Novena Confesión
Los Días de
sueños y no de realidades de
Paulina
La noche había transcurrido tan
rápido y aún faltaban dos del grupo por confesarse. Tuvieron que hacer un alto
para apertrecharse con la bebida porque ya habían terminado las botellas que
llevaron. Nunca pensaron que una reunión de amigos, de toda la vida, les
llevaría tanto tiempo y licor.
Los que ya habían confesado reían
y hablaban más sueltos y con más confianza, diría yo. Es como quien se quita
una mochila o bulto de la espalda y se siente liviano. Resulta, que ahora si estábamos
conociéndonos, luego de unos cuantos años, no les diré cuántos, no sean
curiosos. Seguro hay alguien, entre ustedes, que sabe sumar mejor que otros y
llegaría a los números de nuestras edades y se perdería el encanto de lo
narrado.
Solo faltaba oír a Paulina y a
Susana. Ambas estaban nerviosas habían guardado por tanto tiempo ese secreto y hoy, posiblemente, las juzgarían sin piedad.
Karol tomó la lata famosa
diciendo – Sólo una mano pura y virginal será la que saque el nombre de las que
faltan y esa seré yo- y todos empezaron a reír por su atrevimiento. Ella, se
agarraba el estómago y doblada se carcajeaba de lo lindo. Ya más tranquila sacó
el nombre y dijo –la ganadora es Paulina- y todos comenzaron a gritar ¡Paulina,
Paulina! Como entenderán para esa hora ya todos estaban casi borrachos pero
cuerdos. Una combinación algo rara, solo que todos querían saber lo que los
demás no habían soltado, en tantos años de amistad. Así que se aguantaban y
lograban mantenerse en pie, tan solo por el chisme.
Paulina era una de esas chicas
listas, vivas, con una chispa alborotada todo el tiempo. Era la que mantenía al
grupo al tanto de todos los aconteceres, que les interesara a ellos. No le importaba
el resto de la gente, ni se preocupaba. No entiendo cómo pudo encajar entre los
amigos porque es de esas muchachas que se sienten mejor que todo el mundo.
Alta, delgada, de cabellera sedosa, que la hacía parecer una barbie…. Ojos
almendrados y una sonrisa que cautiva al más pintado. Sabe envolver a la gente,
con su verborrea implacable. Tiene la fascinación de una serpiente cuando te ve
con esos hermosos ojos, que no se apartan de ti, ni un segundo, mientras dure
la charla. Esa es la Paulina que conocemos. ¡Ahora vamos a ver qué es lo que desconocemos!
Paulina había llegado a la
reunión con un vestidito de seda color lila, éste estaba adornado con un tejido
relleno de perlas, en el área del cuello, que simulaban lágrimas negras y que
a su vez le hacían resaltar la posición que había optado en ese momento, como
la de un Cisne en pleno despliegue de alas. Esto le daba un aire de elegancia y
señorío.
Todos esperábamos que iniciara su
relato, sabíamos que ella era muy parsimoniosa, cuando describir algo se trataba
pero esta vez se estaba tomando más tiempo que el de costumbre. En eso gritó Raúl
–Vamos mujer que ya nos queda poco tiempo para que el gallo cante- y todos
rieron haciendo sonar las copas.
Paulina los vio de reojo y les
sacó la lengua, a modo de juego con sus amigos.
Comenzaré haciéndoles esta pregunta
-¿Ustedes se acuerdan de aquella semana, en que desaparecí por varios días y
cuando me preguntaban, les decía que estaba haciendo un taller?- ¡Si estaba
haciendo un taller! Fui enviada por la empresa para perfeccionar un área de mi
trabajo, porque no la entendía muy bien. Fue en ese viaje que conocí a Gustavo.
Él trabajaba en otro departamento y jamás nos habíamos tropezado, ni siquiera
en las reuniones de la Empresa.
Todos empezaron a susurrar entre
ellos y se decían –Te lo dije Milagros, esta mujer no es tan bruta, como para
tener que estar tanto tiempo en el dichoso Taller, siempre pensé que allí había
gato encerrado - Milagros reía dándole la razón a Franck. Al terminar con los
comentarios y las bromas Paulina prosiguió el cuento.
Tienen razón era muy obvio el
tiempo que tarde en el Taller pero es que Gustavo y se me eriza la piel con
solo pronunciar su nombre. Gustavo... era un hombre difícil de dejar.
