sábado, 3 de marzo de 2018

EN CAÍDA LIBRE...





Lo único que recuerdo son sus piernas entrelazadas en mi cadera, mientras caíamos vertiginosamente al mar. El viento trataba de desnudarla sacudiendo su blusa de seda y dejando a la vista esos hermosos senos que me habían traído loco desde que la vi en aquella famosa reunión.

Se aferraba a mis pantalones, como si en eso le fuera la vida y a decir verdad, le iba la vida. Lloraba sin consuelo porque estaba muy asustada. Yo sólo la veía ceñida a mi cuerpo y pensé: Este sería un magnífico momento para  poseerla. Está indefensa y no quiere separarse de mí, al contrario, se pega tanto que me encantaría sentir sus caricias donde justo tiene su boca en este momento. Dirán que estoy loco pero es que  esa mujer me traía chiflado y en lo único en que pensaba era en poseerla y hacerla, completamente mía pero para que ustedes vean, estábamos tan cerca y tan lejos a la vez.

Una Semana Atrás con unos amigos….
Jorge ¿qué te parece si nos vamos esta noche al club y conocemos mujeres, de esas que andan buscando compañía?

Jorge era yo. Les contesté que esa noche tenía que reunirme con unos amigos de mi padre en la casa, esas reuniones aburridas, donde sólo se habla de negocios y de cómo sacar del camino al que nos hace la competencia, porque mi padre no es muy limpio, en lo que se llama negocios.

Ya la velada estaba en su apogeo cuando llegué a mi casa. Como se acaban de dar cuenta, aún vivo con mis padres pero eso será por corto tiempo, no se preocupen.

Entré por la puerta trasera, para no encontrarme con la visita, tomando un atajo para subir a la habitación y así darme un buen baño y vestirme para la ocasión. Desde lejos se oían las risas y el choque de copas, que me hacía pensar que todo iba viento en popa.

Al rato bajé para reunirme con los invitados. Siempre fui un perfecto Anfitrión, modestia aparte. Lo llevaba en la sangre. Mis padres acostumbraban hacer fiestas lujosas y pude aprender de ellos un lema “Que si atendías bien a tu invitado, lograbas de él lo que quisieras”

-Jorge- Me saludó mi madre. Al fin has llegado. Todos aquí han estado preguntando por ti. Fui y le di un beso en la mejilla y comencé a saludar a nuestros invitados. Un mesonero se acercaba del lado izquierdo con una copa de champan y aproveché para hacer un brindis de bienvenida.

No había probado bocado en todo el día y me valí del momento para deslizarme hacia la mesa de los entremeses. Allí estaba una chica algo extraña y digo extraña porque no parecía ser el tipo de mujer que visita nuestra casa. Robándome un croissant me fui acercando a ella y al tenerla frente a mí, noté que era muy hermosa. Traté de hacer un encuentro muy casual pero no me salió bien la jugada. Ella ya me había visto llegar y antes de que le dijera algo se presentó, mientras extendía su mano frente a mí.

-Hola, mi nombre es Jésica Carrusco. ¡Hermosa reunión!

Me dejó desarmado en el momento pero reaccioné lo más rápido que pude.

-Hola soy Jorge. Gracias, siempre tratamos que nuestros invitados se sientan muy bien, dejando ver mi mejor sonrisa.

Hubo un instante donde alguien destapó una botella y sonó por toda la habitación y ella volteó para ver lo que pasaba. Allí aproveché para escanearla de pies a cabeza. Llevaba un vestido ceñido a su cadera de color turquesa dejando ver solamente sus tobillos, que me dieron la idea que hacía deporte. Cuando volteó y quedamos de frente, lo que cubría de sus caderas hacia abajo, lo dejaba bastante descubierto, de la cintura hacia arriba.

