sábado, 3 de diciembre de 2016

ENTRE LA LUJURIA Y EL DESEO...




Lujuria… Palabra que ha sido estigmatizada en el correr de los tiempos, acotaba Graciela, en una ponencia ante los estudiantes universitarios del lugar.

Deseo… Otra palabra que han querido ensuciar amenazando con la ira de Dios, si nos atrevemos a sentir deseos. No quiero hacer de esto una polémica religiosa, en este momento pero la historia nos ha dicho, sobre toda la eclesiástica, que arderemos en la última paila, si disfrutamos el hacer el amor. Si hablamos de la visión que la mujer tenía para entonces diremos que era sometida a encierros, agresiones físicas y hasta intentaron, por todos los medios de que éstas no llegaran al pecado colocándoles cinturones de castidad.

- Profesora ¿Es posible que en esos días, no hubiese alguien bien entendido en el arte de las cerraduras que pudiese abrir ese cinturón, sin que lo supiera el padre o esposo de la desdichada mujer? – gritaba alguien de la parte de arriba del anfiteatro. Graciela le pidió su nombre y levantándose grito - Estéfano Profesora.  

Sonriendo, Graciela le contestó – Posiblemente existía la probabilidad de abrirla. Imagino la premura que tendrían en hacerlo, ya que en eso les iba la vida, definitivamente. Y de eso se trata el tema de hoy. “¿Qué significa la lujuria en nuestros tiempos?” Anoten lo que está en la pizarra es un libro que necesito que se lean para nuestro próximo encuentro.

Arriba Estéfano, le decía a su compañero – Cómo quisiera tener un encuentro con esa Profesora. Le lanzó un beso en silencio y salió riendo del lugar.

Graciela estaba recién mudada al lugar y todavía tenía cajas que abrir y cosas que guardar pero llegó tan casada, que se quitó los tacones y los dejó en el sitio. Se dirigió a la nevera para ver qué tendría para cenar esa noche. Encontrándose con queso, vino y dos rodajas de pan. Al ver lo que sería su cena, recordó la canción “Marcelino pan y vino” y se echó a reír.

Había llegado de la ciudad, luego de terminar con un novio, el cual llevaban algunos años. La separación la tocó muy profundo por lo que decidió poner distancia entre él y ella. Supuso que sería lo mejor para ir olvidándolo.

Mujer hermosa y bien proporcionada, con  treinta y siete años. Había sido una joven muy activa. Siempre entre los deportes y la música, su vida de estudiante los aprovechó sacando una buena carrera y logró mantener un hermoso cuerpo. De piel morena y cabello ondulado, el que aplacaba con un moño atrás para ir a dar clases pero cuando estaba en casa o salía a otras actividades, le gustaba llevarlo al viento, con un ganchito aquí y más nada. Su cabellera negra le daba la apariencia de pantera en asecho.

Su sonrisa era sonora y contagiosa. Tras sus labios carnosos, se guardaban una hilera de maravillosas perlas, que relucían cada vez que hablaba. Era difícil no percatarse del brillo de sus dientes cual marfil, que denotaba el cuidado a qué habían sido sometidos por mucho tiempo.

Vestida con unos pantaloncitos cortos y una blusa anudada a la cintura, se propuso empezar a desempacar algunas cajas. La música no podía faltar y colocó algo suave, que le generará tranquilidad y ganas de meterse entre todo lo que debía guardar.

Esa noche se acostó tarde pero logró hacer algo más de espacio, en el pequeño refugio que había encontrado. Al otro día era sábado, por lo que decidió quedarse un poco más entre las sábanas.

A mitad de mañana, una profesora que daba clases en la misma universidad, la llamó para invitarla a una reunión en casa de otra amiga. Graciela no era de las que le gustaba estar en fiestas, ella apreciaba más una buena taza de café y charlar junto amigos pero Maritza le insistió tanto que no le quedó otro remedio que aceptar. Bueno está bien – dijo. Nos vemos a las ocho de la noche en el lugar.

– Espera, ¿cómo debo ir vestida?
Pero ya la persona que la había llamado no estaba en la línea. No tenía su número para llamarla por lo que optó en pensar en una ropa casual, pantalones y una camisa, que precisamente se asomaba a una de las cajas.
Con eso iré –se dijo.

A las siete de la noche ya estaba arreglándose. Salió en su coche hacia el lugar, no quedaba muy lejos. Llegó en minutos a él. En el sitio había varios carros y la casa estaba iluminada completamente. Al bajarse podía oír la música y las risas de los que allí compartían. Se arregló el cabello y dándose una revisión rápida frente al espejo – dijo- Allá vamos.

