Ramiro era un joven bien agraciado. Desde pequeño siempre llamó la
atención, por sus hermosos bucles dorados en su pequeña cabecita. El sol hacía
que parecieran rayos de luz que guindaban e iluminaban el rostro del niño.
Todos lo agasajaban y abrazaban.
Su padre se había alejado de la casa, cuando tenía ocho años.
Dicen que era muy mujeriego y siempre tenía un amante en cada esquina. Llegó a
tener una a dos casas de donde vivía con su familia. Una noche, la madre de
Ramiro, se dio cuenta que ya no podía seguir mintiéndose y estaba segura que él
jamás cambiaría, así que le preparó sus cosas y colocándolas en una maleta, se
las dio y le abrió la puerta. Todo fue en silencio, nadie gritó y mucho menos
suplicó. Sólo se oyó, cuando la puerta se cerró por el estruendoso ruido que
hizo.
De esa forma el niño creció entre su madre, tías, hermanas y
abuela. Todas querían lo mejor para él. Lo ayudaron a estudiar y logró
graduarse con honores.
Nunca llevó una novia para que la conocieran. Siempre estaba
rodeado de amigos y amigas pero sólo eso eran “amigos” De vez en cuando la
familia se preguntaba la razón de que el muchacho no hubiese traído alguna
chica. Era tan bueno en sus estudios y lo veían siempre rodeado de gente, que
no le dieron la mayor importancia “En algún momento aparecerá la indicada” – Se
decían-
Ramiro por su parte había pasado sus años de estudios tratando de
hacerles creer que todo estaba bien. Nunca se quejó y mucho menos comentó lo
que le había pasado, cuando estaba en los primeros años de su secundaria.
Decidió dejarlo en el pasado y jamás hablar al respecto.
Pasó con muy buenas notas a la Universidad. Era una nueva vida
para él. Alejado de su familia, creyó que podría vivir más tranquilo, ser él.
Jamás pensó que la vida le tendría una sorpresa jamás esperada.
Los estudiantes se arremolinaban en un corredor del plantel frente
a una cartelera, donde estaban los horarios de todos los años y los nombres de
cada Profesor que impartirían las materias del año en curso. Cuando pudo llegar
frente a dicha cartelera, sus ojos se abrieron al ver el nombre de quién le
daría Matemática. Empezó a sudar frío y su cuerpo tembló tan fuerte que, sin
darse cuenta cayó al suelo inconsciente.
Con un dolor muy fuerte de cabeza y llevándose las manos a ella
fue abriendo los ojos muy despacio.
- Al fin despierta señor Ramiro- fue lo que oyó del otro lado de
la habitación. Era el médico de la Universidad, que acercándose le preguntó
cómo se sentía. Ramiro, aún sin saber por qué estaba allí, lo único que atinó a
preguntarle fue - ¿Qué hago aquí Doctor?-
- Parece que tuviste un shock emocional porque te desmayaste y al
caer, te golpeaste la cabeza muy fuerte, por eso el dolor. ¿Te había pasado
eso, en otro momento? –Preguntó-
Ramiro se levanta, aún mareado y le contesta que no, jamás se
había desmayado.
- Entonces debiste recibir una fuerte impresión –acotó el
Médico- ¿Qué viste en esa cartelera que te puso tan mal?
En ese momento recordó y entendió su desmayo. No tengo la menor
idea Doctor –contestó. ¿Puedo retirarme?
- Me gustaría hacerte alguna placa porque el golpe que recibiste
fue muy fuerte en la cabeza y así descartaríamos cualquier cosa que tengas o te
haya ocasionado la caída. Por lo pronto tómate estas pastillas para el dolor-
Las agarró y sin darle mayores explicaciones se despidió, dándole las gracias y
salió rápido del consultorio.
En ese momento los pasillos de la Universidad estaban solos, ya
todos estaban en clase. Se acercó, nuevamente, a la cartelera para confirmar lo
que había visto y sí, allí estaba “Profesor de Matemáticas: Ildemaro González”
Se agarró a la pared para no volver a caer y respirando, lo más profundo que
pudo, dio media vuelta y se fue rápido hacia su habitación.
