Estoy en la playa junto a unos amigos. Necesitaba darme un respiro del trabajo. Llevamos todo lo que necesitaríamos. La bebida y el hielo, para qué más, si estábamos seguros que encontraríamos la compañía y lo que faltara en ese lugar.
Comenzamos a tomar y contar anécdotas. El lugar estaba
concurrido. Los niños corrían delante de unas madres asfixiadas de tanto
gritarles. Hombres tratando de esconder la panza cuando aparecía alguna
chiquilla. Mujeres maduras, con poco recato y muchas ganas, nos lanzaban
miradas lujuriosas, teníamos que voltear para no reírnos en sus caras. En fin
que la estábamos pasando muy bien.
Los compañeros se enfrascaron en un juego de barajas y
yo sólo quería mirar el horizonte, a ver si me llegaba alguna inspiración
divina. El sólo pensarlo me hacía reír pero, con mucha seriedad tomé la actitud
severa de un yogi y comencé a meditar. No era fácil pues en mi mente había una
cantidad enorme de pensamientos, los cuales no lograba lanzarlos a alguna parte. Era inevitable la comenzó de la la nariz, luego la boca y cuando sentí un tirón en el
cuello volteé para flexionar la cabeza. Fue en ese momento en que vi a una
mujer hermosa que se venía acercando hacia mí. No estaba muy delgada pero la
carne que la conformaba, les aseguro que estaba muy bien proporcionada. Vestía uno
de esos bikinis, que pueden llamarse “Etiquetas”. Sus senos grandes traían una
danza acompasada de subir y bajar pero sin perder su estabilidad altiva. Sólo eran
tapados por una de esas “Etiquetas” en sus espigados pezones.
Quedé con la boca abierta y balanceando la cabeza al
ritmo de su caminar, como cuando una serpiente te hipnotiza antes de atacarte, así estaba. Su cabello negro y rizado era como ver la silueta del mar
sobre su cabeza. Alborotado y cadencioso, como cuando hay una pequeña tormenta
en alta mar. De vez en cuando le tapaba los ojos y parecía como si venía guiñándome un ojo. Sus brazos se balanceaban cual bailarina. Su cintura
estrecha permitía ver un piercing brillante en su ombligo, como si fuera el
lugar dónde un pirata debería comenzar la búsqueda del tesoro.
Al bajar la vista se me erizó el cuerpo. Tenía unas caderas que se tongoneaban cual palmeras acariciadas por la brisa en plena
tempestad. Mi razón se fue al fin del mundo, cuando al estar más cerca de mí pude ver la
tercera Etiqueta, que medio cubría la joya más apetecible que jamás hubiese
visto. Era una clara invitación a hacerle el amor. Me vi llevándola hacia un
lugar apartado para hacerla mía una, dos, muchas veces y así oír su voz en mi oído
pidiendo más y más. Hasta me pareció sentir su aliento embriagador sobre mi rostro.
Que desconsuelo sentí, cuando esa Diosa, en su caminar
pasó a mi lado, sin siquiera haberme percibido. Yo moría de dolor y angustia,
mientras que ella iba a abrazarse con un morenazo que la esperaba tras de
mí.
La vida te da sorpresas… Sorpresas te da la vida…
Carmen Pacheco
@Erotismo10
07
de mayo de 2018
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