Sonó la alarme del teléfono indicando que debía comenzar el día
bien temprano. Se estira con desgano para alcanzar el que lo ha sacado de un
sueño maravilloso, con palmeras y un incesante vaivén de olas, en una playa
exótica. Sentía henchida su humanidad por múltiples emociones que lo mantenían
sumergido en ese alucinación.
Al fin logra callarlo, cuando le da una cachetada directamente al
minutero lanzándolo por el aire. Al caer dio la impresión de haberse deshecho
en mil piezas. El ruido que hizo, lo levantó de un solo golpe de la cama y
sentándose en la orilla, se llevó las manos a la cabeza quejándose de un fuerte
dolor. Era obvio, la noche anterior, se había ido de fiesta con los amigos.
Estuvieron haciéndole una despedida de soltero. De pronto supo que se había
llevado a su casa, parte de la despedida, cuando sintió unos pies, que le
acariciaban la espalda al compás de una voz melosa de mujer, que lo instaba a
regresa debajo de las sábanas.
Dio un salto y al voltear vio que de ellas salía una poderosa
rubia. Le calculó, un metro setenta y algo de puro cuerpo celestial. Su melena
dorada como el trigo, tapaban sus selectos senos desnudos, que se movían
inquietos por aparecer, mientras deslizaba la sábana con cierta travesura,
dejando a la vista un vientre bien esculpido y unas piernas, ¡Dios... qué
piernas! Dadivosas, delicadas y muy bien torneadas, que se movían, cual culebra
destinada a hipnotizar a su presa que la observaba embelesado moviendo la
cabeza e imitando su vaivén. Poco a poco fue entrando de nuevo a la cama y cual
araña lo atrapó entre sus piernas. Con una dulzura pecaminosa lo cobijó con la
fragancia de su cuerpo. En ese momento él comenzó adorarla… Sólo se veía la
agitación de una membrana que guardaba dos seres en franca actividad poética.
Cuando se disponía a subir hacia sus voluptuosos pechos, un click
sonó en su cabeza y sólo pensó
–Tengo que verme con Rosmery- (su novia)
Federico, siempre había sido un auténtico mujeriego. Sus amigos lo
consideraban el ser más afortunado. No había mujer que se le resistiera. Es por
eso que les parecía muy raro que se fuera a casar con una chica como Rosmery.
No auguraban un buen futuro para ese enlace.
Rosmery era una chica muy distinta, con relación a las que ellos
estaban acostumbrados a ver. Era hermosa. Una mulata que tenía una belleza sin
igual, tanto por dentro como por fuera. Había estudiado en los mejores colegios
y graduada con altos honores. Hacía su residencia en un hospital de la ciudad y
esperaba especializarse en Neurocirugía.
Por un momento le llegó un ápice de responsabilidad pero la
tigresa que tenía en la cama comenzó a incitarlo a continuar con el juego y fue
suficiente para agarrarse de las sábanas y hundirse en sus largos brazos, que
lo llenaban de gratas caricias. Esto lo arreglo rápido –se dijo- y arremetió
con ansias sobre ese espectacular cuerpo de mujer.
Rosmery ya estaba en el lugar de encuentro. Era un café al aire
libre y se dispuso a esperar. Siempre era la que llegaba primero a sus citas.
Esto lo veía como algo natural por la especie de rutina que se había impuesto
al empezar los estudios de medicina.
El mesero del lugar, la saludó con afecto. Era su lugar preferido
para verse con Federico. Éste le preguntó si esperaba o le servía su habitual
taza de café. A lo que ella le dijo - Por favor tráigame una grande y la
acompaña con un pastelito de queso con espinaca –. Seguramente –pensó- hoy
no llegará puntual, ayer fue la despedida de soltero y debe estar con una
tremenda resaca. ¿Qué podía hacer? era el hombre que le gustaba y amaba. Por lo
que abriendo su libro preferido, del momento, siguió la narrativa de una
novela, que la había atrapado.