La puerta estaba abierta y la gente salía y entraba. No conocía a nadie. En eso la llamaron por su nombre y al voltear vio a una diminuta mujer que trataba de llegar hasta ella empujando a los que estaban en su camino. Qué bueno que llegaste estaba por pedir ayuda a los Bomberos, al mismo tiempo que la abrazaba y lanzaba una risotada.

Soy Marisol, la asistente de la Dirección, -le decía estrechando su mano-. Vamos a la cocina para que elijas qué vas a tomar. Una canción de Gilberto Santa Rosa salía de las cornetas colocadas dentro y fuera de la casa.

Al llegar al laboratorio de bebidas, como lo había calificado  Marisol, se encontró con una especie de bar bien organizado. Al mando del expendio de licores estaba un hombre que preparaba y entregaba las bebidas, con la rapidez de un conocedor en la materia.

Marisol, al llegar le hizo señas para que se acercara. Quiero que conozcas nuestra última adquisición en Profesores calificados. Graciela se sonrojó y le iba a dar la mano, cuando llegaron tres personas pidiendo unas cervezas y otros tragos. Se volteó y comenzó a servir lo que pedían. Marisol la agarró por el brazo y la llevó a la otra habitación para seguir presentándola. Al darse cuenta Marisol que no habían escogido sus tragos regresó al laboratorio, dejándola con unos profesores para que fuera ambientándose, según le dijo al irse.

Pasadas algunas horas, ya estaba algo cansada. Definitivamente no se sentía con humor para fiestas y chismes de profesores. Buscó la puerta y se fue hacia un columpio que estaba afuera. Supuso que allí vivirían niños, aunque no los había visto. Se sentó en uno de esos balancines y se puso a ver las estrellas tratando de no pensar por lo que había pasado.

En eso oye una voz que le pregunta, - ¿será que pudo sentarme junto a ti para observar las estrellas? Al voltearse vio a un joven que se le venía acercando, con una botella de vino y dos copas.
Disculpa –le dijo- no pude presentarme bien, ella lo vio y no lo recordaba. Soy Estéfano el encargado del laboratorio. Estoy en tu clase de Literatura decía esto a la vez que le extendía su mano. Graciela no podía dejar de ver sus ojos. Tenían algo que le llamaban la atención. Sacudió su mente y dijo soy Graciela, mucho gusto.

Me asomé y te vi sentada aquí sola y con un vaso vacío y como ya me deshice del papel de Barman vine hacerte compañía, si la aceptas, claro está. Si claro le dijo.

En su mente sonó una alarme muy fuerte que le decía “Es un estudiante” no podía extenderse mucho en la charla con él, aunque, muy dentro de ella, le pareció encantador. Puso su cara seria y rescató su mano nerviosamente.

Estéfano era un joven muy ilustrado resultaba imposible dejarlo con la palabra en la boca. Llegaron a conocer algo, el uno del otro y cada vez era más interesante los temas que traían a colación. Graciela vio el reloj y se levantó de un salto diciendo que ya era tarde y debía acostarse  temprano. Estéfano no la detuvo, solo le volvió a tomar la mano y con mucha suavidad le dijo que había sido un placer conversar con ella. Volvieron a sonar las alarmas de Graciela y dando una vuelta y sin despedirse de Marisol emprendió la huida hacia su carro.

Algo había pasado en ese encuentro. Ambos estaban inquietos y deseosos de volver a verse pero retumbaba la palabra “ESTUDIANTE” entre ellos por lo que Graciela se acostó tratando de dejar a un lado cualquier pensamiento que se le viniera de Estéfano. Lográndose dormir como a las tres y media de la madrugada.

Al otro día era domingo y en ese lugar, la gente comenzaba su vida algo tarde, así que desayunó en una mesa que habilitó temporalmente. El recuerdo de Estéfano cubrió su mente completamente, al mismo tiempo que la invadía un temblor por toda la columna. Era una sensación de gusto, de lujuria que recorría todas las terminales nerviosas de su cuerpo, jamás había sentido esto con otra persona. Se levantó y se metió bajo la ducha tratando de remojar esas ganas de piel, boca, alma, sexo. Se vistió y salió a caminar por el parque del pueblo, con la intensión de dispersar sus pensamientos y sensaciones.

Llegó a su casa cayendo la tarde. Había un atardecer de película, que la hizo detenerse un rato, hasta que el ocaso llegó a su fin haciéndola regresar a su realidad. Ese momento la llenó de tranquilidad.

