Cristina daba vueltas en la cama, sin poder conciliar el sueño.
Había un pensamiento que le rondaba la mente y a pesar, de meditar y hablar con
Dios, no podía sacarse de la mente a Federico.
Ella sabía que era casado y que sólo podría existir una buena
amistad, entre ellos pero al voltearse hacia el otro lado de la cama volvía
aparecer aquella luz que vio en sus ojos, la primera vez que lo conoció.
-Pero bueno señor, te estoy pidiendo que me ayudes a sacármelo de
la mente y que pueda verlo, solamente como un buen amigo y vuelve aparecer su
sonrisa de niño travieso en mis recuerdos.
Al fin se quedó dormida, mientras la noche transcurría
plácidamente.
Se encuentra con Federico y arrimándose un poco para saludarlo con
un beso, éste se voltea en el momento en que ella acerca su cara y se
encuentran sus bocas al tiempo que sale ese beso casto y efusivo.
Cristina se voltea avergonzada, mientras su rostro se torna color
grana. Federico le toma el mentón, suavemente y volteándole el rostro busca de
nuevo sus labios para besarlos con más vehemencia. Se dan cuenta que ambos
ansiaban esa caricia y se entregan por unos minutos a sentir y saborear sus
bocas.
En la mente de Cristina aparece el por qué no debe besarlo y lo
retira suavemente.
-Discúlpame Cristina, si te he ofendido pero tenía muchas ganas de
besarte. He soñado con esto, desde el día que te conocí.
-Ella con el corazón a punto de salírsele y levantando sus ojos
hacia él, le confiesa que ella también deseaba besarlo pero que había algo que
la detenía y era que él estaba casado.
Federico, con la astucia que había obtenido, con el paso de
los años, la atrajo hacia él y sintiendo su cuerpo pegado al suyo volvió a
besarla. Era imposible desatarse de este lazo que se estaba formando en ese
momento. Cómo evitar besarle, si su boca era tan ávida en ese Arte. Cómo no
sentir la respuesta de su cuerpo, cuando ya era uno solo. Fue imposible no
rodar por la grama, mientras su boca recorría su cuello y sus manos llegaban
hasta lo más profundo de su intimidad.
En ese momento no paso gente, nadie los vio. Sólo eran dos
personas que se permitieron demostrar, lo que cada uno sentía por el otro.
Federico se transformó en un lobo hambriento y en un dos por tres
se la llevaba en la boca hacia su madriguera para devorarla, beso a beso por
completo. No apareció el cazador para salvarla de semejante ataque. De sus fauces
se escurría un líquido brillante que la envolvía completamente. No hubo gritos,
tampoco pelea alguna, se dejó arrastrar como el que se sabe herida de muerte.
Ya en su escondrijo, la fue despojando, con los dientes, de todo
lo que le impedía saborear ese aroma de hembra, mientras su hocico husmeaba por
entre sus partes, ansioso de percibir el olor del deseo, eso lo excitaba
demasiado.
Era imposible cualquier rescate. Nadie sabía sobre ese lugar.
Estaba bien camuflado y alejado del vecindario.
Toda la noche la besó y la hizo suya. De vez en cuando le traía
agua y frutas para que estuviera fuerte.
El sol le manoseó los ojos y se despertó dándose cuenta que todo había sido un sueño y que nada había pasado, aunque su cuerpo le gritara, que si estuvo con él. No sabía si lamentarse o agradecerlo. Recordó que al otro día se encontrarían.
Luego de ese sueño, ¿Lo vería de la misma forma? Era una guerra en
sus adentros, que no sabía si podría ganarla.
El mañana, que aún no existe, lo dirá...
Carmen Pacheco
lasculpasylamuertedelamorii@hotmail.com
@Erotismo10
22 de octubre de 2016
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