Lo conocí en la cafetería del lugar
que habían apartado para los que fueron al Taller. Estaba tomándome un café y
como siempre, con un lápiz tamborileaba la mesa siguiendo el ritmo que, en ese
momento, pasaba por mi mente. Sin pedir permiso arrimó una silla cerca de mí y
me dijo –“Pareces un Director de orquesta, midiendo una sinfonía en tu mente”-
y se presentó inmediatamente. – Soy Gustavo Fernández. Les confieso que me sacó
de mi centro, con esa sola informalidad. No dijo tonterías, de esas tan trilladas, que dicen los hombres para acercar a cualquier mujer. Él fue
directo y con gracia y me gustó. De allí en adelante, a la hora de tomarnos el
descanso, nos encontrábamos en el mismo lugar. Allí hablábamos de lo que nos
había parecido la intervención de los Asesores y de trivialidades. Una cosa
trajo la otra. Un día nos vimos en el Restaurant y lo único que hizo fue
extenderme la mano y sin vacilar se la atrapé, como si fuera un gorrión que
podía escapárseme por entre los dedos y salimos del lugar.
Tomamos un taxi y en ese momento,
me olvide del mundo. Solo veía sus ojos negros y abismales que prometían
aventuras. Éstos me envolvieron con un calor suave pero agresivo, tierno pero feroz
y de allí en adelante, todo fue improvisado. Asistimos a muy pocas sesiones del
Taller. Queríamos estar juntos. Fue como una revelación de nuestras almas o
para ser más terrenal, en tres palabras “Fue Química pura”
Uno de esos días en que nos
perdimos encontramos una posada especial. Desde afuera nos dimos cuenta que era
el lugar perfecto para nuestros encuentros.
Tenía una decoración muy a la
antigua, con muebles de madera. Cojines que invitaban a instalarse en ellos y
permanecer el tiempo que quisiéramos arrellenados, cual gatos en plena siesta. Sus
habitaciones, por lo menos la que nos tocó a nosotros, no le faltaba, ni le
sobraba nada. Era perfecta para lo que andábamos buscando, un Nido de amor para
los encuentros de placer.
Les confieso que con Gustavo
sentí lo que jamás en mi vida, ningún hombre me había inspirado, hablando sexualmente.
Lo percibí como un hombre de
mucha experiencia, sabía cómo y cuándo decir algo sugestivo y en qué momento
hacer una caricia, como separarme el cabello de los ojos, como si fuera al descuido, algo natural. No era lisonjero, solo bastaba con mirarme y yo sentía
que la ropa se me caía completamente ante él. ¿Me preguntas del pudor? Nunca existió,
a pesar de ser la primera vez que lo conocía. El primer día no me tocó, solo
hablamos y en una que otras ocasiones me hacía insinuaciones de lo que a él le
gustaba en el sexo. Se ponía muy cerquita y al oído me narraba qué le gustaría
hacerme, cómo, con qué, de qué forma y cuántas veces. Les juro que el solo
hecho de oír eso, las piernas me temblaban y mi vientre se alborotaba, en una
constante angustia de placer, que sin poder evitarlo, se escapaba de mi cuerpo
un suave y fogoso orgasmo, tan violento y delicado que el momento se me iba en
suspiros. Luego él me besaba la boca y suavemente, como el que busca obtener lo
sagrado del momento, se introducía en mi garganta y era como un veneno dulce y
picante, que envolvía mi mente y hasta lágrimas derramé sin razón alguna.
Eso ocurrió en las dos primeras ocasiones
que nos escapamos. La tercera vez, ya él estaba más preparado. Llevó vino y
pidió unos bocadillos a la habitación. Hasta ese día fue que nos quitamos la
ropa.
Abrió la botella y brindando por el último día que estaríamos juntos. Nos tomamos la primera copa de
vino. Con un aire de entendido en la materia, en cuanto a vino se refería, me dijo “El
buqué que emana de la botella es el propio de los vinos que no están en
contacto con el aire durante su proceso de envejecimiento (principalmente en
botella). Si te das cuenta su olor debe recordarte a la vainilla, tabaco, humo,
hojas secas, etc. el corcho y me lo puso a oler, es el vivo reflejo de lo que
adentro se encuentra y saboreándolo me lo pasó por los labios para luego probarlo él.
Así – Dijo – es que se prueba un buen vino. Es por eso que
aligeré este primer brindis, ya los demás podemos deleitarnos de él, de
distintas formas y manera. Sus ojos emitieron un fugaz brillo, mientras que su
sonrisa amplia dejaba ver unos hermosos
dientes blancos.
Yo de vinos no sabía nada y como
novata, en esa materia seguí las indicaciones de él.
Continuamos conversando, al rato empecé
a sentir un calor en el cuerpo y pensé que ya las copitas de vino comenzaban
hacer su efecto. Quitándome los zapatos y colocando mis pies sobre el mueble
fue la desinhibición más completa que he tenido con un hombre. Gustavo se acercó y empezó
a masajearme los pies. Díganme ¿Qué ser humano y aquí hablo a las mujeres, no
les gusta que le den un rico masaje en los pies, luego de un día arduo de
trabajo?
