Era uno de
esos días en que parecía que el cielo se caería. Había estado lloviendo a
cántaros desde la noche anterior. Karla tenía que salir de madrugada para la
entrevista de trabajo que, al fin, habían aceptado hacerle en esa empresa internacional,
que tanto había esperando. No sabía cómo saldría de su casa, el meteorólogo
informaba que seguiría lloviendo por veinticuatro horas más. No había podido
dormir en toda la noche. Se había quedado organizando los documentos que
llevaría a la entrevista. No quería que le faltaran detalles, que seguro pedirían.
Era la
oportunidad de su vida. Había esperado por este empleo dos años. Se preparó
como el que va para unas olimpíadas. No escatimó en seminarios, talleres, hasta
aprendió el inglés comercial. Ya ella hablaba, fluidamente, ese idioma pero era
necesario adentrarse en el tecnicismo que requería su futuro empleo.
Ya iban a
dar las dos de la mañana y la lluvia no pensaba detenerse. Sentada con una taza
de café en la mano pensaba en que no tendría su carro para el día siguiente. El
muy condenado se le antojó reventársele la manguera del aire acondicionado o
sería el sello, pensó. En fin fuera lo que fuera, la obligaba a irse en taxi. Ya
había contactado a una línea, que no estaba tan lejos de su casa y habían
quedado en mandarle un carro a las ocho de la mañana. Su cita sería a las once,
así que le daría tiempo a desayunar y por la lluvia, podría ir poco a poco y
llegar a buena hora.
Karla tenía
un compañero, era un gato al que llamaba Bigotes. Lo había encontrado en una
alcantarilla a punto de ahogarse, en un día como hoy, en que las nubes están
ansiosas de descargar todo lo que llevan por dentro, sobre la faz de la tierra.
Lo llamó así porque era tan pequeño, que lo único que sobresalía en él eran sus
largos bigotes.
Bigotes se
refugió en su regazo buscando calor y encendiendo su motor interno vibraba y
ronroneaba dándole calor a sus piernas. Eso hizo que Karla se tranquilizara y
dejara de pensar en cómo haría para llegar a la cita. Mientras le acariciaba el
pelaje a Bigotes, alargó su brazo y colocó música relajante, que la llevó a
tener un momento de tranquilidad interna.
Al fin
decidió irse a la cama para ver si podía mecerse sobre la hamaca de la Luna y
dormir un poco antes de que sonara el despertador.
A las seis
sonó la alarma despertando a Karla de un solo salto que casi se cae de la cama.
Se levantó, con sueño aún y fue a preparar café mientras se duchaba. Ya todo lo
tenía listo. Se comió un sándwich con otra taza de café y se dispuso a esperar
el taxi. Aún llovía y la temperatura había bajado bastante. Se apresuró a
guardar una chaqueta por si aumentaba el frío.
El taxi
llegó a las ocho en punto. El taxista se bajó con un paraguas enorme y ayudó a Karla
a subir el maletín al carro, donde llevaba todas sus ideas que expondría a los
entrevistadores ese día. Ya sentada en la parte de atrás, el conductor le da
los buenos días y disponiéndose a poner el carro en movimiento, Karla le dice:
-un momento, me parece conocida esa voz. ¿Acaso no es usted Francisco?- Al
instante el hombre se voltea y sacándose el impermeable de la cabeza, se le
queda viendo y le dice: -¿Acaso no eres Karla, mi Karlita? Y ambos asombrados
por la casualidad se echaron a reír saludándose mutuamente. Mujer –le dice
Francisco- pásate hacia adelante para que hablemos y así saber qué ha sido de
ti en todos estos años. Karla sale rápido del carro con un periódico en la
mano, tratando de taparse de la lluvia que caía a porrazos y se instala en la
parte de adelante y riendo cierra la puerta.
Deja que te
vea mejor y hace que voltee hacia él. Pero si estás más hermosa que nunca. Y tú
estás igualito – le contesta ella. No quiso decirlo pero le pareció que seguía
igual de buenmozo e interesante, ahora más por unas canitas que se asomaban
sobre sus cienes.
En el camino
se desparramó un aguacero de espanto y brinco. Venía con centellas y truenos. Había
que guarecerse en algún lugar. Las calles se inundaban y tenían que salir del
centro de la ciudad. Francisco poseía una casa en la parte más alta de la localidad
y fue allí donde fueron a parar.
Ya Karla
conocía el lugar. Le traía recuerdos de momentos muy gratos con Francisco.
Pensé que
habías vendido la propiedad - le dijo. Para nada –le contesta Francisco. Esta casa
fue de mis padres y hay muchos recuerdos de mi niñez. Además tengo otros recuerdos
de una época de mi vida en que fui feliz y no lo sabía. Karla baja el rostro y
hace como si no hubiese oído lo que dijo.
Aquí tengo
comida y bebida por si esta lluvia se extiende, así que no te preocupes. Espero
que no llueva más - le dice ella. Tengo una entrevista a las once de la mañana
para el trabajo de mis sueños, tú sabes, el que siempre he esperado.