Mientras, en la habitación del novio, se desarrollaba un encuentro
no planificado. La chica le había resultado experta en algunos artificios, en
cuanto a sexo se refería y no quería perderse la oportunidad, de disfrutar,
algo que no sabía, cuándo volvería a vivir. Estaba claro, para él, que su
novia, aunque era una mujer hermosa había sido criada chapada a la antigua y
seguro su relación sería… cómo llamarla, normal o tediosa, ese tipo de mujer
que no se sale de los cánones regulares en los juegos de amantes.
Las invitaciones habían sido despachadas y todo lo referente a lo
eclesiástico o civil estaba arreglado. Las madres de ambos novios, se habían
encargado de los por menores e incluso les habían regalado el viaje de la Luna
de Miel. Les pareció raro, cuando vieron que preferían ir hacia las montañas y
no a la playa pero Rosmery le pidió a Federico que la complaciera en pasar su
Luna de Miel en un Hotel especial, que había visto en Internet y había quedado
prendada del lugar. Él no entendía ese repentino arrebato por las montañas pero
qué podía hacer, le dijo que estaba bien.
Había pasado una hora esperando, cuando aparición Federico, todo
agitado y pidiendo disculpas por la tardanza la llenó de besos y se sentó a su
lado.
Rosmery le preguntó – ¿Y qué tal tu despedida de soltero?-
Agarrándolo desprevenido, éste tuvo que tragar duro, antes de contestarle.
–Bien, todo estuvo normal, tu sabes, ese tipo de reuniones es para tomar hasta
acabar con la última botella llena y hablar tonterías con los amigo. En ese momento
apareció el mesero con el pedido y cambiando de tema pidió le trajera lo mismo
que comería su novia.
Rosmery lo ve de soslayo y se ríe al notar lo afanado por explicar
el porqué de su tardanza. Faltaba una semana y tenían que dar los últimos toques
de la ceremonia, por lo que se metió en el tema de la boda, sin decir más.
Estaba segura que luego todo se arreglaría.
En el hospital donde hacía las pasantías, le otorgaron una semana
de licencia para su boda. En cuanto a Federico era su propio jefe. Algo que
tenía él era su responsabilidad en los negocios. Por lo que dejó todo listo
para no estar recibiendo llamadas en esa semana.
Llevaban un año de relaciones y sentían que eran diferentes en
distintos tópicos pero había algo que los hacía querer estar juntos.
Disfrutaban de la cercanía del otro, de sus encuentros y conversaciones.
Llegó el gran día. El lugar donde sería la recepción ya estaba
listo. La comida, bebida y adornos esperaban por los comensales. La Iglesia, la
decoraron con muchos Lirios. Cintas blancas, que entrelazadas a los bancos del
lugar, daban la impresión de un pasadizo romántico. Estos estaban llenos de
ramilletes de distintos colores. Por ese lugar transitaría la novia con su
cortejo y debía parecer como sacado de un cuento de hadas.
Los nervios no podían faltar, sobre todo en los novios y surgió la
pregunta ¿Estaré haciendo lo correcto? ¿Él o ella es la persona con la que
quiero vivir mi vida? Fue cuando aparecieron los y las amigas al rescate. El
rol de ellos era el de tranquilizarlos y hacerles entender que era la persona
correcta para él o ella.
En la Iglesia, ya los esperaban los amigos e invitados. Se podía
percibir el aroma del incienso y a cera derretida. La infraestructura había
sido construida en el siglo dieciocho y aún se mantenía en
muy buenas condiciones. La luz se dejaba colar por unos grandes y hermosos
vitrales, que al llegar cerca del altar, se descomponía en una variedad de
tonos dándole un aire de paz y armonía al lugar. Era lo que Federico veía,
mientras esperaba la llegada de su prometida, junto al altar.
De pronto se oyen los acordes de la marcha nupcial y todos, en el
lugar, callan y voltean para ver la entrada de la novia. Mientras las notas
musicales bailan entre la nube que se ha formado, combinada entre del humo de
las velas y los rayos solares que invaden el lugar dándole un halo
sacramental.
Al fondo del pasadizo, hace su aparición la hermosa novia,
escoltada por su padre. Ella semeja una hermosa visión. Su traje blanco, le da
ese no sé qué de inocencia, que a la vez, al estar tan ceñido a su cuerpo
realza su talle. El escote, que hasta el padre tendrá que disimular para no
bajar la vista, la coloca en las dos condiciones, entre inocente y atrevida.
