Lo único que
recuerdo son sus piernas entrelazadas en mi cadera, mientras caíamos
vertiginosamente al mar. El viento trataba de desnudarla sacudiendo su blusa de
seda y dejando a la vista esos hermosos senos que me habían traído loco desde
que la vi en aquella famosa reunión.
Se aferraba
a mis pantalones, como si en eso le fuera la vida y a decir verdad, le iba la
vida. Lloraba sin consuelo porque estaba muy asustada. Yo sólo la veía ceñida a
mi cuerpo y pensé: Este sería un magnífico momento para poseerla. Está indefensa y no quiere
separarse de mí, al contrario, se pega tanto que me encantaría sentir sus
caricias donde justo tiene su boca en este momento. Dirán que estoy loco pero
es que esa mujer me traía chiflado y en
lo único en que pensaba era en poseerla y hacerla, completamente mía pero para
que ustedes vean, estábamos tan cerca y tan lejos a la vez.
Una Semana
Atrás con unos amigos….
Jorge ¿qué
te parece si nos vamos esta noche al club y conocemos mujeres, de esas que
andan buscando compañía?
Jorge era
yo. Les contesté que esa noche tenía que reunirme con unos amigos de mi padre
en la casa, esas reuniones aburridas, donde sólo se habla de negocios y de cómo
sacar del camino al que nos hace la competencia, porque mi padre no es muy
limpio, en lo que se llama negocios.
Ya la velada
estaba en su apogeo cuando llegué a mi casa. Como se acaban de dar cuenta, aún vivo
con mis padres pero eso será por corto tiempo, no se preocupen.
Entré por la
puerta trasera, para no encontrarme con la visita, tomando un atajo para subir a la habitación y así darme un buen baño y vestirme para la ocasión. Desde lejos se oían las
risas y el choque de copas, que me hacía pensar que todo iba viento en popa.
Al rato bajé
para reunirme con los invitados. Siempre fui un perfecto Anfitrión, modestia
aparte. Lo llevaba en la sangre. Mis padres acostumbraban hacer fiestas lujosas
y pude aprender de ellos un lema “Que si atendías bien a tu invitado, lograbas
de él lo que quisieras”
-Jorge- Me
saludó mi madre. Al fin has llegado. Todos aquí han estado preguntando por ti. Fui
y le di un beso en la mejilla y comencé a saludar a nuestros invitados. Un mesonero
se acercaba del lado izquierdo con una copa de champan y aproveché para hacer
un brindis de bienvenida.
No había
probado bocado en todo el día y me valí del momento para deslizarme hacia la
mesa de los entremeses. Allí estaba una chica algo extraña y digo extraña
porque no parecía ser el tipo de mujer que visita nuestra casa. Robándome un croissant
me fui acercando a ella y al tenerla frente a mí, noté que era muy hermosa. Traté
de hacer un encuentro muy casual pero no me salió bien la jugada. Ella ya
me había visto llegar y antes de que le dijera algo se presentó, mientras
extendía su mano frente a mí.
-Hola, mi
nombre es Jésica Carrusco. ¡Hermosa reunión!
Me dejó
desarmado en el momento pero reaccioné lo más rápido que pude.
-Hola soy
Jorge. Gracias, siempre tratamos que nuestros invitados se sientan muy bien,
dejando ver mi mejor sonrisa.
Hubo un
instante donde alguien destapó una botella y sonó por toda la habitación y ella
volteó para ver lo que pasaba. Allí aproveché para escanearla de pies a cabeza. Llevaba un
vestido ceñido a su cadera de color turquesa dejando ver solamente sus
tobillos, que me dieron la idea que hacía deporte. Cuando volteó y quedamos de
frente, lo que cubría de sus caderas hacia abajo, lo dejaba bastante
descubierto, de la cintura hacia arriba.
