martes, 19 de enero de 2016

DIEZ SECRETOS DE NAVIDAD…






Novena Confesión


Los Días de sueños y no de realidades de

Paulina


La noche había transcurrido tan rápido y aún faltaban dos del grupo por confesarse. Tuvieron que hacer un alto para apertrecharse con la bebida porque ya habían terminado las botellas que llevaron. Nunca pensaron que una reunión de amigos, de toda la vida, les llevaría tanto tiempo y licor.


Los que ya habían confesado reían y hablaban más sueltos y con más confianza, diría yo. Es como quien se quita una mochila o bulto de la espalda y se siente liviano. Resulta, que ahora si estábamos conociéndonos, luego de unos cuantos años, no les diré cuántos, no sean curiosos. Seguro hay alguien, entre ustedes, que sabe sumar mejor que otros y llegaría a los números de nuestras edades y se perdería el encanto de lo narrado.


Solo faltaba oír a Paulina y a Susana. Ambas estaban nerviosas habían guardado por tanto tiempo ese secreto y hoy, posiblemente, las juzgarían sin piedad. 


Karol tomó la lata famosa diciendo – Sólo una mano pura y virginal será la que saque el nombre de las que faltan y esa seré yo- y todos empezaron a reír por su atrevimiento. Ella, se agarraba el estómago y doblada se carcajeaba de lo lindo. Ya más tranquila sacó el nombre y dijo –la ganadora es Paulina- y todos comenzaron a gritar ¡Paulina, Paulina! Como entenderán para esa hora ya todos estaban casi borrachos pero cuerdos. Una combinación algo rara, solo que todos querían saber lo que los demás no habían soltado, en tantos años de amistad. Así que se aguantaban y lograban mantenerse en pie, tan solo por el chisme.


Paulina era una de esas chicas listas, vivas, con una chispa alborotada todo el tiempo. Era la que mantenía al grupo al tanto de todos los aconteceres, que les interesara a ellos. No le importaba el resto de la gente, ni se preocupaba. No entiendo cómo pudo encajar entre los amigos porque es de esas muchachas que se sienten mejor que todo el mundo. Alta, delgada, de cabellera sedosa, que la hacía parecer una barbie…. Ojos almendrados y una sonrisa que cautiva al más pintado. Sabe envolver a la gente, con su verborrea implacable. Tiene la fascinación de una serpiente cuando te ve con esos hermosos ojos, que no se apartan de ti, ni un segundo, mientras dure la charla. Esa es la Paulina que conocemos. ¡Ahora vamos a ver qué es lo que desconocemos!


Paulina había llegado a la reunión con un vestidito de seda color lila, éste estaba adornado con un tejido relleno de perlas, en el área del cuello, que simulaban lágrimas negras y que a su vez le hacían resaltar la posición que había optado en ese momento, como la de un Cisne en pleno despliegue de alas. Esto le daba un aire de elegancia y señorío.


Todos esperábamos que iniciara su relato, sabíamos que ella era muy parsimoniosa, cuando describir algo se trataba pero esta vez se estaba tomando más tiempo que el de costumbre. En eso gritó Raúl –Vamos mujer que ya nos queda poco tiempo para que el gallo cante- y todos rieron haciendo sonar las copas.


Paulina los vio de reojo y les sacó la lengua, a modo de juego con sus amigos.


Comenzaré haciéndoles esta pregunta -¿Ustedes se acuerdan de aquella semana, en que desaparecí por varios días y cuando me preguntaban, les decía que estaba haciendo un taller?- ¡Si estaba haciendo un taller! Fui enviada por la empresa para perfeccionar un área de mi trabajo, porque no la entendía muy bien. Fue en ese viaje que conocí a Gustavo. Él trabajaba en otro departamento y jamás nos habíamos tropezado, ni siquiera en las reuniones de la Empresa.


Todos empezaron a susurrar entre ellos y se decían –Te lo dije Milagros, esta mujer no es tan bruta, como para tener que estar tanto tiempo en el dichoso Taller, siempre pensé que allí había gato encerrado - Milagros reía dándole la razón a Franck. Al terminar con los comentarios y las bromas Paulina prosiguió el cuento.


Tienen razón era muy obvio el tiempo que tarde en el Taller pero es que Gustavo y se me eriza la piel con solo pronunciar su nombre. Gustavo... era un hombre difícil de dejar.


