viernes, 1 de marzo de 2019

LA MUJER ESQUELETO SE ENAMORA...




Ella, cual alma en pena, aparece por entre las rendijas de sus ventanas, por debajo de los ramales polvorientos, por entre  los salientes de su tristeza y por las losas de su alma. Aunque tiene una sonrisa desolada, sus ojos dejan entrever la picardía de entonces.

Por entre sus huesos  corre la brisa del otoño, el inicio del invierno y aquella hermosa primavera que la hizo ser merecedora de los mejores elogios por su increíble belleza, por la que muchos se postraron ante ella, tan solo por una mirada de esos ojos color esmeralda.

Llegan, a lo lejos, revoloteando con el viento, unas notas musicales, que consiguen sacarle una mueca, como la de la Mona Liza, algo enigmática. Nadie la conoce, todos creen saber lo que siente, hasta llegan a emitir comentarios grotesco de su manera de ser.  Esa melodía, también trajo un dejo de tristeza haciendo que de repente resbalaran, por las cuencas de sus ojos, un par de lágrimas, que al desplomarse en el suelo se convirtieron en diamantes preciosos.

Sus huesos arden todas las noches a la espera de una caricia  o un te quiero. Se le puede observar caminando por entre el follaje verde de la montaña, alumbrando con el brillo de sus huesos el nacimiento de otro atardecer. Muy de vez en cuando se oye un grito desesperado en la oscuridad de la colina, siendo acompañado otro sonido crudo que hace el agua cuando cae cerca del hogar, donde pasa sus días sola. Los seres mitológicos, que allí habitan piensan que ha decidido terminar con su pesar pero es sólo el grito de un ser que trata de percibir la vibración de aquel, que un día la llenó de ilusión y esperanzas.

Era un domingo cálido, de esos que invitan a hacer el amor entre el sudor y la brisa. La mujer esqueleto sumergió sus huesos en el manantial cristalino esperando sacar las cenizas de aquel fuego que algún día quemó sus entrañas y así reducir  sus ganas de sentirse amada.

Esa noche, fortuitamente pasaba un caminante por esos lugares cuando vio una luz que atravesaba los confines del territorio. Se acercó y observó a la mujer más hermosa que jamás hubiese podido imaginar. La visión era alucinante. Su piel era morena y sedosa. El agua que le escurría desde su larga melena hacia su vientre, parecían gotas de cristal pues brillaban en todo el contorno de sus pechos  erguidos y sublimemente torneados. El caminante no se movió, y mucho menos se atrevió a respirar mientras observaba cómo esa alucinación  salía de las aguas dejando ver un pubis adornado de gotitas brillantes dando la impresión que era una gema preciosa. La mujer esqueleto mientras salía de las aguas sintió que un calor avasallante la invadía con un fuerte dolor en los huesos. No podía explicarse qué le pasaba, puede ser que la noche esté más fría hoy –pensó-. Pero de pronto observó a un hombre, que escondido por  entre los matorrales la espiaba muy quietamente. Se fue acercando a él y cuando lo tuvo cerca se le quedó mirando. Sus huesos comenzaron a temblar haciendo un ruido extraño era algo  que jamás había sentido la mujer esqueleto. El hombre no podía dejar de ver a semejante mujer que desnuda y sin ninguna clase de pudor, se acercó hacia él.

Sus cuerpos se juntaron lentamente, como dos locas babosas de un riachuelo. La mujer esqueleto lo sintió cálido y seguro permitiendo que se adentrara entre sus huesos. Él le acarició el rostro muy suavemente, mientras la mujer esqueleto lloraba dejando salir de sus vacías cuencas, perlas que iban a parar al suelo haciendo que florecieran flores hermosas en el lugar. Él se introdujo por entre su pelvis desnuda encontrando la calidez del fuego que había estado encendido esperando el momento para arropar al elegido de su corazón, ese el que le hiciera sentir el amor más profundo. Ya no hubo fuerza humana que pudiera separarlos. Y comenzaron a comerse a besos.  

La Mujer le mostraba los dientes blancos cual perlas. El disfrutaba acariciando sus senos voluptuosos y firmes. Lo que más quería era tomarlos entre sus manos y llevárselos a la boca, como el recién nacido que busca, desesperado, el alimento para su existencia. Los besaba  en el frenesí de un loco obsesionado. Sus manos bajaron a sus caderas encontrando esa hendidura maravillosa que lo llevaría a la gloria. Su pelvis hizo un ruido extraño mientras él le separaba el fémur con la intensión de anidarse en ese vacío que se producía. El sólo sentir, el roce de sus huesos con los suyos, hizo que explotara una chispa de energía que la invadió mientras se acercaba dejando preso a ese amor deseado. El rato que pasaron fue largo y extraño. Jamás mujer alguna le había hecho sentir tanto amor. Se entregó a ella sin importarle nada. Era la mujer que había esperado por siglos. Abrazándola la tumbó al suelo y en esa caricia de amor quedaron unidos para siempre. La mujer esqueleto resurgió de sus miserias para convertirse en un ser de la nada, amante y segura de que sus huesos serían acariciados y amados por largo tiempo.

Y así quedaron, enrocados eterna y húmedamente. A menos de un suspiro de tibio abrazo y de besos mustios…  


Carmen Pacheco
@Etrotismo10
Jueves 01 marzo 2019

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