Había pasado
mucho tiempo desde que Graciela y Gustavo se despidieron con un para siempre o
hasta nunca, eso no quedó muy claro.
Corrían los
días de diciembre, las calles estaban repletas de compradores compulsivos. Las
tiendas tenían un Papá Noel, de diferentes características en sus puertas.
Nadie estaba pendiente del que pasaba al lado del otro. Se oían villancicos por
todos lados. Las luces adornaban las fachadas de los negocios.
En ese ir y
venir, alocado de las personas en la calle principal, el destino estaba por
jugarles una mala pasada a un hombre y una mujer, que se habían amado mucho
pero que sus vidas habían tomado rumbos distintos por la manera diferente ver
la vida. Entraron a la misma tienda para comprar algo a sus parejas. Sus ojos
se atropellaron como cuando dos trenes fuertes y poderosos en su esencia
coalicionan una contra el otro llevando la misma capacidad explosiva en sus
tuercas.
Las palabras
quedaron ahogadas en el frío de dos bocas abiertas por la sorpresa.
La gente,
que por allí caminaban, los empujaba en su frenético paso convulsivo por llegar
temprano a sus hogares. Ellos se dejaban llevar y poco a poco estuvieron uno
frente al otro. Él le acarició la mejilla y ella, entre cerró los ojos evocando
un momento como ése hacía años atrás, en aquellos deliciosos encuentros
furtivos.
Como dije no
hubo palabras. Gustavo la tomó de la mano y se la llevó como el animal que
captura una presa y corre a su guarida para devorarla poco a poco y a su antojo.
Graciela se sentía como hoja al viento. Sus pies no percibían el piso, su alma
volaba entre risas, música y claxon en la congestionada calle del centro del
pueblo. Sólo se dejó llevar, olvidando que esa noche se estaría comprometiendo
con Eleazar.
Gustavo
recorría la distancia que lo separaba de su casa, a pasos agigantados. La brisa
fría que golpeaba su rostro no aminoraba la fiebre, que en ese momento
comenzaba a consumirlo.
Ya estaba
cerca, cuando una sonrisa maquiavélica había pasado, dibujándose en sus labios.
Graciela se
da cuenta que están llegando porque Gustavo aminora la marcha y siente que su
vestido ya no lo levanta el viento. Con la respiración sofocada agradece que se
haya detenido para poder apoderarse de una bocanada de aire. Su cabello estaba
revuelto y en él se habían colado unos polizontes que iluminaban su oscura
cabellera.
El ruido de
la puerta la hizo volver a la realidad. No cabía ninguna duda, había sido
raptada por un loco. Gustavo abre la enorme puerta y la invita a entrar. Graciela
nota, al pasar junto a él, que sus ojos brillaban en demasía, cual estrella en
pleno nacimiento.
Jamás sintió
miedo de él. Su cuerpo había recordado lo que era sentirlo cerca y se
estremecía completamente.
Gustavo se desliza,
rápidamente por el lugar, encendiendo pocas luces para darle un ambiente de
intimidad al momento.
Se
desaparece por un instante, cosa que aprovecha Graciela para recorrer el lugar
donde estaba. Lo encontró acogedor porque en él había objetos que ella hubiese
puesto en su casa. Otros le recordaban momentos vividos. De repente sonó una
música suave de Jazz, mientras Gustavo se acercaba con dos vasos de vino seco.
El silencio
entre ellos cortaba como bisturí de Cirujano. Tomaron un trago y sus ojos se
sumergieron en ese líquido claro y profundo que eran sus miradas.
Gustavo
estaba poseído por la locura de un lobo en pleno ataque de deseo por la hembra
que tenía al frente. Habían pasado muchos años desde la última vez que la tuvo
así, tan cerca.
Recorrió su estrecha
cintura con sus brazos y la atrajo hacia él con la sola intención que sintiera
cuál elevado estaban sus deseos por ella. Casi la asfixia, hasta que la soltó muy
despacio, como quién no quiere dejar ir una flor en primavera. Quedaron por un
rato en ese intercambio de sensaciones. Ella ya empezaba a florecer en sus
adentros, como preparándose para el advenimiento de un ser de otra galaxia.
Tomaron del
mismo vaso. Él, como quien alimenta a un ave, entre besos largos y profundos le
introducía en su boca chorros de vino seco, endulzando con su saliva lo fuerte
del licor.
La música se
colaba por sus sentidos y los invitaba a danzar lentamente.
Comenzaron a
deslizarse aquellos besos no entregados, jamás olvidados y que estuvieron
encapsulados por décadas en sus almas. Llovían, cual cascada en pleno chubasco
mojando todo lo que encontraban a su paso.