Sentí cómo se iban relajando cada
huesito de mis dedos, mi tobillo dejó de sentir la presión que soporta por
estar parada todo el día o por caminar en exceso. Trajo la botella y volvió a
servir otra ronda de vino. El calor no aminoró, al contrario iba en crescendo.
Sus manos masajeaban mis pantorrillas, no les puedo negar que también esa parte
de mi cuerpo exigía de un masajito. Mis rodillas empezaron a temblar, cuando
frotó sus partes cóncavas. Todo estaba en silencio, solo veía sus ojos que me hipnotizaban
esperando el avance de sus manos que se habían convertido en torres que
amenazaban a mi Reina. ¡Dios!... ya tocaba mis muslos y en ese momento mi
estremecer lo sintió en la punta de sus dedos y fue un hecho su satisfacción,
porque entre cerró sus hermosos ojos y mordiéndose el labio, me hizo entender que
ya no había peón que evitara que le dieras un jaque a esa dama solitaria, que
aunque sabía de su avance, no buscó a sus lacayos para que la protegieran.
Cuando ya estaba en la puerta
principal del Castillo bajo el puente y develando la entrada entró y sentí que
una caballería entera se posesionaba de la reino. Sus manos revoloteaban por
toda la Comarca y sintiéndose dueño del lugar brindó con la Reina.
Unas gotas de vino fueron
derramadas sobre ella, mientras que el conquistador procedía a disfrutar de su
victoria tomando de la mejor copa que
había en toda la Comarca.
Esa noche al fin me hizo suya. De
allí en adelante, no quiso tomar en copa alguna, el vino que nos quedaba. Paladeo,
gota a gota de ese elixir y del que yo le obsequiaba en distintos momentos.
Con él aprendí que decir “Hagamos
el amor” son dos palabras que no tienen significado, cuando un hombre y una
mujer quieren disfrutar del sexo. En esos días me conocí como mujer, en toda la
extensión de la palabra. Supe cómo hacerlo sentir a él también feliz. La entrega
fue tan completa, que al estar sobre su cuerpo, me transformaba en una fiera y
era yo la que mandaba en ese momento. Mi cabello ondulado, se movía al ritmo de
mis arremetidas y eso a él le encantaba. Decía que parecía un animal feroz.
Me dio rienda suelta para hacer
lo que sabía y lo que nunca me atreví hacer. Le mostré lo que jamás había
sentido y descubrí sus partes más eróticas, las que hice mías dejando un
recuerdo palpable por todas ellas. Sus manos sujetaban mis caderas, mientras en
una danza sensual, nuestros cuerpos bailaban con furia. Nunca medimos lo que
debíamos o no hacer. Solo nos atrevíamos a variar al ver que el otro gozaba de
esas caricias nuevas y así continuábamos
haciéndonos felices. Mis gotas de sudor caían una a una sobre su cuerpo,
mientras lo inmovilizaba con mis piernas. Sólo puedo decirles que siempre pidió
más de mi locura y eran tantas ansias acumuladas de ser lo que era, que jamás le dije que no.
Ese fue el último día que lo vi,
ya que a la semana siguiente de llegar al trabajo, me enteré que había sido
cambiado para otra sucursal de la empresa, que necesitaba de los conocimientos que había adquirido en dicho Taller. Nunca nos volvimos a ver ni a
contactar. Por supuesto que esto que les digo es grado treinta y tres porque
Javier nunca supo lo que pasó en esos días.
¿Qué si me arrepiento? ¡Jamás!, de eso hacen unos cuantos años y en
lo que llevo de casada, nunca he sentido lo que ese día Gustavo me hizo disfrutar.
Para mí ese ha sido el mejor sexo que he tenido, desde que estoy casada.
Diciendo esto, se lanzó un trago
de ron y se retiró a su silla.
Todos conocemos a Javier, su
esposo, pero ella era nuestra amiga que se había confesado con nosotros y lo
que allí se dijo, allí se quedó. Esta confesión me recuerda que es el día a día
de la mayoría de las mujeres que no tienen a un hombre que les despierte, de
vez en cuando, no digo todos los días pero si muy de vez en cuando esa parte
animal que toda mujer tiene y que si no la disfrutas tú, seguramente habrá otro
que sabrá cómo llegarle a ese animal enjaulado que grita atención.
Con esta confesión ya nos falta
la de Susana y así podremos decirles Feliz año a nuestros diez amigos. Continúa
en las confesiones de fin de año, que Susana es la más candelilla del grupo por
eso la dejé para el último relato.
Carmen
Pacheco
@Erotismo10
19
de enero de 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario