“Nunca permitas que otra persona te haga sentir mal, Que jamás
empequeñezca tu forma de ser, de vivir, de pensar, de cómo ves la vida, porque
en ese momento, estarás perdiendo el control de tu vida”
Esas palabras retumbaban en la mente de Josefina. Hace quince
años, su madre, al verla llorando por un amor fallido, se las dijo y a pesar de
estar repletas de tanta sabiduría, no las tomó en cuenta.
Hoy, en su pequeña habitación, luego de haber llorado lo que pensó no haría por nadie, llegaba a su mente esa figura frágil repitiendo las mismas palabras de otrora. Sus ojos atascaron ese manantial de agua salada, que de ellos salía. Su cabeza se irguió y analizó cada coma, cada punto, cada rima de esas palabras y pasándose las manos por los ojos, decidió que serían las últimas lágrimas que derramaría por alguien que no entendía su ser, cuando se atrevía a poner, en entre dicho su estabilidad, en cuanto a su forma de sentir.
Esa noche, luego de sacudirse ese mal sentimiento. Se dio un
espumoso baño acompañado por una copa de vino y una suave música. De esa forma
pudo recordar la persona que, verdaderamente era ella. Quiso por un instante,
hacer que otro ser se sintiera en las nubes y pensó que definitivamente esa no
era la forma de amarse y respetarse. Primero estaba su esencia y su yo como
persona.
Pasado un rato se levantó de su baño de espumas. Sintió como unas de ellas se deslizaban por todo su cuerpo, mientras caminaba desnuda buscando una toalla. Al pasar frente a la ventana disfrutó las caricias que la brisa le otorgaba a su piel, con ese roce cual lengua punzante. Haciendo que las espigas de sus senos se erizaran y produciendo una sensación de placer muy profunda a la vez. Sus manos los acariciaron notando su rigidez e inmediatamente, la otra buscó su sexo, que ya empezaban a vibrar por la eterna esperanza.
Tomó la toalla, se la terció alrededor de los hombros y fue
directo a su closet para escoger un vestido bonito y unos elegantes zapatos.
Hoy drenaría tantas sensaciones acumuladas dentro de ella. Su cabello húmedo,
le daba un aspecto de fiera, que incitaba a meter las manos por esos rizos
alegres y encantadores mientras que de su piel canela húmeda emana un delicioso
perfume tan suyo, que levantaría un muerto ansioso de pasión.
Llamó a un amigo y le pidió la llevara al café, donde se reunía el
grupo. Justiniano, era el nombre del amigo, le pareció maravilloso ir junto a
Josefina al encuentro de los amigos. Así la gente murmuraría que ella estaba
prendada de él. Inmediatamente se arregló y se lanzó a la calle, con ese
incansable vehículo que tenía para todas las juergas que se le antojaba.
Cuando llegó donde Josefina, se dio cuenta que ella estaba en el
porche esperándolo. Cuando la luz del farol la iluminó, Justiniano tuvo que
apretar la boca y las manos de la impresión. Nunca la había visto tan hermosa y
provocativa. No sabía que tenía esa noche pero estaba para hacerla sentir el
verdadero amor
- pensó el muchacho -
Le abrió la puerta del carro, muy caballerosamente. Aprovechando
para aspirar el suave perfume de azahares que emanaba de sus cabellos aún
húmedos.
Estás preciosa –le dijo el amigo-
Josefina viéndolo de medio lado, le dio las gracias y le dijo que
se apresurara. Ansiaba por llegar al lugar.
Las luces de la calle invitaban a los clubes nocturnos, todo era
movimiento y música. Cuando llegaron, él la acompañó a la mesa. Lo menos que se
esperaban era ver a Josefina por esos lados y menos ese día, que sabían estaría
con el que ella había denominado “Mi Tormento”.
El grupo gritó y aplaudió su llegada. Inmediatamente mandaron a
que colocaran otra silla y la bebida que siempre acostumbraba a tomar con el
grupo.
Tenía tiempo retirada de su gente y tuvo que ponerse al corriente
de todo lo que les había pasado. Unos se casaron, otros se graduaron y venía un
niño en camino. Eran muchos acontecimientos que se había perdido por estar
pendiente de otra cosa.
De pronto apareció Hernán, ellos habían tenido un romance muy
serio algunos meses atrás por lo que todos pensaron que se casarían.
Las miradas cayeron sobre Josefina y se quedaron callados esperando la reacción
de ella.
Él se le acercó y le pidió que bailaran juntos. Los amigos
cuchicheaban viéndolos irse hacia la pista de baile. Hasta hicieron apuestas,
unos decían que volverían y otros que no, que ya eso había terminado.
Ya en la pista, Hernán la sujetó a él y envolviéndola con su
agresivo perfume de hombre comenzaron a bailar suavemente. Josefina estaba
encantada de sentir ese abrazo fuerte, que siempre le daba Hernán y decidió
dejarse llevar. Al no encontrar resistencia de parte de ella, la atrajo más
hacia su pecho y los brazos de ella se elevaron para rodear su cuello y de esa
forma quedaron entrelazados toda la noche. No se separaron a tomar o hablar con
los amigos. Eran solo ellos.
Antes que terminara la reunión, ya la pareja se había escabullido
por la cocina del café y se fueron a conversar a la orilla del mar. Muchos
recuerdos, muchas preguntas, muchos porqué y era el momento de aclarar algunas
cosas.
Aunque esa noche Josefina no quería hablar, necesitaba sentir y en
un descuido de Hernán, se quitó la ropa y quedó vestida con esa suave piel
canela, tan uniformemente perfecta.
Arriba una hermosa y redonda luna llena, la abrazaba de luz, cual
foco en una obra de arte, donde su piel era la estrella principal del acto y
jugando con las tonalidades hizo que brillara cada centímetro de ella a
semejanza de la Diosa de ébano. Sin decir palabra, se enrumbó hacia la espuma
que se formaba en la orilla, por cada envión que hacía el mar contra la arena.
Él la siguió y en un segundo ya estaba cerca de ella. Sus manos la
tomaron por su frágil cintura. Un beso y una sensación de cuerpo hizo que en
ese sitio hirviera el agua. Ella pasó sus largas piernas por la cadera de él y
entrelazados, al ritmo del mar sus ansias fueron apagadas y quedaron viendo
hacia la luna luego de darse por entero.
Los senos de Josefina emergían sobre el agua y la luz de la luna
los pintaba como joyas que flotan a la deriva en el mar. Fue suficiente esa
vista para que su compañero volviera a sentir ganas de tenerla y enceguecido de
deseo la volvió hacer suya, de la forma que solo él sabía.
Al otro día Josefina recibía infinidad de mensajes y llamadas.
Ella estaba en lo suyo y desde ese momento, no permitió que nada, ni nadie la
sacara de su verdadero yo.
En esta vida todo pasa y nada queda. Así que hay que disfrutar lo
que pasa y seguir disfrutando del camino, que es lo más importante. ¿El llegar?
Siempre estará allí, por qué preocuparse entonces. Disfruta de la travesía.
Carmen Pacheco
lasculpasylamuertedelamorii@hotmail.com
@Erotismo10
19 de agosto de 2016