Ella, cual
alma en pena, aparece por entre las rendijas de sus ventanas, por debajo de los
ramales polvorientos, por entre los salientes
de su tristeza y por las losas de su alma. Aunque tiene una sonrisa desolada, sus
ojos dejan entrever la picardía de entonces.
Por entre
sus huesos corre la brisa del otoño, el
inicio del invierno y aquella hermosa primavera que la hizo ser merecedora de
los mejores elogios por su increíble belleza, por la que muchos se postraron
ante ella, tan solo por una mirada de esos ojos color esmeralda.
Llegan, a lo
lejos, revoloteando con el viento, unas notas musicales, que consiguen sacarle una
mueca, como la de la Mona Liza, algo enigmática. Nadie la conoce, todos creen
saber lo que siente, hasta llegan a emitir comentarios grotesco de su manera de
ser. Esa melodía, también trajo un dejo
de tristeza haciendo que de repente resbalaran, por las cuencas de sus ojos, un
par de lágrimas, que al desplomarse en el suelo se convirtieron en diamantes preciosos.
Sus huesos
arden todas las noches a la espera de una caricia o un te quiero. Se le puede observar caminando
por entre el follaje verde de la montaña, alumbrando con el brillo de sus huesos el
nacimiento de otro atardecer. Muy de vez en cuando se oye un grito desesperado en
la oscuridad de la colina, siendo acompañado otro sonido crudo que hace el agua
cuando cae cerca del hogar, donde pasa sus días sola. Los seres mitológicos,
que allí habitan piensan que ha decidido terminar con su pesar pero es sólo el
grito de un ser que trata de percibir la vibración de aquel, que un día la
llenó de ilusión y esperanzas.
Era un
domingo cálido, de esos que invitan a hacer el amor entre el sudor y la brisa. La
mujer esqueleto sumergió sus huesos en el manantial cristalino esperando sacar
las cenizas de aquel fuego que algún día quemó sus entrañas y así reducir sus ganas de sentirse amada.
Esa noche, fortuitamente
pasaba un caminante por esos lugares cuando vio una luz que atravesaba los confines
del territorio. Se acercó y observó a la mujer más hermosa que jamás hubiese
podido imaginar. La visión era alucinante. Su piel era morena y sedosa. El agua
que le escurría desde su larga melena hacia su vientre, parecían gotas de
cristal pues brillaban en todo el contorno de sus pechos erguidos y sublimemente torneados. El
caminante no se movió, y mucho menos se atrevió a respirar mientras observaba
cómo esa alucinación salía de las aguas
dejando ver un pubis adornado de gotitas brillantes dando la impresión que era una
gema preciosa. La mujer esqueleto mientras salía de las aguas sintió que un
calor avasallante la invadía con un fuerte dolor en los huesos. No podía
explicarse qué le pasaba, puede ser que la noche esté más fría hoy –pensó-.
Pero de pronto observó a un hombre, que escondido por entre los matorrales la espiaba muy quietamente.
Se fue acercando a él y cuando lo tuvo cerca se le quedó mirando. Sus huesos
comenzaron a temblar haciendo un ruido extraño era algo que jamás había sentido la mujer esqueleto. El
hombre no podía dejar de ver a semejante mujer que desnuda y sin ninguna clase
de pudor, se acercó hacia él.
Sus cuerpos
se juntaron lentamente, como dos locas babosas de un riachuelo. La mujer
esqueleto lo sintió cálido y seguro permitiendo que se adentrara entre sus
huesos. Él le acarició el rostro muy suavemente, mientras la mujer esqueleto
lloraba dejando salir de sus vacías cuencas, perlas que iban a parar al suelo
haciendo que florecieran flores hermosas en el lugar. Él se introdujo por entre
su pelvis desnuda encontrando la calidez del fuego que había estado encendido
esperando el momento para arropar al elegido de su corazón, ese el que le
hiciera sentir el amor más profundo. Ya no hubo fuerza humana que pudiera
separarlos. Y comenzaron a comerse a besos.
La Mujer le
mostraba los dientes blancos cual perlas. El disfrutaba acariciando sus senos voluptuosos
y firmes. Lo que más quería era tomarlos entre sus manos y llevárselos a la
boca, como el recién nacido que busca, desesperado, el alimento para su
existencia. Los besaba en el frenesí
de un loco obsesionado. Sus manos bajaron a sus caderas encontrando esa hendidura
maravillosa que lo llevaría a la gloria. Su pelvis hizo un ruido
extraño mientras él le separaba el fémur con la intensión de anidarse en ese
vacío que se producía. El sólo sentir, el roce de sus huesos con los suyos, hizo que explotara una chispa de energía que la invadió mientras se acercaba dejando preso a ese amor
deseado. El rato que pasaron fue largo y extraño. Jamás mujer alguna le había
hecho sentir tanto amor. Se entregó a ella sin importarle nada. Era la mujer que
había esperado por siglos. Abrazándola la tumbó al suelo y en esa caricia de amor
quedaron unidos para siempre. La mujer esqueleto resurgió de sus miserias
para convertirse en un ser de la nada, amante y segura de que sus huesos serían
acariciados y amados por largo tiempo.
Y así quedaron,
enrocados eterna y húmedamente. A menos de un suspiro de tibio abrazo y de besos mustios…
Carmen
Pacheco
@Etrotismo10
Jueves
01 marzo 2019