Sentía como si le hubiesen dado un golpe en la boca del estómago.
No podía respirar. Sentía una opresión fuerte en el pecho. Quería gritar y
gritar pero no era lo que debía hacer. Nadie debía de enterarse de lo que había
pasado, hace tantos años atrás.
Acostado, le viene a la mente lo ocurrido cuando cursaba su primer
año de secundaria. Con qué ilusión había empezado su bachillerato. Uniforme
nuevo, libros bien forrados y unas inmensas ganas de pasar todas sus materias
para así adelantarse a todos y salir más pronto hacia lo que era su ilusión, la
Ingeniería.
Todos sus profesores se presentaron e indicaron lo que ellos
esperaban de sus alumnos. Lo que podían y no podían hacer. Unos eran más
estrictos que otros pero a Ramiro eso no le importaba, él daría el ciento por
ciento en todas sus clases y le haría caso a todo lo que sus maestros dijeran.
Empezó su año escolar y fue haciéndose notar en todas las
materias. Siempre era el que sacaba las mejores notas y su comportamiento era
del alumno más tranquilo y educado del curso. Su profesor de Matemática, se
asombraba al ver la forma de cómo aprendía tan rápido y la lógica que le
aplicaba a los problemas matemáticos.
Un día le dijo que lo haría su asistente en clases, dado que sabía
más que los otros estudiantes, él podría ayudarlo a poner al tanto a sus
compañeros, en la materia pero que eso quedaba entre ellos para que los otros
alumnos no se resintieran con él y lo trataran mal. No le importaba lo que
dijeran sus compañeros era feliz al ver que lo tomaban en cuenta con semejante
responsabilidad, por lo que aceptó no decirle a nadie sobre su ascenso.
Cierto día, cuando ya se retiraba hacia su casa, su profesor de
Matemática, le pidió que se quedara un momento porque necesitaba explicarle
algo para que se lo hiciera llegar a la clase. Cuando todos se habían ido, el
profesor lo hizo entrar a su oficina. Le indicó que se sentara y que agarrara
un caramelo de los que estaban sobre su escritorio. Ramiro tomó uno y
quitándole el papel se llevó a la boca el caramelo. Era dulce, aunque tenía un
sabor algo extraño pero pensó que sería uno de esos dulces caros, que él no
había comido.
Sus recuerdos se atropellan y viene a su mente el rostro agitado
de su profesor y de sus manos inmovilizándolo. No tenía fuerzas, no sabía cómo
escapar del ataque brutal, del que era objeto. Tampoco entendía, cómo llegó a
esa situación, no recordaba nada. Su rostro se llenó de lágrimas era imposible
escapar de ese monstruo. Por lo que tuvo que quedarse tranquilo para no sentir
más dolor. Cuando se sintió libre corrió hacia un rincón de la habitación y mientras
buscaba sus pantalones, el malo le prohibía comentar lo que allí había pasado,
bajo amenaza de sacarlo de la escuela, le hizo jurar que jamás se lo diría a
nadie, total, le dijo es tu palabra contra la de un eminente Profesor. Ramiro
no daba crédito a lo que oía, era muy joven pero entendía que había sido
abusado por el hombre a quién más admiraba. Además de las advertencias hechas,
jamás pudo decirle a nadie que se había equivocado colocando toda su admiración
en un hombre malo, en un monstruo.
De allí en adelante se volvió taciturno, callado. Se encerró en sí
mismo y no volvió a confiar en nadie.
Pensé, que después de tantos años, había superado ese episodio en
mi vida, se dijo acostado en la cama de la Universidad. Con los ojos rojos e
hinchados entendió que se había equivocado. Ese fantasma lo llevaba consigo,
aunque jamás pronunciara su nombre y ahora hacía su aparición, de nuevo, en
ella. No sabía cómo podría lidiar con algo que lo marcó tan poderosamente en su
adolescencia. Aún ese niño estaba asustado. Lo que sí estaba claro era que
tenía que volver a la Universidad.
