Marisol había escogido los días de sus vacaciones para pasarlos
junto la familia y con algunos amigos de su infancia, los cuales tenía mucho
tiempo que no veía. Se había enterado del fallecimiento de una de las tías
mayores más queridas, la tía Graciela. No podían dejar de avisarle, dado que
todos vivieron debajo de las faldas de esa tía, que les alcahueteó todo, yendo
en contra de todos. Siempre era la primera que se ponía entre los niños y una
chancleta en el aire, cuando éstos cometían alguna travesura.
Sabía, muy bien cómo atraerlos para que hicieran las tareas.
Preparaba sus deliciosos buñuelos de yuca y como una abeja reina, se paseaba
por toda la casa, con una bandeja repleta de dulces recién hechos. Todas las
habitaciones, se impregnaban de su delicioso olor a canela. Podría decirse que
era como ese flautista mágico, que con su música hacía que los ratones lo
siguieran hasta dónde el quisiera. Ningún sobrino concebía perderse ese momento
de saborear los deliciosos Buñuelos de la Tía Graciela.
Es por eso que Marisol, no podía dejar de acompañar a los primos y
tíos, en un momento tan doloroso. Llegaban a su mente, demasiados recuerdos
dulces, como sus buñuelos de yuca. Sus besos suaves y al momento. Aquello que
siempre les decía a todo aquel que quisiera regañarlos - “Con mis muchachos no
se mete nadie y el que lo haga, se las verá conmigo”
Había salido de su isla hacía como quince años y muchas costumbres
de allí, las había olvidado. Todo el que se va de su terruño buscando hacer
futuro tiene la obligación de aprender el idioma y la forma de vida del país,
en que es acogido para vivir. En eso van las costumbres y las aficiones. Aunque
existen muchas personas que pueden aprender del país extraño y no olvidar su
idiosincrasia, su cultura, sus apegos más importantes. Para poder llegar a ser
aceptado del todo, muchos hasta no les permiten a sus hijos hablar en su idioma
materno y eso significa practicar día y noche, la nueva lengua. De allí, que
los acentos o dialectos se van dejando en un baúl, en esa parte de atrás de los
recuerdos.
Luego de cumplir con el último adiós a la tía querida, se
regresaron a la casa para recibir a las visitas que llegaban, de otras
provincias, con el fin de dar las condolencias a los familiares más cercanos de
Graciela.
Marisol se encontraba recibiendo a las personas y desde lejos pudo
ver, sentado en el columpio, que años atrás la hizo elevarse hasta las nubes,
tantas veces, a un hombre joven que vestía una guayabera blanca. Su cuerpo
estaba doblado y desde donde se encontraba, logró ver cómo se agitaba, lo mismo
que una persona, cuando está llorando. Agudizó bien la vista en el momento en
que subía la cara para secarse los ojos y fue cuando reconoció a Hugo, su primo
de correrías e inventos.
Cuando niños él le pidió que fuera su novia. Siempre andaban juntos,
en la escuela y en las fiestas. Se jactaba diciéndoles a todos que tenían algo.
Los amigos no sabían si era cierto y siempre quedó la duda ya que Marisol
tampoco lo negó.
Despidiéndose de unas personas que se iban, salió al encuentro del
amigo. Hugo al verla abrió sus brazos y se quedaron un largo rato llorando la
pérdida de tan amada tía.
Ya iban quedando muy pocas personas en la casa y se formó un grupo
de primos, muchachos que disfrutaron de su niñez al lado de la tía y comenzaron
hacer cuentos de ella.
La hija de Graciela le dijo a Marisol – ¿Recuerdas cuando los
encontró a ti y a Hugo encima de la mata de mango? – Pensé que le daría un
infarto. Llegó echando espuma por la boca de lo brava que estaba. ¿Será que los
vio haciendo algo indebido? Y de una forma muy pícara les guiñó el ojo a los
demás del grupo. Marisol se puso algo nerviosa y Hugo bajó la cara pero
enseguida salieron en su defensa. Es que mi tía siempre pensó que Hugo y yo
estábamos demasiado tiempo junto y quién sabe qué le pasaba por la cabeza.
Todos se rieron porque sabían lo que Hugo había dicho, en todas partes de
Marisol. Él jamás negó que le gustaba su prima y era por eso que la tía trataba
de mantenerlos a raya, sin atreverse a juzgarlos en su forma de trato. Total,
decía Graciela “Son unos niños, que necesitan estar juntos”.
Esa noche, el grupo duró hasta el amanecer, entre recuerdos y
poniéndose al día de sus planes a corto plazo.
Ya a las ocho de la mañana estaban desayunando y preparándose para
salir, cada quien a sus trabajos o casas. Marisol regresaría a España en quince
días y decidió quedarse a descansar un poco más donde la tía Graciela.
Hugo había vuelto a sentir esa cosquilla que le producía el solo
aliento de Marisol pero no quería aceptarlo. Antes de irse la invitó a cenar
esa noche y así ella le contaría lo que hace en ese lugar tan lejano de su
patria. Ya era una cita de verdad, no como cuando eran adolescentes. Se verían
en la noche para conversar.
Hugo le llevaba cuatro años adelante y en el tiempo en que
estuvieron separados, se había transformado en un hombre muy apuesto y
preparado. Marisol, como siempre, según, a los ojos de él era una hermosa
visión para su alma. Algo comenzó a moverse en el ambiente. La brisa era
dulzona, como aquellos buñuelos dulces con canela. El cuerpo de Marisol le
empezó avisar, lo mismo que sintió años atrás, cuando Hugo estaba cerca de
ella. En la casa de la tía se congregaron los olores y los recuerdos de su
niñez y su espíritu volaba entre el incienso y el olor de las velas, que aún
ardían por la ausencia del ser querido. Marisol se acostó y soñó todo el tiempo
con la querida tía Graciela.
