En la mañana, bien temprano prepara el café y regresa para despertarme.
Lentamente se desliza por entre mis piernas y besándome arrastra sus ganas por
todo ese cuerpo que ya no me pertenece. Mientras tanto el aroma del café se
mezcla con el de su carne, haciendo que se encienda mi alma. Ya estoy espabilada y le permito avanzar sobre mis ganas, como aquel que se desliza bajo alambres
de púa cuidando no quedar enganchado en uno de ellos. Mi volcán se ha sacudido
y grita por explotar. Me falta el aire. La respiración es sofocada. Un gemido
emerge de mis adentros cual lava que incendia el matorral.
Somos dos seres que danzan bajo sábanas cual fantasmas en un elucubrante
festín sexual. El gallo de la señora Filomena está practicando y su canto
hilarante nos distrae por un momento. Su boca quiere decir algo pero mi beso le
atrapa las palabras enmudeciendo en una sonrisa.
Aquel café mañanero, cómplice de los amantes, apretó el calor en las
entrañas de la taza, jugando un papel importante tras el sosiego del encuentro.
Carmen Pacheco
@Erotismo10
29 de noviembre del 2019