de madera indicándole, que
algo se acercaban. Los dientes parecían castañuelas españolas en pleno baile de
flamenco. Fue muy rápido, la manta que lo cubría fue retirada con mucha
violencia, dejándolo en calzoncillos y muerto de frío.
En un abrir y cerrar de ojos se
encontró sobre la cubierta de un barco, en plena tormenta. El viento lo mecía
de un lado para otro dando la impresión que en cualquier momento se podría
voltear patas arriba. Con mucho sigilo se levantó y pudo constatar que se trata
de un barco en ruinas. Era de esos que naufragaron muchísimos años atrás. Todo
estaba deteriorado. Las velas ya no ondeaban, estaban sumidas en la tristeza y
el abandono. La brisa jugueteaba por entre las rendijas imprimiéndole un
aspecto lúgubre y fantasmagórico a todo aquel lugar.
Tras él se empezaron a mover las cosas.
Una puerta se abrió y de ella salió una hermosa mujer. A medida que se
aproximaba, a cada paso que daba, el barco iba cambiando de aspecto. Retomaba
lo que, alguna vez, pudo haber sido. La luz iluminó toda la popa y así fue
emergiendo música y vida por doquier en cada paso que ella daba.
Como una cascada se deslizó una melodía
suave y pegajosa invadiendo el lugar. Aparecieron unos músicos y las parejas se
volcaron a la pista y en un preludio de amor comenzaron a bailar.
Todo esto iba pasando mientras la Dama
se acercaba a donde estaba Evelio. La carne se le ponía de gallina. No podía
apartar los ojos de los de ella. Eran el infierno más hermoso. Daban la
impresión de botar fuego y a su vez hacían que perdiera el control de su mente.
Vestía muy extraño, a Evelio le pareció
haber visto ese tipo de atuendo en los libros de historia. Sin embargo le
quedaba extremadamente bien lo poco que traía.
Sintió un leve mareo. Fue cuando se dio
cuenta que navegaban rumbo hacia alta mar. En su mente estaba la imagen de él
en su cama en calzoncillos y ahora vestía ropa a la usanza de años atrás.
Todo esto pasaba en segundos. Ya tenía a la Dama a su lado respirando sobre su
boca. Decir petrificado no es la palabra que encontraría para explicar lo que
sentía Evelio. Les dejo a su imaginación que palabra entraría perfecta en ese
breve espacio entre ellos.
En fin, ya la tenía pegada a él. No
atinaba a mover un solo músculo. Ella sin apartarse chasqueó los dedos y en el
acto apareció un mesonero con dos copas de champan. Las tomó obsequiándole una
de las copas. La bebida estaba fría y burbujeante. Le acercó el trago a los
labios obligándolo a tomar rápido la primera copa. El líquido le resbaló por la
garganta arañando sus paredes. Casi se ahoga. Rápido aprendió aceptar el sabor,
la Dama le daba una tras otra copa, mientras pasaba sus largos dedos por entre sus
piernas doblegándolo de esa forma.
La cabeza le daba vueltas, se sentía
eufórico y atrevido. El camarote de la dama estaba extrañamente decorado. Había
velas por doquier y emanaba un aroma dulzón que embriagaba los sentidos. De
repente sintió un sabor ocre en la boca que lo hizo desear tomar más de aquel
líquido amarillento que lo hacía flotar y aceptar lo que la Dama le ofrecía.
Ya no tenía su ropa, a cambio una
sábana blanca los cubría a él y a la Dama. Ella volvió a besarlo, adentrándose
hasta la última palabra que le había salido esa mañana. Su cuerpo voluptuoso
estaba pegado a su piel. Era una visión de otro mundo esa mujer sobre sus
caderas. Sentía que estaba siendo violado una y otra vez, cuando en diferentes
momentos ella caía sobre él. Eso no dejaba de excitarlo, en cada envión sus
ganas crecían más y más.
La música entraba por el portillo de la
puerta. Los gritos desaforados de la fiesta que se había iniciado en todo el
barco, llegaban por las claraboyas dando la impresión de estar en una especie de
rito dantesco. En diferentes momentos el cuerpo maravilloso de la Dama se
transformaba en un cúmulo de huesos que danzaban sobre él y al instante sus ojos
negros indicaban que quería más y así Evelio se perdía entre sus fuertes
piernas y las curvas mágicas de su vientre.
Pasaban las horas y entre su borrachera
y lujuria observó cómo se retiraba, lentamente la Dama de su lecho. Lo último
que vio, antes de caer sumido en el sopor del licor fue a su amante
transformándose en calavera a medida que entraba a su camarote. Los huesos
gruñían cuando traspasaba el umbral, mostrando lo reluciente que era. En ese
momento perdió la noción del tiempo y cayó desmayado.
Al salir el sol, éste iluminó la
habitación despertándolo de inmediato. Lo primero que hizo fue ver hacia el
closet. La puerta estaba abierta y su boca mantenía ese sabor ocre que había
sentido en su sueño. O no sería un sueño…
Carmen Pacheco
@Erotismo10
28 de mayo de 2017
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