Yo parecía
un perro babeando, con lengua afuera y todo. La parte de arriba del traje tenía
un leve escote que mostraba a esas niñas traviesas, que parecían estar bien
alimentaditas. Su espalda estaba cubierta por una piel morena, sólo una cadena delgada
y con un pequeño dije en la punta, que servía como un peso, acariciando así hasta lo más bajo del escote. Lamentablemente la joven se dio cuenta
de mi estupidez y con ojos pícaros me deleitó con una sonrisa.
Salí del
trance en que había caído y sintiéndome el más tonto de la fiesta, tartamudeé
tratando de llevar la conversación hacia algún tema interesante. Sin embargo no
pude escapar de la carcajada que me dedicó Jésica al ver mi atoro en la
situación.
Ese día no
me importaban los demás invitados y mucho menos los negocios. Esa mujer había
quedado prendada en mis ojos y en toda la noche, no hice más que buscarla por
todo el lugar. Intercambiando miradas cómplices y provocativas.
A altas
horas de la noche, mi padre se dio cuenta que se estaba terminando la bebida y
le interesaba mantener el ánimo de sus invitados para poder cerrar un negocio
que traía entre manos. Me hizo señas,
mostrándome una botella y le entendí inmediatamente. Bajé al sótano, donde se
había construido una pequeña bodega de vinos. Ya abajo noté que no
estaba solo y al voltear, me conseguí con una Jésica provocadora, con un vino
en una mano y dos copas en la otra. Por supuesto que se me olvidó de inmediato
a lo que iba y acercándome donde se encontraba, le dije:
-Tenía
tiempo que no probaba una botella de vino en la bodega de mi casa. Ella se
movió cual gata, dejando ver el vaivén de sus caderas atrapadas en la tela del
traje. No quise perderme ese instante y desistí de avanzar para que ella siguiera
acercándose. Era un sueño. Sus pechos libres como aves nocturnas se movían, con
la cadencia que da una ola, en la llegada del mar a la playa. Le quité la
botella y serví el exquisito vino, entregándole la copa cerquita de su boca. No
dejaba de verme en todo momento y sentí su mensaje que llegó rápido como una
bofetada en plena madrugada.
La subí a
una mesa, mientras la bañaba de enloquecidos besos y mis manos iban
descubriendo lo que debajo de su vestido no había. Fue una locura el saberla
ligera con su piel desnuda y caliente. Su boca dejaba, en la mía, un elixir de
miel que jamás había probado. Era como una droga que te incita a querer más y
más de su saliva. La monté en esa mesa, mientras se retorcía de placer y
gemidos. Mis manos recorrieron toda su piel ardiente y pude abrigarla con mi
cuerpo en cada centímetro de ella.
A lo lejos
llegó el sonido de mi nombre, era mi padre que pedía su vino. Nos separamos
lentamente, mientras nuestros ojos no dejaban de observarse. No pude dejar de
disfrutar cómo se colocaba la tela que medio la cubría. Sus piernas volvieron a
quedar bajo el vestido pero sus pechos parecían dos caballos galopando
desenfrenadamente por la ardua excitación en que habían estado. Haciendo que mí
ser se volviera a despertar, con más ganas de saborearla.
Dando media
vuelta y olvidando las copas y la botella subió cual reina triunfadora, luego
de haberle dado un jaque mate al Rey. Dentro de mí reí satisfecho de haber sido
el Rey que perdió en ese encuentro. Aunque si lo ven bien aquí sólo hubo
ganancia.
Días después
la conseguí en el aeropuerto haciendo el mismo curso de paracaidismo que yo y
volvió a acercase a mí sin dejar espacio de oxígeno para más nadie. Temblé
cuando mi cuerpo la rozó. No sabía
cuánto la extrañaba hasta ese momento. Volvió la Dama a tomar las riendas del
juego y este Rey estaba feliz de ser, el supuesto perdedor de otra faena más de
sexo y amor.
En ese
momento en que caíamos, definitivamente había decidido no separarme jamás de
esa mujer que, hasta en situaciones extremas, quería bajarme el pantalón.
Carmen
Pacheco
@Erotismo10
03
de marzo de 2018