Lo conocí en la cafetería del lugar que habían apartado para los que fueron al Taller. Estaba tomándome un café y como siempre, con un lápiz tamborileaba la mesa siguiendo el ritmo que, en ese momento, pasaba por mi mente. Sin pedir permiso arrimó una silla cerca de mí y me dijo –“Pareces un Director de orquesta, midiendo una sinfonía en tu mente”- y se presentó inmediatamente. – Soy Gustavo Fernández. Les confieso que me sacó de mi centro, con esa sola informalidad. No dijo tonterías, de esas tan trilladas, que dicen los hombres para acercar a cualquier mujer. Él fue directo y con gracia y me gustó. De allí en adelante, a la hora de tomarnos el descanso, nos encontrábamos en el mismo lugar. Allí hablábamos de lo que nos había parecido la intervención de los Asesores y de trivialidades. Una cosa trajo la otra. Un día nos vimos en el Restaurant y lo único que hizo fue extenderme la mano y sin vacilar se la atrapé, como si fuera un gorrión que podía escapárseme por entre los dedos y salimos del lugar.


Tomamos un taxi y en ese momento, me olvide del mundo. Solo veía sus ojos negros y abismales que prometían aventuras. Éstos me envolvieron con un calor suave pero agresivo, tierno pero feroz y de allí en adelante, todo fue improvisado. Asistimos a muy pocas sesiones del Taller. Queríamos estar juntos. Fue como una revelación de nuestras almas o para ser más terrenal, en tres palabras “Fue Química pura”


Uno de esos días en que nos perdimos encontramos una posada especial. Desde afuera nos dimos cuenta que era el lugar perfecto para nuestros encuentros.


Tenía una decoración muy a la antigua, con muebles de madera. Cojines que invitaban a instalarse en ellos y permanecer el tiempo que quisiéramos arrellenados, cual gatos en plena siesta. Sus habitaciones, por lo menos la que nos tocó a nosotros, no le faltaba, ni le sobraba nada. Era perfecta para lo que andábamos buscando, un Nido de amor para los encuentros de placer.


Les confieso que con Gustavo sentí lo que jamás en mi vida, ningún hombre me había inspirado, hablando sexualmente.  


Lo percibí como un hombre de mucha experiencia, sabía cómo y cuándo decir algo sugestivo y en qué momento hacer una caricia, como separarme el cabello de los ojos, como si fuera al descuido, algo natural. No era lisonjero, solo bastaba con mirarme y yo sentía que la ropa se me caía completamente ante él. ¿Me preguntas del pudor? Nunca existió, a pesar de ser la primera vez que lo conocía. El primer día no me tocó, solo hablamos y en una que otras ocasiones me hacía insinuaciones de lo que a él le gustaba en el sexo. Se ponía muy cerquita y al oído me narraba qué le gustaría hacerme, cómo, con qué, de qué forma y cuántas veces. Les juro que el solo hecho de oír eso, las piernas me temblaban y mi vientre se alborotaba, en una constante angustia de placer, que sin poder evitarlo, se escapaba de mi cuerpo un suave y fogoso orgasmo, tan violento y delicado que el momento se me iba en suspiros. Luego él me besaba la boca y suavemente, como el que busca obtener lo sagrado del momento, se introducía en mi garganta y era como un veneno dulce y picante, que envolvía mi mente y hasta lágrimas derramé sin razón alguna.


Eso ocurrió en las dos primeras ocasiones que nos escapamos. La tercera vez, ya él estaba más preparado. Llevó vino y pidió unos bocadillos a la habitación. Hasta ese día fue que nos quitamos la ropa.


Abrió la botella y brindando por el último día que estaríamos juntos. Nos tomamos la primera copa de vino. Con un aire de entendido en la materia, en cuanto a vino se refería, me dijo “El buqué que emana de la botella es el propio de los vinos que no están en contacto con el aire durante su proceso de envejecimiento (principalmente en botella). Si te das cuenta su olor debe recordarte a la vainilla, tabaco, humo, hojas secas, etc. el corcho y me lo puso a oler, es el vivo reflejo de lo que adentro se encuentra y saboreándolo me lo pasó por los labios para luego probarlo él. 


Así – Dijo – es que se prueba un buen vino. Es por eso que aligeré este primer brindis, ya los demás podemos deleitarnos de él, de distintas formas y manera. Sus ojos emitieron un fugaz brillo, mientras que su sonrisa amplia dejaba ver  unos hermosos dientes blancos.


Yo de vinos no sabía nada y como novata, en esa materia seguí las indicaciones de él.


Continuamos conversando, al rato empecé a sentir un calor en el cuerpo y pensé que ya las copitas de vino comenzaban hacer su efecto. Quitándome los zapatos y colocando mis pies sobre el mueble fue la desinhibición más completa que he tenido con un hombre. Gustavo se acercó y empezó a masajearme los pies. Díganme ¿Qué ser humano y aquí hablo a las mujeres, no les gusta que le den un rico masaje en los pies, luego de un día arduo de trabajo?