Yo parecía un perro babeando, con lengua afuera y todo. La parte de arriba del traje tenía un leve escote que mostraba a esas niñas traviesas, que parecían estar bien alimentaditas. Su espalda estaba cubierta por una piel morena, sólo una cadena delgada y con un pequeño dije en la punta, que servía como un peso, acariciando así hasta lo más bajo del escote. Lamentablemente la joven se dio cuenta de mi estupidez y con ojos pícaros me deleitó con una sonrisa.

Salí del trance en que había caído y sintiéndome el más tonto de la fiesta, tartamudeé tratando de llevar la conversación hacia algún tema interesante. Sin embargo no pude escapar de la carcajada que me dedicó Jésica al ver mi atoro en la situación.

Ese día no me importaban los demás invitados y mucho menos los negocios. Esa mujer había quedado prendada en mis ojos y en toda la noche, no hice más que buscarla por todo el lugar. Intercambiando miradas cómplices y provocativas.

A altas horas de la noche, mi padre se dio cuenta que se estaba terminando la bebida y le interesaba mantener el ánimo de sus invitados para poder cerrar un negocio que traía entre manos.  Me hizo señas, mostrándome una botella y le entendí inmediatamente. Bajé al sótano, donde se había construido una pequeña bodega de vinos. Ya abajo noté que no estaba solo y al voltear, me conseguí con una Jésica provocadora, con un vino en una mano y dos copas en la otra. Por supuesto que se me olvidó de inmediato a lo que iba y acercándome donde se encontraba, le dije:

-Tenía tiempo que no probaba una botella de vino en la bodega de mi casa. Ella se movió cual gata, dejando ver el vaivén de sus caderas atrapadas en la tela del traje. No quise perderme ese instante y desistí de avanzar para que ella siguiera acercándose. Era un sueño. Sus pechos libres como aves nocturnas se movían, con la cadencia que da una ola, en la llegada del mar a la playa. Le quité la botella y serví el exquisito vino, entregándole la copa cerquita de su boca. No dejaba de verme en todo momento y sentí su mensaje que llegó rápido como una bofetada en plena madrugada.

La subí a una mesa, mientras la bañaba de enloquecidos besos y mis manos iban descubriendo lo que debajo de su vestido no había. Fue una locura el saberla ligera con su piel desnuda y caliente. Su boca dejaba, en la mía, un elixir de miel que jamás había probado. Era como una droga que te incita a querer más y más de su saliva. La monté en esa mesa, mientras se retorcía de placer y gemidos. Mis manos recorrieron toda su piel ardiente y pude abrigarla con mi cuerpo en cada centímetro de ella.

A lo lejos llegó el sonido de mi nombre, era mi padre que pedía su vino. Nos separamos lentamente, mientras nuestros ojos no dejaban de observarse. No pude dejar de disfrutar cómo se colocaba la tela que medio la cubría. Sus piernas volvieron a quedar bajo el vestido pero sus pechos parecían dos caballos galopando desenfrenadamente por la ardua excitación en que habían estado. Haciendo que mí ser se volviera a despertar, con más ganas de saborearla.

Dando media vuelta y olvidando las copas y la botella subió cual reina triunfadora, luego de haberle dado un jaque mate al Rey. Dentro de mí reí satisfecho de haber sido el Rey que perdió en ese encuentro. Aunque si lo ven bien aquí sólo hubo ganancia.

Días después la conseguí en el aeropuerto haciendo el mismo curso de paracaidismo que yo y volvió a acercase a mí sin dejar espacio de oxígeno para más nadie. Temblé cuando mi cuerpo la rozó.  No sabía cuánto la extrañaba hasta ese momento. Volvió la Dama a tomar las riendas del juego y este Rey estaba feliz de ser, el supuesto perdedor de otra faena más de sexo y amor.

En ese momento en que caíamos, definitivamente había decidido no separarme jamás de esa mujer que, hasta en situaciones extremas, quería bajarme el pantalón.



Carmen Pacheco
@Erotismo10
03 de marzo de 2018





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