No tendría clases de Matemáticas, hasta la otra semana. Era algo
de tiempo para saber qué haría cuando lo tuviera frente a él.
Cuando terminaba sus clases, corría hacia su habitación. Los
momentos en que tenía que ir a la Biblioteca era un suplicio, se imaginaba que
en cualquier momento entraría y se sentaría junto a él.
Los amigos de su infancia, que también lograron ser admitidos en
esa Universidad, lo invitaban a fiestas y reuniones pero él siempre les daba
una excusa para no ir.
Siempre le molestó no poder tener una novia, como sus amigos. Los
veía tan felices compartiendo con ellas, que sentía envidia de no ser igual a
ellos. Una de las pocas reuniones que asistía era al teatro o cuando se reunían
a un conservatorio de algún libro en especial. Cierto día, que le
tocaba leer un capítulo del libro de la semana, entró al recinto un
integrante nuevo. No entendió por qué se había puesto nervioso al verlo. Volvió
sus ojos a las letras y empezó a leer.
¡Lo que faltaba!, se dijo Ramiro, creo que me llama la atención
Fredy. Si yo he estado esperando una mujer para ser feliz, ahora lo veo a él y
¡Experimento cosas que con ninguna chica he sentido! Eso hizo que se
alejara un tanto del grupo y volvió a encerrarse en sus pensamientos y miedos.
Llegó el momento de enfrentar a la bestia. Ese día le tocaba
Matemáticas, se colocaría en la parte de atrás para que ni lo notara pero
cuando entró, todos los asientos traseros estaban llenos. Nadie quería estar en
primera fila en Matemáticas. Sus piernas casi se doblan al entender que tendría
que estar frente al hombre que le hizo tanto daño. Lo único bueno fue que a su
lado se sentó Fredy, se saludaron y lejos de tranquilizarlo, se puso más
nervioso.
Buenos días señores –dijo el Profesor- Todos contestaron con un
“Buenos días Profeso”. Es bueno ver que hay bastante asistencia a mi clase
espero que sigan así en la mitad del año –dijo- Yo no acostumbro a trabajar con
libros, así que o están atentos a lo que digo y toman notas o pierden un día de
clase, que es lo mismo, un día de sus vidas –acotó.
Hasta el momento ese hombre no se ha dado cuenta de mi existencia,
- se dijo Ramiro-. Cuando de repente dice: Señor Ramiro, díganos qué ha
entendido hasta el momento. Al sacar sus ojos de la libreta que leía, vio, cómo
con una mirada burlona y una sonrisa sarcástica, lo anima a responder. No se
esperaba semejante situación. Quería pasar desapercibido y ahora lo pone a que
responda ante todo el alumnado.
¿Qué pasa Señor Ramiro, le comieron la lengua los ratones o no
estaba poniendo atención a la clase? Era mucho para él, definitivamente. Se
levantó y tomando sus libros se dirigió a la puerta de salida.
¡Este es uno de los que creo no llegarán a la mitad del año! –dijo
mientras lo veía salir-
¿Qué podría hacer para que ese hombre no le dañara su vida? Estaba
tentado a desaparecer de la Universidad para jamás volver a verlo. Por su mente
pasaron miles de posibilidades pero todas eran descabelladas. Cuando por fin se
dio cuenta, que llevaba años huyendo y estaba cansado de darle más protagonismo
del que debiera a una situación que había pasado años atrás, que trastocó su
tranquilidad, su vida completamente era cierto pero estaba en el límite donde,
muchas veces no hay regreso.
También estaba lo que había despertado Fredy en él. No era posible
que le gustaran los hombres. Él se sentía muy macho, nunca, a pesar de haber
sido criado entre mujeres, había inclinado su afecto por una persona de su
mismo género. Pero este chico lo tenía intranquilo. Siempre aparecía en su
mente. Mientras que estudiaba, su rostro se dibujaba entre las letras. Si oía
música, todo lo relacionaba con él. Estaba a punto de volverse loco y se
preguntaba “¿No era suficiente con lo del profesor para que también, ahora
resultara que era Gay?”
Han pasado algunos días, luego de su encuentro con su pesadilla y
había reflexionado mucho al respecto.