Sentí cómo se iban relajando cada huesito de mis dedos, mi tobillo dejó de sentir la presión que soporta por estar parada todo el día o por caminar en exceso. Trajo la botella y volvió a servir otra ronda de vino. El calor no aminoró, al contrario iba en crescendo. Sus manos masajeaban mis pantorrillas, no les puedo negar que también esa parte de mi cuerpo exigía de un masajito. Mis rodillas empezaron a temblar, cuando frotó sus partes cóncavas. Todo estaba en silencio, solo veía sus ojos que me hipnotizaban esperando el avance de sus manos que se habían convertido en torres que amenazaban a mi Reina. ¡Dios!... ya tocaba mis muslos y en ese momento mi estremecer lo sintió en la punta de sus dedos y fue un hecho su satisfacción, porque entre cerró sus hermosos ojos y mordiéndose el labio, me hizo entender que ya no había peón que evitara que le dieras un jaque a esa dama solitaria, que aunque sabía de su avance, no buscó a sus lacayos para que la protegieran.


Cuando ya estaba en la puerta principal del Castillo bajo el puente y develando la entrada entró y sentí que una caballería entera se posesionaba de la reino. Sus manos revoloteaban por toda la Comarca y sintiéndose dueño del lugar brindó con la Reina.


Unas gotas de vino fueron derramadas sobre ella, mientras que el conquistador procedía a disfrutar de su victoria tomando  de la mejor copa que había en toda la Comarca.


Esa noche al fin me hizo suya. De allí en adelante, no quiso tomar en copa alguna, el vino que nos quedaba. Paladeo, gota a gota de ese elixir y del que yo le obsequiaba en distintos momentos.


Con él aprendí que decir “Hagamos el amor” son dos palabras que no tienen significado, cuando un hombre y una mujer quieren disfrutar del sexo. En esos días me conocí como mujer, en toda la extensión de la palabra. Supe cómo hacerlo sentir a él también feliz. La entrega fue tan completa, que al estar sobre su cuerpo, me transformaba en una fiera y era yo la que mandaba en ese momento. Mi cabello ondulado, se movía al ritmo de mis arremetidas y eso a él le encantaba. Decía que parecía un animal feroz.


Me dio rienda suelta para hacer lo que sabía y lo que nunca me atreví hacer. Le mostré lo que jamás había sentido y descubrí sus partes más eróticas, las que hice mías dejando un recuerdo palpable por todas ellas. Sus manos sujetaban mis caderas, mientras en una danza sensual, nuestros cuerpos bailaban con furia. Nunca medimos lo que debíamos o no hacer. Solo nos atrevíamos a variar al ver que el otro gozaba de esas caricias nuevas y así continuábamos haciéndonos felices. Mis gotas de sudor caían una a una sobre su cuerpo, mientras lo inmovilizaba con mis piernas. Sólo puedo decirles que siempre pidió más de mi locura y eran tantas ansias acumuladas de ser  lo que era, que jamás le dije que no.


Ese fue el último día que lo vi, ya que a la semana siguiente de llegar al trabajo, me enteré que había sido cambiado para otra sucursal de la empresa, que necesitaba de los conocimientos que había adquirido en dicho Taller. Nunca nos volvimos a ver ni a contactar. Por supuesto que esto que les digo es grado treinta y tres porque Javier nunca supo lo que pasó en esos días.


¿Qué si me arrepiento?  ¡Jamás!, de eso hacen unos cuantos años y en lo que llevo de casada, nunca he sentido lo que ese día Gustavo me hizo disfrutar. Para mí ese ha sido el mejor sexo que he tenido, desde que estoy casada.

Diciendo esto, se lanzó un trago de ron y se retiró a su silla.


Todos conocemos a Javier, su esposo, pero ella era nuestra amiga que se había confesado con nosotros y lo que allí se dijo, allí se quedó. Esta confesión me recuerda que es el día a día de la mayoría de las mujeres que no tienen a un hombre que les despierte, de vez en cuando, no digo todos los días pero si muy de vez en cuando esa parte animal que toda mujer tiene y que si no la disfrutas tú, seguramente habrá otro que sabrá cómo llegarle a ese animal enjaulado que grita atención.


Con esta confesión ya nos falta la de Susana y así podremos decirles Feliz año a nuestros diez amigos. Continúa en las confesiones de fin de año, que Susana es la más candelilla del grupo por eso la dejé para el último relato.



Carmen Pacheco
@Erotismo10
19 de enero de 2016





No hay comentarios:

Publicar un comentario