Cuando llegaba a su apartamento, se encontró con Estéfano, que la aguardaba a los pies de la escalera. Su corazón dio un vuelco y tratando de que no se le notara, le salió al paso, de la forma más tranquila que pudo – ¿Qué haces aquí Estéfano?- Éste se levantó de un salto y le dijo que necesitaba hablar con ella. ¿Y no puede esperar hasta mañana en la Universidad? – le contestó – Ya estaba nerviosa, no entendía qué pasaba con este hombre, que le robaba su tranquilidad. Fue muy tajante cuando le dijo, - Nos vemos mañana- y entró al edificio sin voltear. Sentía sus ojos en la espalda y estuvo a punto de girar pero apretó el paso y entró a su apartamento cerrando la puerta de un golpe. Esperaba que ese mensaje fuera suficiente para que no volviera a presentarse en su casa, de esa forma.

Los días pasaron y Estéfano no volvió a buscarla. Se sentaba en silencio en sus clases y era el primero en salir. La situación se había vuelta tensa para ambos. Sólo ellos lo sabían y lo sentían.

Pasó un mes y solo por asuntos de la materia tuvieron que estar frente a frente. Sus ojos se buscaban, como el mar besa la arena pero retrocedían inmediatamente. Una noche, en que Graciela se quedó en la Universidad revisando un material para la semana siguiente fue visitada por Estéfano. El aula estaba quieta y silenciosa. Ella levantó sus ojos mientras él se acercaba dónde estaba. En su cabeza comenzaron a sonar, distintos tipos de sirenas, alarmas, pitos, cornetas y cuando iba a decirle que no debería estar allí, él la atrajo hacia sí y la besó, con tal suavidad que desarmó todo el escándalo que emanaba de su cerebro. Se hizo un silencio total en ella y respondió a esa caricia deseada por mucho tiempo. Al terminar de besarla, la puso frente a él y le pidió que salieran del lugar – tengo algo que decirte- le dijo al oído. Su cuerpo se estremeció hasta la última fibra de su piel. Cerró las carpetas que tenía sobre la mesa y se dejó llevar por esa mano fuerte y cálida que le mostraba el camino.

En el trayecto no hablaron, sólo sentían cómo sus corazones palpitaban por los latidos de sus manos. Así llegaron al lugar. Al abrir la puerta Graciela concebía que estaba a punto de traspasar una línea negada para ella pero no lo pensó y lo dejó entrar cerrando la puerta suavemente, tras él.

Inmediatamente se acercó suavemente a su cuerpo y comenzó a besarla en el cuello, mientras sus manos acariciaban la línea de sus pechos. Su boca buscó la de él y fue como entrar en los confines de la locura. No quería despegarse de ese remolino de besos, de sensaciones jamás sentidas. De una lujuria desatada, que amenazaba con poseerla por completo.

Eran como dos animales en pleno apareo. Los gemidos de placer que emitían podían hacer pensar que lo que allí se estaba viviendo era el sentimiento más profundo que, cualquier humano haya deseado.

Ya sin ropa, en la entrada del dormitorio sus cuerpos se retorcían por las miles de sacudidas que despertaban sus juegos eróticos. No hubo lugar donde no se besaron. No dejaron espacio sin una caricia. Daba la impresión que ambos se conocían íntimamente. Se acoplaron rápido uno al otro y compensaron sus ansias de amor con caricias jamás sentidas, palabras nunca emitidas en otro momento similar. Sus cuerpos sudorosos y agotados, aún querían seguir sintiendo y se negaban a terminar con el idilio perfecto de mimos y emociones.

Se dieron un respiro y tirados en el suelo, ya no estaban las ganas de sexo, sino la necesidad de tocar la parte más íntima de cada uno, como su yo interno. Se sentían afortunados por permitirse llegar hasta ese lugar tan recóndito. Aún no terminaba la entrega. Era en ese momento que ocurría la verdadera rendición ante otro ser, que otorga vida, su vida. Ambos sintieron que alcanzaban a formar parte del otro, sin importar por cuánto tiempo.

Desde esa noche, sus vidas cambiaron y, aunque no era legítima su relación estuvieron de acuerdo en seguir conociéndose y disfrutando uno del otro.

Él ya estaba por graduarse y ella buscó dar clases en otra universidad. Lo importante era no dejar pasar esos hermosos momentos, que los hacían ser ellos mismos.



Carmen Pacheco
lasculpasylamuertedelamorii@hotmail.com
@Erotismo10
3 de diciembre de 2016




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