Me parece
maravilloso pero si continúa este diluvio no creo que puedas llegar. Es más no
creo que ellos puedan llegar a la cita porque esto está pasando en toda la
ciudad. Vamos a tomarnos una buena taza de café y allí veremos que nos tiene
deparado el clima hoy. Diciendo esto se fue a la cocina. Mientras movía los
trastos buscando para hacer el café Karla lo ve moverse de un lado al otro y
recordaba esos momentos en que pasaban días enteros en ese lugar, días de
completa entrega. Francisco la atrapó mirándolo y sus ojos se abrazaron de
recuerdos y ansias. Ella volteó la cara y disimuló estar observando cómo se
formaba una piscina de agua en el patio de al lado.
Con todo
preparado, se acercó ofreciéndole una taza que traía ese olor a café recién colado. Allí se sentaron a hablar y a
ponerse al día con sus vidas. Rieron y volvieron a tomar café varias veces,
ambos eran amantes del café.
Llegó el
medio día y la lluvia no amainaba, al contrario, el cielo se había tornado
oscuro completamente y a lo lejos se apreciaban los centellazos que alumbraban el
lugar, dando la impresión de un torneo con sables eléctricos, donde dos samuráis
se baten en un duelo a muerte por el amor de una dama.
Bueno, dijo
Francisco, dado que ni tú ni yo iremos a trabajar o alguna otra parte hoy,
declaro abierto el bar y el restaurant porque hay hambre, ¿te parece? Karla, riéndose, acepta el decreto y Francisco
dice –habiendo quorum en lo solicitado y estando todos de acuerdo, se abre el
bar y saca una botella de vino, del que sabe que a ella le gusta.
No salieron
de la cocina era allí donde estaba la vida, donde se manejaba un calorcito
especial, según decía Francisco. Le preparó un arroz a la marinera con ensalada
que no tuvo más remedio que aplaudir tan maravillosa comida. Luego vino un Cointreau
para hacer la digestión y siguieron con vino. Total el día no pintaba para otra
cosa que para hablar y disfrutar de la compañía.
¿Te acuerdas
Karla cuando veníamos en esos días de lluvia a esta casa? Fueron momentos muy
agradables. Karla no quería entrar en esa conversación porque aún dolía el
haberse separado. Francisco notó la incomodidad de Karla y levantando la copa
brindó por el reencuentro. Así siguió una copa tras otra hasta que ya bailaban
y cantaban. La cercanía se había hecho necesaria y los cuerpos ya se rosaban. En
una de esas, Francisco la atrajo para que bailaran aquella melodía que siempre
les había gustado en aquellos tiempos. Cuando pasó la mano por su cintura, las
llamas del infierno se quedaron heladas del calor que despedían ambos cuerpos. Estaban
uno frente al otro y sus alientos calentaban los labios del otro.
La casa
tenía una planta superior y para acceder a ella había que subir por una
escalera que quedaba del lado de afuera. En ese momento con el aguacero que se
había desgajado sobre el lugar, caía cual cascada en plena selva. Fue allí que
la llevó cuando al fin pudo capturar su boca con un beso profundo y ahogado en
el te quiero, en el me muero por tenerte. Bajo los chorros de agua, se fueron
sacando la vestimenta. A medida que eso pasaba sus manos acariciaban el cuerpo
del otro. El agua les caía como un remanso de frescor para el calor que bullía de
sus cuerpos. Sólo que no era suficiente para apagar esa hoguera que había
permanecido encendida por mucho tiempo.
Karla lo atrae
hacia su desnudez y coloca su rostro en sus gentiles senos, que con el frío del
agua permanecían en una erección sublime. Él los besaba con tanta furia que
dolía. Ella abierta a recibir la caricia tan esperada, lo fue bajando hasta
dejarlo frente a esos labios ardientes que soñaban con un beso profundo y
húmedo.
Francisco ya
en la locura extrema la levantó por la cintura y la puso más arriba, donde
estaba el descanso de la escalera y fue allí que la hizo suya, con una dulzura
loca. Con su cuerpo le tapaba el borbotón de agua que le caía en el rostro. Alzó
sus caderas y es cuando en un grito de éxtasis la penetra sintiendo el temblor de
las carnes de Karla. Allí estuvieron un buen tiempo, ni el agua, ni el frío
evitó que se amaran, como sólo ellos sabían.
De la
tempestad llegó la calma y acurrucados uno junto al otro descansan de tanto
anhelo, de tanta necesidad de tenerse. ¿Por qué se habían separada? ya eso no
importaba. El destino los volvía a unir y muy dentro de ellos sabían que no
podían permitirse el error de volverse a distanciar. Eran el uno para el otro. En
eso pensaba Francisco cuando se volteó y vio el cuerpo desnudo de la mujer que
siempre amó. La fiebre volvió a enajenarlo y las ganas renacieron como
la flor que duerme en la noche y florece en el día. La fue despertando con
caricias y besos. Al abrir los ojos Karla, se vio en la profundidad que había en
los de Francisco y se volteó para amarlo nuevamente, intensamente en una
sola respiración en un entrar y salir de su alma. Haciendo que no sólo ellos se
adoraran, sino que en sus nuevos recuerdos pudieran alejar cualquier sentimiento negativo
que hubiesen tenido ambos.
El alba
apareció por la rendija de la ventana y los encontró en un solo abrazo. Karla se
despierta cuando siente que su amado está listo para volver a hacerla sentir cómo se llega al cielo con un beso de los suyos.
Carmen
Pacheco
@Erotismo10
25
de julio de 2018
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