No hacían falta más detalles o accesorios, su belleza se realzaba bajo la
luz del candelabro principal. La cola del traje arrastraba los pequeños
pétalos, que las niñas, hermosamente vestidas dejaban caer al suelo, para que
su pisar estuviera lleno de rosas y jazmines. Su velo silenciaba su rostro,
dándole un aspecto de misterio e intimidad.
Ya en el altar, al descorrerle, Federico, lo que mantenía cubierto
su rostro, éste quedó atónito. Fue como ver por primera vez a su novia.
Definitivamente era otra mujer y le gustaba, le gustaba mucho. Rosmery sintió
que había logrado lo que tanto deseaba, que su novio la viera como en realidad
era ella y sonrío, como acostumbraba, pícaramente.
Ya en la fiesta bailaban y disfrutaban con los amigos y
familiares. Se acercaba la hora de marcharse. Tenían que tomar un avión a la
una de la mañana y debían escaparse, como era la costumbre.
Entre abrazos, lágrimas y buenos deseos, se despidieron montándose
en el auto que arrastraba el ruido de las latas que les habían amarrado al
mismo.
Llegaron justo para embarcarse. El personal de la línea los ayudó
con las maletas y al fin pudieron atravesar el túnel que los unía al avión.
A todas éstas, Federico no sabía qué hotel había escogido Rosmery.
Al verlo le gustó y lo sintió muy acogedor. Los esperaban con una botella de
Champan, que llevaron a la habitación. Por supuesto que la novia cruzó el
umbral en los brazos de su amado.
Cansados decidieron darse una ducha. Él esperaba hacerlo con ella
pero Rosmery no lo pensó así y le dijo que se metiera al baño primero, mientras
ella buscaba unas cosas para esa noche. Le pareció extraño pero era su primer
día como esposos y pensó – ¿qué sorpresa me tendrá esta noche?- y se fue a
bañar. Al salir, ella le sugirió que fuera sirviendo la champaña en las copas,
que no tardaría mucho en el baño.
Federico algo desmotivado busca las copas y la bebida y se da
cuenta que también les colocaron fresas con crema. Puso algo de música y esperó
que saliera.
Aún dentro del baño, Rosmery le dice - apaga la luz principal y
deja las lamparitas encendidas, ten paciencia-
Él está a punto de perderla, cuando hace su aparición, una mujer
montada sobre unas botas de cuero con unos tacones cual agujas. Llevaba unos
pantalones ajustados a sus piernas y una chaqueta negra apretada, tanto que
hacía que sus senos estuvieran a punto de salir volando. Sin perderla de vista,
notó que en su mano izquierda blandía un látigo de cuero de cuatro puntas y en
ellas había una especie de perla, que brillaba cada vez que las movía de un lado
a otro emitiendo un sonido algo amenazante.
Él no podía hablar, su estupor era tan grande que sentía que su
garganta se había cerrado, cuando vio que lentamente se acercaba. Su cuerpo
empezó a temblar pero no de miedo. Jamás había sentido de esa forma. El grado
de excitación que invadía su ser en ese momento, ninguna mujer se lo había
hecho experimentar. Las copas llenas de champán se volcaron sobre el piso, ella
ya estaba sobre la cama y lo conminaba a colocar sus manos sobre su cabeza
mientras acariciaba con las puntas del látigo todo su cuerpo. ¿Te gusta? –Le
preguntó- a lo que él solo atinó a mover la cabeza, dando a entender que sí.
Qué bueno porque ahora es que vas a saber lo que es tener a una verdadera mujer
en tu cama todas las noches. Solo tú serás el que detenga este juego. Cuando
pidas más, más te daré y cuando digas que paré pararé. – ¿Estás de acuerdo?- y
sonriendo le dijo que si y se entregó a esa mujer que esa noche estaba
conociendo, la que lo llevó por caminos deseados pero jamás transitados.
Con ella supo lo que era ser fiel a una sola mujer.
Carmen Pacheco
lasculpasylamuertedelamorii@hotmail.com
@Erotismo10
30 de mayo de 2016