Sus bocas ya
no eran suficientes. Sus manos ansiaban sus pechos como el niño que busca
saciar el hambre de su leche. Los estrujó e intentó sacar el jugo, que era ese
líquido blanquecino que lo alimentaría cual crío. Ya no pensaba, sólo su
instinto animal era lo que lo dirigía. Graciela era un manejo de gemidos y
suspiros, ya estaba entregada completamente a sentir las ansias de Gustavo.
Gustavo, en
su delirio se escabulló hacia abajo y levantándole la falda pudo ver esa fruta
que tantas veces sació sus ansias y cual fiera que avista su presa, le fue
encima y la atrapó con sus dientes haciendo sonidos guturales parecidos a los de un lobo en pleno ataque. Graciela dio un grito de dolor pero no fue
suficiente para que la soltara.
“El animal
no suelta su presa tan fácilmente por nada del mundo”. Su respiración era
profunda y agitada. Sus sentidos se agudizaron aún más al percibir el aroma
íntimo de Graciela. Por instinto apretó un poco más esos pulposos labios, que
lo mantenían salivando de placer.
Su presa
temblaba, al principio trató de soltarse pero entendió que al hacerlo, el dolor
se acrecentaba y era sujetada con más fuerza. Por lo que entendió que debía
tranquilizarse.
Su aroma de
mujer, se mezclaba entre el miedo y el deseo. La situación la mantenía muy
excitada y su cuerpo empezaba a segregar ese líquido de placer que humedecía todas
sus partes. Apretaba los dientes,
mientras una lágrima se le escapaba. Aligeró el trago que aún persistía en el vaso
y se entregó a esa extraña sensación de dolor y placer.
Para ese
momento Gustavo estaba borracho de deseo, al saberse triunfador en su cacería.
Su presa no intentaría escapar. Ya había entendido que él era el que mandaba y
eso lo ponía aún más excitado.
Es por eso
que sintiéndose el dueño de la situación, relajó su mandíbula y entre abriendo
su boca, dejó salir su lengua, que cual serpiente iría a explorar el terreno,
del cual se había apoderado. Pasó rosando los labios aprisionados y sintiéndolos
carnosos, apetecibles, enloquecedores, los saboreó por un rato, al momento
siguió profundizando su camino al interior de esa cueva.
La respuesta
a ese estímulo fue enloquecedor. Graciela sintió que su cuerpo hervía y
comenzaba a derretirse por dentro. El temblor de su cuerpo fue más hilarante,
esto lo acompañó con un grito de placer, que se oyó por todo el vecindario.
Pareció el aullido de una loba en celo.
La lengua
continuaba su zigzagueo, mientras estimulaba al clítoris. Fue la locura
completa. Sentir la suavidad y humedad en él. Gustavo quería permanecer más
tiempo disfrutando de su rigidez y el juego que mantenía mientras lo empujaba
de lado a lado.
El camino no
había terminado, se adentró a las profundidades que se le ofrecía, sintiendo
sus paredes suaves y fuertes.
Ya en ese
instante Graciela no pudo aguantar más la explosión de deseos por tan
exquisitas caricias y dio riendas sueltas al estallido orgásmico.
Gustavo percibía
el remolino de energía que despedía Graciela y subiendo una mano le atrapó los
senos erguidos y fuertes, que estaban bañados en sudor profuso.
Tenía la intención
de permanecer más tiempo aprisionado su vulva, cuando un manantial caliente
llegó hasta su boca. Su sabor agridulce
hizo que él llegara al clímax y soltara su presa, dejándola en plena libertad.
Su boca repleta de la miel de ese cuerpo, que se unían a gotas de sangre que
salía de los lugares donde, con sus dientes aprisionó más fuerte a Graciela,
terminaron por enloquecerlo más.
Los dos
cayeron juntos al suelo, mientras convulsionan de placer.
Unas horas
bastaron para reponerse. Él le preparó una cena nutritiva y la dejó reposar
unas horas.
No fue
necesario buscarla. Levantó la mirada de la revista que veía y pudo verla parada
en la puerta, con esa divina desnudez que la arropaba, invitándolo a que la
siguiera hacia la alcoba.
En ese
momento la hizo suya varias veces entrando a sus entrañas con el mayor placer
que jamás habían tenido. Lo que no les resultó años atrás, hoy los une de otra
forma pero con más fuerza.
Regularmente
se encuentran y se aman hasta que el sol aparece. No hay palaras, no hay
preguntas, sólo saben que se disfrutan.
Carmen
Pacheco
@Erotismo10
16
de abril de 2018