Iban a dar las cinco de la tarde, cuando se despertó, como si
alguien le hubiese puesto un dedo en la frente. Se levantó y recordó que tenía
una cita con Hugo.
Habían pasado quince años y ya ella no era una niña. Había tenido
una que otra conquista pero nunca concretó algo en serio. Alegaba ser,
posiblemente, muy exigente en el momento de tomar la decisión de unirse a otra
persona. Muy dentro entendía que no lograban tocarla tan íntimamente, como ella
había soñado siempre. Los pocos que pasaron por su vida, solo habían rosado su
primera cáscara y no se preocupaban por romperla y buscar más dentro, donde
existían otras pero más frágiles. Estaba cansada de oír las mismas sandeces,
sin ni siquiera un ápice de ocurrencia para llevarla a la cama. Eran tan
básicos -se decía- que me cortaba las ganas de inmediato. En ese momento
aparecía la mujer fría y calculadora, que les lanzaba un beso lleno de espinas
congeladas, cual hielo lacerante.
¿Para dónde la llevaría Hugo? – Se preguntaba, mientras se bañaba
– No había traído muchos vestidos, ya que no pensaba salir de la casa de la
tía. El que había elegido para ese viaje, seguro le serviría. En ese momento
había calor en la isla. No tenía muchas ganas de mucha fiesta, de todas formas.
Eran momentos de dolor y luto.
Hugo, puntual como siempre llegó frente a la casa y bajó del coche
a buscarla. Fue un encuentro extraño, ambos se vieron, como aquellos muchachos
que vivieron muy unidos y que a la vez sentían como los adultos que eran ahora.
Se dieron un beso en la mejilla y rompiendo el hielo Marisol, le preguntó –
¿Para dónde me llevas a comer? – No te preocupes que será una sorpresa espero
agradable – respondió Él- Ella arrugó la frente, con extrañeza y dejó que
la condujera al vehículo.
Como se lo supuso, la llevó al lugar donde siempre solían comer y
bailar. No le causó enojo porque le traía gratos recuerdos de su adolescencia
junto a él. Lo vio y le dijo – Sigues siendo previsible amigo, me suponía que
me traerías aquí- y entraron riendo al lugar.
Ya todo estaba listo. Hugo había apartado una mesa cerca de la
orquesta y una botella de ron, del mismo ron que siempre, a escondidas, habían
tomado en sus salidas.
Allí se contaron sus vidas, sus aciertos, sus frustraciones y sus
deseos de ser felices.
La noche iba cayendo, cual hoja en el otoño, que bamboleada por la
brisa, se niega amontonar, entre tantas otras en la montaña que se hacía en la
grama, sin esperanza de ser apreciada.
La orquesta tocó una de las canciones, que años atrás bailaron y
él la sacó a la pista. Fue en ese momento, que sus cuerpos se encendieron como
antorchas vivas. Fue ese contacto, que les recordó la sensación de la piel del
otro. La mano de él quedó bajo su cintura, mientras que la atraía hacia su
cuerpo. Le encantó sentir ese temblor exquisito mientras la sostenía pegada a
su pecho. Aunque todos bailaban agitados, para ellos la música no provenía de
los instrumentos, que allí estaban. Emergía del alma de ellos dos. Era como una
danza embriagadora, donde ambos cuerpos llevaban el mismo compás, el mismo
ritmo. Fue la unión del tiempo vivido, con el de ahora, ya adultos. Conocedores
de sus deseos y conscientes de sus decisiones.
Sus bocas no pudieron evitar el encuentro esperado por tantos
años. Fue en esa pista de baile, que al fin lograron darse su primer beso.
Hugo se la llevó a un lugar más íntimo y entre besos y caricias le
decía bajito y despacio:
- Mira cómo me tienes, mientras deslizaba la mano de Marisol hacia
su cuerpo. Estoy que reviento por ti. Lo único que pienso es en tenerte en mis
brazos. Quiero sentir tu cuerpo desnudo pegadito al mío.
Jamás, en las relaciones que había tenido, sitió esa clase de
excitación. Sólo bastó un susurro cerca de su oído, para que su cuerpo se
desmadejara sin fuerzas para resistir semejante seducción. Eran esas palabras
roncas, casi arrastradas en un silbido suave y cálido, las que lograron
humedecerla en un segundo.
La subió a la mesa, mientras le susurraba:
"- Ábrete mami, enséñale a tu papi todo lo que tienes
guardadito entre las piernas y que tú sabes que es mío, aunque te resistas.
Déjame ver esa florecita que voy a comerme poquito a poco. Así, Dios mío, qué
cosa más santa estoy viendo. Así… así…"
Desde esa noche, Marisol quedó prendada de Hugo y siempre que se
aliñaban los deseos, él sabía cómo hacer que ella sintiera, como la primera
vez, cuando estuvo con él.
Marisol aprendió, que la seducción tiene que llegar de ambas
partes y de vez en cuando, es ella la que le dice, pegadita a su oído:
- Ábrete papito, enséñale a tu mami todo lo que tienes guardadito
entre las piernas y que tú sabes que es mío, aunque te resistas…
Carmen Pacheco
lasculpasylamuertedelamorii@hotmail.com
@Erotismo10
24 de mazo del 2016