¡Hay amigos!...
si ustedes la vieran. Es de una belleza extraña. Aun siendo hermosa a la vista,
lo que más me excita es su tibieza interna.
Tiene la
magia del que le muestra a un niño un sortilegio atrayente. La poesía de la
amante que duerme entre capullos. Aquella que con su mirada enciende las imperturbabilidades
de un célibe. Puede estar callada, mientras transita por tu mundo pero la
posibilidad de encontrarse con su sensualidad, en cada respiración que emite,
es más seguro, que un amanecer repleto de sombras naranja en el horizonte.
No importa
la distancia ni el silencio, ella me llevó a correrías jamás percibidas, donde su
naturaleza, dulzura y picardía me enamoraron. Es posible que me encuentres, de
vez en cuando omitido, como si no estuviera en este mundo. Es cuando viajo por
mis adentros sorbiendo una taza de café entre sus pestañas y caderas, a la vez que
me deleito de su aroma, mientras evoco su pubis.
Nuestros
encuentros reales se han cristianizado como mi modo de vida. El acompasado
vaivén de su aliento, me permite el disfrutar de su hálito, que al momento de
besarla la existencia y la lujuria se hacen presentes en todo mí ser. Su
cabello se enreda entre mis dedos cual crines relucientes. Los tomo con la mano y la empujo hacia atrás, en ese delirante deseo de dominarla. Pero no se deja y quien termina
dominado y poseído soy yo. Volteándose me clava esos enormes ojos, que desarman
toda intención de hacerla mía y me convierto en un ser sumiso ante su piel
desnuda y sus pezones erectos.
Muy de vez
en cuando me deja tomar las riendas. Es tan divino dejarse querer por esta
mujer que no me importa que sea ella la que lleve la voz cantante en nuestras concurrencias.
Sus piernas
fuertes y flexibles me atrapan por las caderas inmovilizando mi cuerpo. Sus
ojos nunca se cierran, jamás deja pasar por alto mis expresiones de placidez
mientras ella es la que otorga las caricias. Disfruta ver cómo me deshago de
ansias, cuando sus manos recorren toda mi dermis. Los poros se abren esperando
el suave roce de sus dedos. Alardea de saberse conquistadora, mientras pasa por
mis partes eróticas esperando el gemido que sigue a su caricia. Éste momento se
prolonga hasta que tengo que decirle, muy quedo, “me harás terminar muy rápido”
sólo así detiene su delicioso jugueteo y vuelvo a tomar aire para distraer a
mis hormonas, que en ese momento se quieren salir cual chorro alucinante.
En una
distracción de ella, la asalto por la espalda e inmovilizándola tránsito por
sus pechos grandes y generosos, éstos mantienen sus pezones cual espiga al
viento, duros y excitantes. En ellos me regodeo por un rato, mientras mi ser la
sondea suavemente por entre sus abultadas montañas, que mantienen firme mis
ansias de más. Le beso sus divinas orejas de niña. Mi lengua dibuja el contorno
logrando sus quejidos y espasmos que hacen arder con más fuerza mis ganas de
sentirla.
Contarles no
es lo mismo que sentirlo, seguro estoy que se me escapan algunas cosas. Aunque
ustedes crean que lo que les relato pareciera salido de la historia del
erotismo, en los tiempos en que empezaba hablarse de esas ganas de sentir, que
desde que el hombre existe ha estado escondido. Hablo de esas sensaciones a los
que no se atrevían algunos a comentar y mucho menos la mujer podía decirle a su
compañero lo que le gustaría sentir y cómo sentir. Pero amigos, la realidad es
más excitante, más hermosa.
Es por eso
que les musito, si ustedes la vieran, entenderían
mi sentir. Compartirían conmigo la verdad del ser humano. Las mieles que se
pueden coincidir con esa deidad. Esa mirada
tan profunda, como sólo ella estila hacer, que desarma en un segundo al
más centrado que exista.
En silencio
mientras me retiro, la veo dormir plácidamente y su respirar sosegado en la
sábana de mi pensamiento hace que cierre la puerta de mis deseos, hasta otro
amanecer encendido, donde vuelva a sentir cómo su miel se introduce a través de
su lengua por las papilas de mi boca.
Carmen
Pacheco
@Erotismo10
29
de abril de 2017