Ese fin de semana viajó para ver a su madre. Estando con ella, la
sentó frente a él y le dijo que le contaría algo que jamás le ha dicho a nadie
pero que había llegado el momento de hacerlo porque estaba por malograr, lo que
le restaba de vida, ese secreto que guardaba.
La madre con una cara de asombro total, oía cada palabra que su
hijo le relataba. Saltó del asombro a las lágrimas y de allí a la furia. –
¿Cómo es posible que no me hayas dicho lo ocurrido, yo habría salido en tu
defensa y seguro le quitaba la cabeza sobre los hombros al desgraciado ese? –
lloraban juntos y sus lágrimas llegaron a unirse en un pequeño pozo que se
hizo, luego de un buen rato de desahogo. Ramiro sintió como si hubiese podido
exorcizar ese maléfico día de su vida. Ya no cargaba con ese secreto sólo.
Aparecieron fuerzas, donde, desde hace tiempo no estaban. Se las habían roto
aquella mañana.
Al otro día, en un exquisito desayuno familiar, Ramiro le comentó
a su madre que era Gay. Le explicó que lo supo porque, al fin se había dado
cuenta que no le gustaban las chicas, sino como amigas y que en donde estudiaba
había conocido a un muchacho que, desde el mismo momento que lo vio se enamoró
de él. ¿Qué si él me corresponde? – Le dijo a su madre- No sé pero ese será una
buena razón para ir a enfrentarme con quien quiso dañar mi vida. Lo que si
estoy seguro, madre es que ya no tengo miedo y sé qué es lo que quiero. Fue
buscando refugio y consiguió la fuerza para seguir adelante. Su familia lo
quería por lo que era y no por lo que no era.
Ese día fue la primera vez que su madre lo veía tan alegre y
decidido. Había pasado por la vida como una sombra y ahora, sabiendo que no
está solo y que no fue responsable de aquel acto horroroso. Verlo retomar las
riendas de su porvenir, con eso tenía bastante. Su decisión de cómo
vivirá es suya. Nadie debe tener el control de la felicidad de las personas.
Cada quién es dueño de sus acciones y consecuencias y eso se respeta. Así se lo
hizo saber a su hijo.
Esa mañana regresó a la Universidad y fue en busca de su amigo
Fredy. Lo encontró en la Biblioteca, junto a sus otros amigos. No sabía qué le
diría pero estaba seguro de lo que sentía. Lo menos que podía esperar era un
puñetazo en la cara y perder la oportunidad de amar. Cuando lo encontró, sin
mediar palabras le dio un gran beso. De esos besos que han sido escondidos,
secuestrados, añorados por tantos años. En él le iba la vida y fue eso lo que
le transmitió a Fredy. Hubo un momento de silencia y al separarse su mayor
alegría fue, cuando su amigo lo abrazó dándole un tierno beso de bienvenida.
Ambos quedaron sorprendidos de sus reacciones y se dieron cuenta, habían
abierto el closet de par en par.
Los amigos que estaban alrededor de ellos, también quedaron
sorprendidos pero aplaudieron la valentía de decirle al mundo ¡Este soy yo!
Luego fueron a un café del centro y allí festejaron ese amor que nacía entre
ellos dos.
Ya en la intimidad, Ramiro le cuenta lo que le había pasado en su
niñez a Fredy y cómo le cambió la vida. Ambos decidieron enfrentar al Profesor,
al monstruo de su adolescencia y buscar por todos los medios, que pagara por
semejante atrocidad, ya que era seguro que muchos otros niños pasaron por lo
mismo que él y podría estar pasando en ese momento. Personas como esas puede
que bajen su perfil pero volverán a las andadas y muchos jóvenes seguirán en
peligro.
Su vida cambió y hoy, aunque Fredy no sea el amor definitivo,
siguen juntos luchando por un mundo de igualdad, en todos los sentidos.
¡Es necesario saber qué es lo que nos hace felices e ir en pos de
eso!
Carmen Pacheco
lasculpasylamuertedelamorii@hotmail.com
@Erotismo10
31 de julio de 2016